Claudio Ferrufino-Coqueugniot
La Muerte ha contratado soprano y tenor para mi entierro. Trompetas intentan destruir Jericó. Sin embargo, alrededor, hasta el viento está tieso, le han puesto ligas de color tierra. Se infla pero no avanza. Una vecina cae por la escalera y queda estática, estatua quebrada. La miro y sorbo el amargo café. Mozart sufre en el Réquiem, intento crear lágrimas para suponerme hombre y sale aire mustio del Gobi de mis ojos.
Contemplo a la vecina, mueve los labios, boquea. Me pregunto si será pescado del mar de Galilea, uno de los que dividió Cristo. Para mí, la mirada; imágenes para el pintor que nunca seré. Tal vez ella, mi vecina, rubia, pequeña y setentona, era cansado maniquí que arrojaron por la ventana. Ave María, Schubert. Escucho Schubert cada noche, a eso de las once, cuando los borrachos manejan al hogar que no construyen y las meretrices afilan cabellos rojo fuego que por la noche no brillan.
Ave María, Salve Regina. Salve.
Rezo con la música, no conozco otra manera de orar, ni otros dioses que los que tocan flautas y cornos. Jericó no ha caído. Se aburrió y dejó que el tedio matara a los invasores. Ha pasado una semana y la vecina sigue debajo de la escalera. Sepia ya. No se descompuso porque estaba seca. Hoja de otoño que barrerá el viento cuando lo liberen.
02/07/2022
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Imagen: Claude Cahun (Lucy Schwob)
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