El muecín de Ngaounderé


Cuando inicia el canto del muecín la canícula ya no es el volcán incandescente del mediodía. El polvo rojo se levanta en remolinos que acompañan el dulce canto y el paseo de la tarde. Es la tercera oración del día, la del medio, y nunca supe si era la principal, pero me pareció que fuera la que interrumpía más bruscamente un ritmo ya lineal, establecido. Todo empieza a moverse, los colores de las vestimentas invaden las calles, un hablar de cigarras otra vez, antes de un nuevo silencio. A esta hora el sol sigue en su cenit y hay que confiar en el aire que, desde el Adamaua, llega tan suavemente e inicia a refrescar. Todos los comercios están en plena acción, hombres que transportan y mujeres que ofrecen mercadería. La presencia libanesa aquí es el alma fuerte del mercado, solo algunos Bamileké podrán competir con ellos. Todo el resto vienen de chefferies lejanas, son Bulu del sur o son los que escapándose del conflicto en Chad encuentran refugio en esta tierra pacífica.

El muecín convoca al «salat», su canto es dulce pero no empalagoso, los fieles ya acercándose a la mezquita se callan, algunos esperan sus compañeros de trabajo, otros, de lejos van apurando el paso…adhan, azaan o ezan…debe ser el último llamado a la oración. Sus habilidades son reconocidas, es el canto de una de las mil noches, las tenues luces que penetran las figuras arabescas perfectamente diseñadas en la mezquita, el silencio que le sigue, silencio que parece primordial.

Salen los fieles de la mezquita y Ngaounderé vuelve a hervir, bullicear, poblándose de mil movimientos, moto taxis de este a oeste, de norte a sur, caretillas llenas de abarrotes y los gritos de mujeres que ofrecen frutas secas, yogures, brochetas de carne de res, el té negro de la tarde.

En una cabaña restaurante unos libaneses invitan entrar al hombre blanco. Ahí sirven platos internacionales y cervezas frías. Al frente, en una casita de madera veo sentarse algunos fieles y el muecín del canto dulce, de la oración al ritual del té, y otros sentados a su lado más callados, parecen controlar la situación. Observan el ritual, se levantan, llaman a un taxista y se van. “Comerciantes” les indica el muecín a los fieles, “vienen, hace su negocio y se van”, “aquí nos quedamos nosotros, respetuosos y con otra dos oraciones más, antes que anochezca…”.

Ya se encienden las primeras luces a querosén en los comercios, cuando oigo el dulce canto del muecín invitar a la última oración. Todos se callan menos los restaurantes libaneses o Bamileké, los Bulu ya están alegres en las esquinas, cantan algunas makossa desafinados como monos. Me fumo el ultimo Tresor y me acerco mas a la mezquita: “¿De dónde vendrá esta melodía que encantó a Scheherazade?”.

Maurizio Bagatin, 29 de octubre 2022
Imagen: Muecín en la era Otomana

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