Has compartido su respirar en cada oquedad, cada peña, cada vega
Y ese aliento, lo sientes, es lo que te emociona y brilla
Lo que te envuelve, te guía, lo que te lleva, te eleva.
Por eso, no cejas, te empeñas: es la montaña la que te enseña.
Ella se está y no sabe de mezquindades y engaños
No sabe de traiciones ni treguas, no combate contra si misma
Ella, está siendo en su perpetua presencia y eso, lo sabes
Es lo que te protege y te salva, es lo que te alumbra y te sana.
No hay más que verla serena en su majestad, diosa de la roca
Santuario tutelar de la piedra, feliz espejo de las estrellas
Ella, en silencio, dialoga con el universo, día y noche, incesante
Se nutre del cosmos y el cosmos danza con ella
Lo sabes si las caminas porque la montaña, madre y destino, va con vos
En cada uno de tus pasos, quedas marcado en sus huellas
Ya que no son sólo tus huellas, son memorias tan antiguas y peregrinas
Tan lejanas y tan próximas, que laten tan fuertes y tan adentro
Que sólo debes recibirlas y agradecerlas y honrarlas en tu piel
Que clama por esa verdad que sólo ellas pueden concederte
Es entonces cuando sucede, y es tan simple como profundo.
Desde las honduras de sus abismos empiezas a escuchar su voz
Su silenciosa, sideral voz, que te dicta el único mensaje posible:
El mundo es tuyo si lo caminas, el mundo te brindará su encanto
Si encarna en tu cuerpo y tu virtud es ser uno con él, es estar con él
Hasta que seas él, y el cosmos infinito te habite y la montaña
Te fortalezca y la paz, la paz de las piedras, se vuelva tuya
Y tú, tan leve y pleno de dicha, te vuelvas una de ellas.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 21 de julio de 2022
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