Abalorios

 

Skay Beilinson [1]

¡Libertad! ¡Libertad!

fue nuestro grito de guerra.

Un rockanroll,

una ilusión,

una nación sin fronteras.

Fuimos el sueño que despertó.

Fuimos la lluvia que no paró.

Éramos tres,

éramos cien,

éramos el mundo entero.

Éramos luz,

éramos fe,

éramos fuego en el fuego.

Talismán, talismán,

ese amuleto de mago.

Talismán, un nuevo ritual,

un dibujo en el cielo.

Hoy somos sueños sin despertar,

somos la lluvia que va a caer.



[1]Lo conocí en la casa del Marcelito, Alsina 451, a la vuelta de la Plaza de Mayo, donde, poco tiempo después, se iría al cielo Luca Prodan, que paraba allí. Era una casa antigua, colonial, de esas que te hacían recordar a las Invasiones Inglesas. Skay estaba con la Negra Poli, su pareja y la manager de eso que se conocía como Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota, donde el bueno de Skay metía sus riffs. Era el año 85 o el 86, antes del boom ricotero. Más bien sería el 86 porque ahora recuerdo que salí de la casa de la F. -que amaba a Soda Stereo que empezaba a pintar- y rumbeé para la casa de Marcelo con un ácido entre pecho y espalda y esos sólo los proveía la F., que había sido mi compañero de estudios y a la cual le llegaban fresquitos, los Mickey Mouse, en un sobre, desde la mismísima Holanda.

Recuerdo que caminaba por Corrientes y me iba perdiendo en el flash y que lo que me volvía a traer a la zona, esa vez, fue escuchar una canción de Leonardo Favio. La cosa que llegué hasta Alsina, sano y salvo. De Marcelo, recuerdo, que era vegetariano y que era dealer de pianos -y que intenté ubicarle pianos por aquí, en Potosí, en La Paz, y no tuve mucho éxito. El le dileaba pianos a los músicos de rock -además de poseer una colección alucinante de ágatas-, de allí su amistad con la Negra y con Skay.

Yo era un ave rara en ese mundo, era un militante político y andá a saber porqué el Marcelito quería que los conociera. Pero así fue. Y la verdad que nunca me arrepentí de ese encuentro. De hecho, y de allí la transcripción de esta letra y de esta historia, nos embarcamos horas hablando de política a partir de un detonante que propuso el mismo Skay: que el había estado en París el año de la turbulencia, el 68 de la rebelión estudiantil, y que eso, dijo, lo había marcado (la letra de la canción lo dice todo).

Recuerdo que todos nos auto- identificamos como peronistas -en mi caso, era fácil: venía etiquetado como miembro de la JP, la gloriosa Juventud Peronista, y la noche discurrió placentera y todos se cagaron de risa con mis anécdotas del viaje hasta la casa montado en el ácido de los Países Bajos.

Recuerdo que nos fuimos en el auto de ellos y, cuidándome, me llevaron hasta la casa. La Negra Poli me dio sus dos teléfonos -el 478898 y el 842482, siguen anotados en mi agenda, la única que no se auto esfumó tras el golpe de estado de 2019 - y me dijo que la llamara para ver los conciertos que Patricio Rey iba a dar en Palladium cuando los “redondos” presentaron Oktubre y empezaron a jugar en primera.

Recuerdo que fuimos una bocha de ñatos y que la Negra cumplió religiosamente con su promesa cada uno de los conciertos. Había códigos entonces y buena onda y por eso, supongo, es bueno que lo recuerde.

Un extracto de la canción de Skay (Éramos tres, / éramos cien, / éramos el mundo entero (…)”, me recuerda a un poema de Apollinaire) lo postearon a propósito de la concentración popular en el Obelisco porteño a raíz de la llegada de la selección nacional de futbol argentina, campeona del mundo 2022. Ojalá que la letra, toda, sea anticipatoria.

El 11 de diciembre de 1987, bien de noche, dos, tres de la mañana, estábamos en la Plaza de Mayo haciéndole el aguante a las Madres en la Marcha de la Resistencia. Ya no había tanta gente como antes: en realidad, casi no había nadie. Los que sí estábamos éramos el Claudito Morresi, el “68” (QEPD), el “Negro Batata” (afro-argentino, ¿Quién dice que no tenemos negros en la selección?), el “Paco” y quien te la cuenta, todos JP, todos solidarios con las viejas. Estábamos conversando, tomándonos un vinito en uno de los canteros de la plaza. Yo tenía en la mano la botella cuando, de atrás, se acerca un tipo que me pide un trago. Sin dudarlo, le entregué la de vidrio para que la empinara. Lo hizo, agradeció y se fue. Mis cumpas se quedaron todos sorprendidos. Mi no entender.

-¿Qué pasa?- dije.

-¿No viste a quien le convidaste un vino?

-No, ¿a quién?

-¡Al Pelado!-me dijeron todos a coro.

-¿Cuál pelado?-insistí.

-¡A Luca Prodan, pelotudo!

Luca, el alma mater de Sumo, moriría de sobrevida en la casa de la calle Alsina 11 días después.

Pablo Cingolani, Antaqawa, 21 de diciembre de 2022


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