Los canillitas gritan al ritmo del hip-hop, andan en motos por el noroeste de la ciudad. Ya los diarios venden solo por su publicidad, el epilogo de Guerra y paz de Tolstoj nos anunciaba la vulgarización del conocimiento, donde iba a chocarse brutalmente el libre albedrio; en esta inmensa obra de arte sigo leyendo el destino de nuestra especie; en una de sus páginas vírgenes al inicio del libro, leo una epígrafe que escribí el día que terminé su lectura: “Leemos algunos libros con cierto temor de que una vez al final, tengamos que abandonarlos”. Es una cita de George Bataille, él sufrió, o quiso sufrir la falta de ceguera, envidiaba tal vez a Homero o a Milton, en algunos momentos a Borges.
Anoche reconstruí el Quijote, sus fragmentos estaban desde hace mucho tiempo custodiados en una caja de zapato -no como el de metal que desde hace años sufre la ausencia de su fiel escudero- el de barro cocido un día se cayó y seguía dejando disparejo el más famoso dúo de la literatura española -como aquel de metal andaba buscando su justa identidad- y ahora me miran mientras escribo estas líneas.
Subjetividades escribirán los críticos, cierto, hasta la épica las encierra y en nuestras cegueras no vemos los fragmentos del Quijote, el fiel compañero Sancho Panza, el pícaro y el cuerdo, el Doctor Jekyll y Mr. Hyde, Leopold Bloom y Stephen Dedalus, Bouvard et Pécuchet, el capitán Achab y la Moby Dick de la humanidad.
Maurizio Bagatin, 8 de mayo 2022
Fotos: El Quijote reconstruido y el Quijote desparejado
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