Homero Carvalho Oliva
Para
Adriana Rodríguez y Cecilia Herrera, que me enseñaron que la ceguera, también,
es un estado de alma y para Fanny Delaine que siempre aporta una nueva mirada a
la cotidianidad.
“Donde
los demás no ven
se
detiene la mirada que soy”.
Guillermo Sucre
Bandadas
de estorninos danzando en el cielo, Venus reflejada en el arroyo, enigmáticos
murales anónimos en urbes apocalípticas, una serpiente coral se aleja entre las
hierbas, la desolada luz de una ventana en un gigantesco edificio en la alta
noche, los fabulosos ríos de la Amazonía fluyendo hacia la mar oceánica, un par
de ancianos tomados de la mano en el ocaso: los ojos.
Cierro
mi ojo izquierdo y me doy cuenta que ya no estás, que la oscuridad ha tomado
por asalto una parte de mi vida; sin embargo, lo abro y te veo, ahí estás ojo
mío, estás y no estás ojo derecho. Si miro estás ausente, si veo estás
presente; si cierro los párpados siento que estás ahí: presente/ausente. ¡Es
tan difícil explicar cómo me siento! Hemos pasado más de sesenta y cuatro años
juntos en los que cada día era un asombro: formas, movimientos, colores,
naturales y artificiales, reales y virtuales.
Como
todos los ojos naciste con tu gemelo; sin embargo, no eran idénticos, tú eras
más pequeño, quizá porque en los seres humanos la simetría es una ilusión. No
somos perfectos y ahí radica nuestra belleza porque esas diferencias nos hacen
únicos, ejemplares de una misma especie, pero únicos en el universo. Ahora, en
el espejo del baño, te veo a través de tu gemelo izquierdo, lo hago cada mañana
durante el rito de rasurarme, te veo y tú no me ves, te miro como si fueras un
paciente con muerte cerebral, no miras, pero parpadeas, entonces creo que eres
un solsombra, una estrella que no
termina de apagarse, y eso me alienta a creer en ti; por eso le he pedido a tu
hermano que te lea esto que he escrito para ti, que te diga que te amo, que lo
haga a través de esos recónditos canales con los que ustedes se comunican desde
la placenta/matria que nos frutece a los humanos.
El asombro en los ojos
Estoy
seguro que, al nacer, en 1957, la sonrisa de nuestra madre fue la puerta para
abrir los ojos del alma, esos mellizos que recorren la piel, la mente y la
memoria; para júbilo nuestro ella sigue viva con su sonrisa anidada en el amor.
Siendo un niño salimos del pueblo, cabalgando la llanura nos fuimos a visitar
el planeta. En 1960 volamos y descubrimos las nubes, nos deslumbramos con la
luminosidad de Los Andes, nos volvimos devotos del Illimani, achachila mayor
del altiplano. En esos años infantiles, en la escuela y la biblioteca, se nos
revelaron las cifras ocultas de la escritura y fuimos seducidos por la lectura,
los libros fueron una epifanía que sigue manifestándose cada día en los ojos de
las hojas. Recuerdo que cuando, por primera vez, creímos enamorarnos (uno se
enamora ojos, oídos, piel, rodillas… todo entero), descubrimos que fue porque
leímos nuestros propios pasos tras la silueta de una muchacha que caminaba por
la acera de nuestra calle, su mirada se cruzó con la nuestra y poetizamos sus
ojos como si fueran un genio que nos arrastraba a navegar en sus mares
interiores, sus leves pasos nos dieron la seguridad de que habíamos nacido para
amar y ser amados. En su mirada nos fue dado saber que ése era el misterio de
la vida.
Aprendimos
a ver con los ojos de otros ojos en las películas y en la televisión, disfrutamos
de payasos en los circos pobres, sacasuertes en ferias de pueblos, del
alunizaje (ese gran salto que aún no sabemos para qué sirvió a la humanidad); vimos
psicodélicas bandas de rock, guerras
en vivo y directo, vimos caer ideologías, leímos a los autores más
paradigmáticos de todos los siglos y en la web podemos ver lo que nuestro interés
se invente. Algo curioso: ¿recuerdan que, en México, durante el exilio en la
década de los ochenta, escuchamos cantar a Chabela Vargas? y, ¿al cerrar los
ojos, vimos a sus alebrijes quemando con su aliento a los maledicentes? Cada
día, sin importar hacia dónde mirábamos, veíamos muchachas bonitas y unas pocas
nos devolvían las miradas, allí estaba el infinito.
Hubo
un tiempo, en mi juventud, que intenté cerrarlos para que no se espantaran con
los golpes de Estado y ustedes, ojos de mis ojos, se negaron a hacerlo, porque
querían mostrarme el camino de la lucha; del miedo pasamos a la indignación y batallamos
en las calles contra los dictadores, ustedes, ojos míos, lloraron por los gases
lacrimógenos y por los muertos en las ciudades. Recuerdo también ciertas noches,
en las que ustedes creían tener la visión de los gatos y querían descubrir más
allá de la penumbra nocturna en sórdidas tabernas y otros lugares peores; tarde
evidenciamos que las apariencias engañan y que de las sombras nadie sale
indemne.
Los ojos de los libros
Anclados
en el puerto de la utopía, soñamos con descarnadas primaveras, en los
amaneceres ustedes despertaban rojos de ebriedad y desvelos; fue la época en que
pidieron ayuda para ver mejor y el oculista nos recetó lentes; como cada quien
ve los colores con los cristales de su preferencia, metafóricamente pudimos ver
la realidad desde la óptica de la literatura. Encandilados por las visiones de
una sociedad más justa participamos en la recuperación de la democracia y,
durante estos 40 años, desde 1982, hemos sido testigos de las múltiples
traiciones de los políticos, de un lado y del otro, de diestra y siniestra,
quizá porque en vez de ojos tienen cuencas vacías y quieren atiborrarlas con
abalorios.
Gracias
a la literatura hemos recorrido continentes, ciudades suspendidas en los aires,
en las faldas de los cerros, a orillas de océanos con playas de blanca arena y
cruzadas por miles de puentes; hemos visitado museos que guardan tesoros, hemos
leído poemas en lejanos parques e iglesias, catedrales a las que ingresábamos a
orar, nunca a pedir; en cada ciudad yo mismo era la ausencia de mi pueblo; así
mismo, hemos paseado por avenidas desconocidas y otras que ya las habíamos
transitado en inolvidables libros (Déjà vu); nos maravillamos con paisajes prodigiosos
porque la mitad del atractivo reside en los ojos de quien disfruta de esos
encantos naturales. Hemos compartido y conocido seres humanos de todos los
oficios y vocaciones, mujeres y hombres hermosos por donde se los mire y, por
supuesto, que también hemos observado a los que nunca faltan, los que llevan el
odio en los ojos, acerca de ellos un consejo del gran ciego latinoamericano:
“el olvido es la única venganza y el único perdón”.
Ahora
que me faltas me doy cuenta que estuvimos de paso, siempre viajando, tanto que
había semanas que ya no sabíamos si estábamos de ida o de vuelta y ustedes, ojos
míos, siempre juntos en el viaje, siempre dispuestos al asombro; en el trayecto
vimos nacer a nuestros hijos y amamos a la Amada, vimos crecer a los hijos de
nuestros hermanos/hermanas y amigos y lloramos por la pérdida de nuestros seres
queridos, lágrimas que fluyen desde la entrañable patria de la tristeza y
tenemos, por todo el mundo, los amigos/amigas que la vida nos otorgó.
Percibir tu presencia, sentir tu ausencia
Antes
de que las tinieblas te atraparan siempre estabas vigilando el horizonte,
recuerdo el recuerdo del recuerdo, cerraba el ojo izquierdo para que tú vieras
por las cerraduras cotidianas, para espiar por mi íntimo Aleph, ahora el
izquierdo ha quedado solitario para mirar el mundo y sus alrededores sin la
precisión binocular, sabe que tiene que hacer todos los trabajos, mirar por los
dos: ver por el ojo de las agujas, guiñar cómplice cuando sea necesario, sonreír
y hablar con la mirada, leer en las pupilas de los que hablan y ser ellos en
sus palabras; descifrar las entrelíneas de los mensajes cibernéticos y muchos
más; me alegra, ojo izquierdo, que ya te hayas acostumbrado a voltear 180
grados cuando nos hablan del costado derecho y que estés dispuesto a leer y
escribir sin descanso, antes que tu propia luz de cerillo también se apague en
un incierto, pero fatídico y no muy distante día.
Poco
a poco los otros sentidos se agudizan, ganan experiencia, especialmente el
sentido común; me estás enseñando a mirar desde tu oquedad, profesando que se
puede mirar con los ojos cerrados y así lo hago cuando necesito ver con más
claridad, por eso intento ver menos y contemplar más, pasar de percibir las
apariencias a lo profundo de las cosas, sean éstas materiales, espirituales o
virtuales. Me doy cuenta, por ejemplo, que nadie habla del “bien de ojo”, esas
miradas que nos curan de todo mal y nos hacen sentir protegidos. Cada día
descubro que, cuanto mayor es la oscuridad, la imaginación se vuelve más nítida
y prolífica. Ahora sé, ojo mío, que la poesía le da sentido a la mirada
interior. ¡Hay tantas cosas para ver!, lo sé, pero son muchas más las cosas
para mirar.
Perdóname
compañero/hermano por no haber advertido a tiempo que estabas enfermo. Vinieron
las operaciones y confirmé la sabiduría de los dichos populares en ese que
afirma el valor de los ojos de la cara (eterna gratitud a los amigos que ampararon
la esperanza), las estrellas en el cosmos se convirtieron en abismo y de las
últimas intervenciones ya no te recuperaste.
Te
perdí irremediablemente, sabía que era una posibilidad porque mi mayor temor
siempre fue quedarme ciego y ahora estás ahí para recordarme que estás y no
estás. Los médicos intentaron consolarme diciendo que te salvaron, pero que no
pudieron preservar tu visión, por eso te comparo con un paciente en coma; sin
embargo, eso me hizo reflexionar acerca de los que tienen ojos y no ven o de
los que ven, pero no miran.
Dejar
de ver, ya no es una necesidad para descansar los ojos de las redes sociales y
de los cursis programas televisivos, es una realidad que me impuso la
naturaleza. Hubiera sido poético decir que un amor se llevó mis ojos, pero fue solamente
la vejez que me hurtó uno de ellos. La vejez, otro de los nombres del destino y
de la Divinidad. Sabemos, además, que el Hacedor ya no está para milagros y
tampoco pienso pasar el resto de mi vida, preguntando el porqué.
A
veces pienso que tu muerte es una broma pesada, una venganza por la vez que les
puse, a ti y al izquierdo, lagañas de perro para poder ver fantasmas y eso nos generó una tremenda infección ¿te acuerdas?, o quizá
quieres que cumpla el sueño de mi niñez de ser pirata. ¿Quién sabe? También quiero
creer que es posible que te hayas sacrificado para ayudarme a ver dentro mío, para
iluminar el camino que hace años empecé a recorrer hacia mi íntima Arcadia;
contigo en mi interior será más gratificante conocerme de verdad verdadera para
asumir que nosotros somos el mayor secreto de nosotros mismos; voy hacia el
origen de mi nombre para ratificarlo. Celebro y agradezco tu vida/mi vida y el
tiempo que estuvimos juntos; gracias ojo mío, sin ti no sería lo que soy. Fueron
años felices y, si vienen más años, seguiré siendo feliz porque la felicidad, para mí, es inherente a mi naturaleza.
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