La casa de la muerte


Márcia Batista Ramos

El lugar era inmejorable, en plena serranía, con las vistas más hermosas y el aire puro. La casa principal con desniveles fuera construida por unos alemanes, sus hijos fueron a vivir en la casa adjunta en el patio lateral, para ceder la casa a los militares (¿bajo qué argumentos?). La verdad verdadera de los hechos, ya son parte de la memoria del tiempo. Los humanos, medio humanos y casi humanos, que participaron de la historia de terror en aquella casa, ya murieron o perdieron la memoria para el Alzheimer.

El mundo estaba divido en dos bloques. Había plata para financiar a ambos proyectos. Faltaban valientes que arriesguen la vida por un ideal. Eran tiempos rudos, los militares estaban al mando del país y la consigna era frenar el avance comunista a cualquier precio.

Los pocos, los idealistas, aquellos que pensaban que las armas cambian al mundo o que estaban seguros de que las ideas valen una vida, ellos se arriesgaron… Pensaban que los demás, seguirían su ejemplo. ¡No fue así! Los demás, ni se importaron con su destino. ¡Ni se enteraron de lo qué pasó! Es siempre así, las mayorías quieren pan y circo, eso no más. Entonces, luchar por las mayorías es una especie de suicidio…

Inés era muy joven, inicialmente no leyó la doctrina o “El Capital”, apenas, como “intelectual de oreja”, oyó todo lo que su enamorado le decía. Después, asumió su discurso como siendo válido y propio, para luego hacer parte de los grupos de intelectuales rebeldes, al que su enamorado pertenecía: altas discusiones, grandes discursos, algo de hierba, contactos importantes…

De repente, Inés era una de ellos. Y ellos estaban secuestrando al embajador suizo. Inés participó, en el secuestro del embajador y por muy poco, casi lo matan. Por un pelo, se salvó la vida del embajador. A Inés no le gustó la clandestinidad, el abandono a su trabajo en el banco, la forma como las cosas se escaparon de las manos, la improvisación a la hora de las negociaciones… Al mismo tiempo, ella soñaba con su amor, con una vida juntos, con una familia y en los más de treinta días de secuestro, se quedó claro que eran compañeros de lucha, no de vida. Conoció al jefe: ¡tan lindo! Se quedó confundida y decidió dejar todo, escapar a Chile y empezar de nuevo.

En la terminal de buses de São Paulo, Inés fue detenida y trasladada a Rio de Janeiro, para la casita del terror, para vivir una situación que ningún ser humano merece sufrir. Los medio humanos o casi humanos (porque andaban erectos, hablaban y sabían leer y escribir), que la acompañaban constantemente, le trataron de manera tan vil que, años después de haber salido del lugar, Inés dudaba de su valor como persona. En las constantes torturas y en las largas horas de golpizas, ellos lograron deshumanizar a Inés.

En la casa de la muerte no faltó la figura del médico psicópata que trabajaba, gustosamente, para los militares. Era el doctor Lobo, que admitió su participación en las secciones de tortura y confirmó la muerte de los presos. Lobo, era el psiquiatra que examinaba a los presos para determinar si ellos tenían condiciones físicas para suportar nuevas torturas.

Inés fue la única que sobrevivió, los demás dejaron su nombre en los anales del tiempo y sus gritos entre las flores del jardín de la casa de la muerte: Aluisio, Ivan, Heleny, Maurício Guilherme, José Raimundo, Celso Gilberto, Gerson, Walter, Paulo de Tarso, Issami, Ana, Wilson, Thomaz Antônio, Carlos Alberto, Mariano Joaquim, Antônio Joaquim, David, José, Walter, Marilena y Victor Luiz.

Un militar dijo que se encargó de incinerar los cuerpos y fue asesinado en la misma tarde.

Por mi parte, creo que ninguna ideología merece el sufrimiento de ningún ser humano, peor su vida.

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