Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Escribí sobre el falso Dimitri, mencioné a Sologub, comento con Milana Seménova acerca de las murallas de Novgorod, si esa hermosa foto de sus bellas caderas se retrata en los lagos Peipus o Ilmen, muy cerca de su ciudad, tan cerca de la historia. Desde Alexander Nevsky hasta Mandelstam, Rusia se ha agazapado sobre mí, inmemorial. Acecha, hoy, la cuenca del Don. Desde Kharkiv, Ekaterina Martynenko me dice que no tendrá a dónde escapar si sucede la invasión. Ya lo hizo una vez el 2014, dejó padres y tierra atrás, su identidad cosaca; no quiere otra. Afirman que hay lógica en las ambiciones de Putin. Esa gente no sabe historia. Que si recurriéramos a la memoria veríamos que Ucrania está más cerca de Polonia que de Rusia, y que tanto hay por contar que o se entra de lleno en ello o mejor no. Pero la ignorancia es la hostia con la que se confiesa hoy el mundo, en todo lado, el tiempo de la inercia, del conocimiento deglutido, de la razón mancillada.
Leo que en Kulkinovo, cerca de Miykolaiv, han hecho retroceder a las fuerzas rusas. Sí, dejé este texto inconcluso que mucho ha cambiado. Mariupol no está, como si la hubiese tragado el mar. Trágica Ilión moderna, falta de héroes y llena de tumbas. Kulkinovo, suena a Stepanchikovo, la jocosa villa dostoievskiana. Nadie ríe ahora, misiles destrozan los opacos vidrios de las casas de Odessa que miran al ponto.
Humeantes tanques por el camino del barro. La rasputitsa devora tropas, caballos y pesados howitzers vomitadores de lava. Si sobre los Campos Salvajes humeara el café, distinto sería todo. Los campos se llamaban así porque era tanta la guerra que nadie sentaba sitio allí. Mariupol está justo debajo de aquellos. En la bellísima A sangre y fuego, de Henryk Sienkiewicz, un cosaco venía de la estepa y gritaba “pugú, pugú”, anunciando que en la estepa hay movimiento, entre los altos pastos se mueven armas y se prepara algo grande. Ese “algo” sería la insurgencia cosaca de 1648 contra la República (reino) polaca, regida por un monarca de la sueca casa Vasa. Ese movimiento no solo produjo la más grande batalla del siglo XVII, Berestechko, sino que cambió la historia de Europa para siempre, cuando las fuerzas del atamán Bogdán Khmelnytsky, asediadas por el poderío de Polonia, tuvieron que acogerse a la protección de una fuerza mayor, fuera otomana o moscovita. De allí viene la ligazón histórico-política de Ucrania con Rusia, obviando los orígenes de la Rus de Kiev. Con esa gigantesca porción de tierra, que dominaban los castellanos polacos y que Ucrania reclamaba suya, Rusia se elevó a potencia. No olvidemos que la unidad polaco-lituana dominaba desde el mar Báltico hasta el mar Negro, estando tan cerca de Moscú como Smolensko. El personaje de la novela, Jan Kretuski, era portaestandarte de Orsha, villa que está en el centro mismo de Moscovia.
En 1612 los polacos tomaron Moscú. En 1647 un cometa brilló sobre Varsovia. Pugú, pugú, chilla como grajo un vagabundo. Traigo noticias de la estepa. En esta guerra nadie habla de eso. Saltan desde la tierra de Rurik hasta las cesiones que hiciera el calvo Lenin hasta 1924. No he escuchado a Vladimiro Putin, criminal de guerra, hablar de la rebelión cosaca de aquel año 48, el mil seiscientos, sin la cual Rusia jamás hubiera sido lo que es ahora.
Imágenes terribles de Bucha, cerca de Kiev. Civiles asesinados, mujeres violadas antes de ser asesinadas. El viejo Goya lo describió con saña en los Desastres de la guerra. El hombre no ha cambiado, ni cambiará; ninguna guerra terminará todas las guerras. Esto solo comienza. Alemania se rearma, ¿quién garantiza que no habrá otro Kaiser, otro Hitler? Japón también lo hará, arrumbará su juramento del nunca más. Las islas Kuriles valen más que cualquier horror pasado. Japón ya venció a Rusia una vez, era la primera en que “un pueblo de color” derrotaba el imperio blanco; tal vez lo haga de nuevo. Rusia es demasiado grande para protegerla de sus tiranos. Ahí radica su debilidad.
Nietzsche daría un sonoro “bienvenidos”. Serbia en guerra con Kosovo, pronto; los serbios de Bosnia afilan cuchillos para cuellos musulmanes. Srebenica, Sarajevo. Hasta hace poco creímos que tomaríamos un café en Sarajevo, hecho con misterios locales. Más valiera buscar un escondite. Que si Trump retorna será el fin de los Estados Unidos. Matanzas por las calles. El pueblo armado nunca será vencido ¡ja! Ni hablar de África, en Burkina Faso, en Uganda-Congo, en Malí. Esta perversa bolita de botox, Vladimir Putin, trae los tres 6 multiplicados por cinco. Abro el Apocalipsis; lo tengo al lado del Zohar. Anciano ciego, Borges, que enseñaste a leer. No habrá fiesta del Purim. Carnaval de sangre, a cual más cruel, que si me matas uno, te mato dos y la violencia del primer párrafo de La vorágine se reanima, se levanta con los muertos.
¿Estará Anna en Scezyn? Ekaterina escribe desde un cuartucho en Lviv; Victoria mira las nieves del Cárpato; por sus bosques siguen corriendo contrabandistas desde hace siglos. Quizá el contrabando hoy son seres humanos, mujeres que irán al bazar turco, a la esclavitud china.
Los millonarios discuten, las monedas cuentan, los cuerpos, no. ¿El yate de Putin? Háganlo volar, y con sus hijos adentro. Se ha destapado el horror; las estúpidas izquierdas hablan de soberanía, las derechas de nación.
Rusia era Joseph Brodsky hablando sobre Ajmátova. Tsvietáieva carga sus pobres bultos de estación en estación. Pasternak fue tierno y Mayakovski terrible. Fusilan a Simón Karetnik en Melitopol; asesinan a Kirov. Solzhenitsin describe la casa de Matriona, la sangre inunda el agua de Masuria. Leí una novela de Konstantin Fedin ¿La bandera? Era buena. Fedin impidió que se publicase una de las grandes novelas del arte contemporáneo, el Pabellón de cáncer. La invasión de Ucrania nunca será la guerra que termine las demás. Viene a ser el principio, así no lo entienda el elegante Macron que sigue llamando al perro asesino por teléfono.
Un tren corre por Ucrania, una mujer esconde una pizca de sal. Por un lado los chechenos de Kadyrov, criminales; por otro el batallón del Azov, sicarios. En medio la estupidez general. Babel escribe acerca de aquella sal, y de los iconos de una iglesia perdida donde los santos cargan el rostro de los campesinos locales. Fuego sobre Odessa, mi Odessa. Los monstruos han sido sueltos para matar nuestros sueños. O nos defendemos o nos acaban. La Ilíada de Homero nunca ha envejecido. Troya tiene más de dos mil años. Allí, en Ilión, el hijo de Aquiles, Neoptólemo, agarra por los pies al vástago de Héctor y le estrella la cabeza contra un muro; más tarde degüella a la hermosa Políxena en el túmulo de su padre. Le entregan a Andrómaca, la viuda de Héctor, para diaria violación. La historia será cruel y paradójica. Los hijos de Andrómaca engendrados por violencia serán futuros reyes griegos. El perverso forúnculo, Putin, no está ni por encima de su sombra. Quiso dejar un legado, deseó ser Júpiter Tonante; ha de morir como lo que es, miserable caníbal.
Rusia… La amé en Esenin, en Sergei Bondarchuk. No tengo ganas de arte ahora sino de venganza. Y eso suena a fin.
03/04/2022
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Imagen: Escena de Andrei Rublev (1966)
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