Muy temprano barren las flores de los árboles de jacarandas, a esta hora la bandera celeste es firme en la ventana del primer piso. Señales de humo desde la cordillera nos recuerdan las largas noches de fuegos, Bellavista ayer, Pocona, Totora y otros infiernillos las semanas pasadas.
Con el azadón extirpo algunas hierbas, luego con la pala abro la tierra, septiembre parece aquel invito al vino joven, al vino que aún no tiene el color y el sabor de la experiencia. La tierra sí, en ella organismos que se generaron millones de años atrás siguen ahí…el origen de nuestras células a través del estudio del microbio acuático Paulinella micropora. Este organismo es la unión de una ameba que devoró a una cianobacteria, un microbio capaz de hacer fotosíntesis…me dejé llevar por la ciencia mientras removía simplemente una cama de la pequeña huerta en la cual trasplantaremos los tomates, algunos plantas de pimentones. ¡Cuánta observación se volvió ciencia!
Tarde entre semillas y compost…el Poeta cantaba que del guano crecerán las flores…siempre extasiado por el liliputiense embrión que dará la vida y la descomposición que la alimentará…la maravilla que nunca lograremos afortunadamente entender, quedándome como el Ángel de Paul Valéry: “Y por una eternidad no dejó de conocer sin entender”.
Como el enigma de la sciarada, de una esfinge, de un rebús, lo que está bajo la tierra se parece mucho a la palabra ausente del ser humano, al silencio, a la incomprensión. Química, biología y física que se unen para resolver el enigma primordial y al mismo tempo todos los enigmas, intentando no repetir el error de Homero en la playa de la isla de Íos.
Maurizio Bagatin, 5 de septiembre 2022
Imagen: Jacaranda en la ciudad menos transparente
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