Márcia Batista Ramos
"Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos" J.L. Borges
Mientras el planeta Tierra, en su eterna neurosis, televisa la guerra en Ucrania y especula sobre la Tercera guerra mundial, pienso en el paso del tiempo y me quedan las palabras, entonces, me permito hacer una pequeña digresión sobre las cuatro estaciones y la palabra:
El clima meridional me dio la posibilidad de vivir a plenitud las cuatro estaciones, siendo testigo de que la mudanza del clima afecta, de alguna manera, en nuestro estado anímico y, por ende, nuestra manera de manifestarnos en el mundo.
Cuando los dulces aromas de primavera eran exhalados por las flores de la estación, las palabras, como cogollos, eran balbuceadas una tras otra, mostrando la fascinación por lo nuevo. Es tan bonito empezar a descubrir el mundo a través de las palabras, cuanto ver los brotes transformarse en flores.
Recuerdo que el verano llegaba con la alegría de los helados y con la expectativa de las navidades y las vacaciones. Cada palabra que asomaba con el verano traía una sonrisa. El paisaje era más vibrante y cada instante tenía sabor a eternidad.
También guardo en la memoria un recuerdo de la luna llena saliendo del mar para alumbrar las palmeras de la playa. Hay belleza, movimiento y vida en eso. Asimismo, ahora, hay nostalgia de los días lejanos, cuando frecuentaba las playas del Atlántico Sur en los veranos con días de sol tórrido. La niña con dos trenzas alejándose de a poco de la niñez. El pie creciendo y las sandalias nuevas, marcando la llegada del verano, juntamente con una nueva música que se ponía de moda. La luz se fusionaba en cada alborada…
A veces, me pierdo en el laberinto de las palabras y tropiezo en cicatrices de guerra; otras veces, me quedo boca arriba para que el viento roce mi rostro preñado de ramalazos. Entonces, me doy cuenta que la vida no da tregua.
Después, los tonos naranjas y ocres empezaban a colorear las aceras y parques, al tiempo que un vientecito frío deambulaba entre los árboles. Era la época de las pascuas, los huevos pintados con flores y rellenados con maní azucarado, acompañando los huevos de chocolate y los bombones en la canasta pascual. Las conversaciones adolescentes en tono sobrio, con palabras nuevas aprendidas en la televisión o escuchadas en las pláticas de los adultos.
Otras veces, quisiera no tener la mirada sensible que percibe los matices de la vida, quisiera no percibir los inviernos con sus dolores incurables… El invierno parece la estación de los brazos cruzados, con los paisajes hirsutos en los días cortos y las noches largas. Siempre deja la certeza de que envejezco un poco más a cada tarde, junto a la era que me toca digerir. El viento pasa gélido dejando palabras que jamás usé.
Tal vez, a la hora de la muerte, cada uno encuentre un mecanismo mediante el cual pueda ver todo el universo al mismo tiempo y ver todos sus actos de ésta vida y de vidas pasadas. Con asombro recordar todas las palabras y con lucidez y cordura repetirlas, al igual que las estaciones que se repiten sin pedir permiso.
Mientras tanto, la guerra sigue cobrado vidas… Y alguien deberá escribir sus obituarios.
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