Márcia Batista Ramos
“Ahí donde se queman libros se acaban quemando también seres humanos” Heinrich Heine
El espíritu humano tiene facetas tan ruines que, es difícil pensar que todos los humanos son realmente seres humanos. La maldad y la estupidez, fueron cabalmente retratadas en la quema de libros perpetrada por los estudiantes nazis en 1933. En su "Acción contra el Espíritu anti alemán", los partidarios de Adolf Hitler destruyeron miles de obras de autores prestigiosos, en la noche del 10 de mayo de 1933.
Autores renombrados como Heinrich Mann, Erich María Remarque, Karl Marx, Heinrich Heine, Sigmund Freud, Franz Werfel, Max Brod, Stefan Zweig, Thomas Mann, Albert Einstein, Ernest Hemingway, Bertlolt Brecht, Vladimir Lenin, León Trotsky, Rosa Luxemburg, Marcel Proust y March Bloch, entre tantos otros, tuvieron sus libros destruidos y se levantó una prohibición que evitaba su reimpresión. Las obras de Hellen Keller, famosa escritora estadounidense, fueron quemadas por tratarse de una autora ciega y sorda. También los cuadros de pintores como Van Gogh y Picasso fueron retirados de los museos. En un aseso de furia en contra todo lo que no representaba el espíritu alemán.
El líder estudiantil nacionalsocialista Herbert Gutjahr, en su discurso dijo: “Hemos dirigido nuestro actuar contra el espíritu no alemán. Entrego todo lo que lo representa al fuego”, gritó el joven estudiante de 23 años, para luego arrojar una pila de libros a las llamas de una hoguera alimentada por miles de libros incinerados. Dejando grabado así, el propósito de esta noche.
Cientos de profesores y estudiantes invadieron las bibliotecas y librerías para robar libros y quemarlos en hogueras públicas, con esto los nazis buscaban no sólo purificar la sangre sino también, purificar la cultura alemana. Es importante notar que nadie se interpuso en su camino, porque el furor, la locura, la barbarie y la decadencia moral que implica toda guerra -cualquier guerra-, ya estaba campeando en suelo alemán.
Esa barbarie según algunas fuentes, fue una acción planeada por el propio Goebbels, ministro de Propaganda del régimen, y, organizadas por las ligas estudiantiles. No obstante, en el registro periodístico de la época, quedó como una acción espontanea de iniciativa de los estudiantes universitarios, que no requirió de la planificación de la plana mayor nacionalsocialista. Como prueba de que el mal encuentra su camino en los laberintos del mundo.
Empero, el acto de barbarie del 10 de mayo de 1933, definió la pretensión del gobierno nazi de conquistar la hegemonía cultural.
En algunas ciudades, como en Berlín, hubo transmisiones de radio que llevaron los discursos, las canciones y las consignas ceremoniales “en vivo” a innumerables oyentes alemanes. La promoción de la cultura “aria” y la supresión de otras formas de producción artística fue otro esfuerzo nazi por “purificar” a Alemania. Evidentemente, los autores judíos estaban entre los escritores cuyos trabajos eran los primeros en ser quemados.
A medianoche intervino el ministro de propaganda del Reich y doctor de filología germánica, Joseph Goebbels quien declaraba: “Hombres y mujeres de Alemania, la era del intelectualismo judío está llegando a su fin y la consagración de la revolución alemana le ha dado paso también al camino alemán”.
Quemar libros para destruirlos es un ritual que, generalmente, se hace en plaza pública y está motivado por oposiciones culturales, religiosas o políticas al material publicado, en una muestra de intolerancia sin precedente.
Hoy estamos presenciando otras barbaries, por eso, no es de extrañar si en algún momento, volvemos a escuchar: ¡Libros a la hoguera! Como tristemente ocurrió en Alemania el 10 de mayo de 1933.
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