Alcools


Claudio Ferrufino-Coqueugniot / Madrid-Cochabamba

Alcools. Vasos dispersos. Apollinaire. Un chorro de vino seco sobre la espalda de Francine. ¿Acuchillada, muerta? Todos estamos muertos. Camino entre la vociferante horda fascista. Me miran, me interrogan, que viva Bánzer. Alcohol. Vasos. Botellas rotas. Una hebilla de cinturón se estrella contra el escritorio. Hace muescas en la madera, cicatrices que con el tiempo olvido. Francine está tirada en el piso, desnuda, nunca he visto una espalda tan blanca. Tienes espalda de sábana. Una mancha roja, casi polvosa, se mantiene allí. Respira, no está muerta, solo ebria de vida mientras yo de muerte. Por qué tienes la espalda tan blanca. Sobre ti sangran botellas, una a una se derraman. Corren por tus vértebras, como bajando escalones; penetran suaves entre tus nalgas y parece, por el hilillo seco y tumefacto, casi rayado con lápiz rojo de jardín de infantes, que algo salió de ti.

Un espíritu. Alcools. Apollinaire. En el frente suenan los obuses, Madeleine. La caballería blanca corre sobre el empedrado de Kiev. Soy un enfermo, un hombre malo. Dostoievski convertido en yo, Claudio en Dostoievski. No, no es cierto, tan solo un enfermo. En el jardín de un caserón de Viena leo a Georg Trakl. La banda fascista arrebata con Viva mi patria Bolivia, una gran nación… No tengo ni vida ni corazón para dar. La avanzada blanca ha tomado Kiev; los bashkires se repliegan de Petrogrado. El viento mueve las páginas de libros entre los vasos. Un licor turbio, de maíz, chicha de la tierra, opaco, se mofa de mí. El vino se derramó en una puñalada, dada por la espalda. Francine agoniza, el crimen de la calle Venezuela. El crimen de la calle de la morgue. Un gorila se descuelga del tejado.

De pronto creo que tengo alas. Una multitud de muchachas inglesas vitorea. Me creo avión, helicóptero. I’m going home by helicopter. Vuelo. Salto por encima del cuartel general de Acción Democrática Nacionalista. Entonces no había Cristo en el cerro San Pedro. Aterrizo. Debajo contemplo a los amigos ebrios buscando piedras para arrojar a los buses atestados de pasajeros. El ímpetu de la masacre, delicias del asesinato. Sogas cuelgan de los algarrobos del cerro pedregoso. Sogas en las que se mecen los Judas. Y las Judas, porque Judas es hasta nombre de mujer, o solo de mujer.

Una carreta traquetea hacia Alalay.

Salto veinte años. Dieciocho los dormí entre las tarimas del estadio popular del Barrio Petrolero. En Alalay han puesto caimanes y un cocodrilo de quince metros para mantener bajo el índice poblacional. Lo alimentan con abortos o él se alimenta con infantes a los que maliciosamente han dicho que en las aguas de la orilla hay ispis. El hambre es mala consejera. Buscan ispis; hallan lombrices. Y de pronto las fauces se abren igual a un anfiteatro donde canta Juan Gabriel y los devora. Jonás. Jonás. La ballena de Béla Tarr viaja sobre un carromato. Una carreta tira hacia Alalay. Llega el circo, con el circo los gitanos pelirrojos, de tu carne harán aretes, picadillo de carne para el desayuno de los caballos. Si supieras. Lo triste es que lo sabes y no dices nada. Callas como sor Juana, te han dicho que te calles. O no te importa…

Despierto. Suena una mosca como antenoche los morteros: ssssssss, zzzzzzz, shshshshsh. Chistean antes de matar. O de morir, porque cuando una granada estalla, muere, se desintegra, pierde el cuerpo redondo y sólido de las chicheras de Caracota.

Sigo volando, sobrevolando, hasta que me estrello, apenas bajando hacia el abra que cruza hasta Sacaba. Pingajos de carne que disputan los jilgueros cabeza negra, los monjes de las aves, casi dominicos en auto de fe.

La sábana espalda se mueve. Susurros en inglés de Leeds, de Yorkshire. Apuro la copa que queda sobre la mesa, no sea que me la arrebate el general, o la mujer resucitada, o amigos que vienen a quitarme los vasos mientras entonan desesperadas canciones de amor.

Leonard Cohen. Un auto que corre de crepúsculo a noche. So long, Marianne. Me he desviado del camino, no sé cómo volver, no hay balizas para mi retorno. Despego entonces, ya dispuesto, hacia arriba, siempre arriba, misil tierra-aire que caerá más tarde en forma de lluvia, sobre maíces impertérritos, ajenos, fríos.

Caravaggio.

25/08/2014
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Publicado en MADRID-COCHABAMBA (Cartografía del desastre), con Pablo Cerezal. La Paz, 2014; Madrid, 2015
Imagen: Jean Arp

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