Little darling


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La muerte sobrevuela el frío con densas alas de cuervo. Una lechuza enana grita desde la punta de un aspen deshojado. Las únicas sombras de la calle son mapaches, a veces mendigos, a ratos ciervos perdidos en la ciudad, llegados por sendas de arroyos desde bosque y montaña. Osos negros también, más por comida que por confusión.

The Diamonds cantan Little Darlin', 1957, aunque me gusta más la versión de The Gladiolas, del mismo año. La habré escuchado en la infancia porque cuando la oigo sonar me traslado. La sin nombre produce golpes de aire con las oscuras alas del destino. Viene, claro que viene, pero hoy la repelo con la “pequeña querida”. Más que el cuerpo quiere la memoria; ahí radica el real destrozo. No he de cedérsela aún, todavía me pertenece, la recreo, la invento, tejo el pasado con el presente y junto el aroma del comino a tus cabellos de azafrán. Me gusta la mujer con perfumes caros. Y me gusta que huela a arroz tostado, a cebolla en caramelo y con entrebrazos semejantes a maraña de mangles. No peco de ortodoxia. Amo el sexo femenino rebalsando los calzones, floresta de luna que ofusca la noche, pero las horas han traído otras épocas y mientras más limpio se muestre el tesoro más ávidos andan los cazadores. Sin afeitar en la cama de la calle Venezuela; afeitada en la magra jungla de Bella Vista. No eres única, cuando te hablo de tú son ustedes, y no es que se entremezclen los placeres y su recuerdo sino que entre todas hacen una magnífica Carmina Burana de voces y el reloj se detiene. Un cucú canta en las colinas de Singen; el mismo cucú pero otro susurra en los adustos ladrillos de Leeds o muestra un inolvidable cíclope debajo del algarrobo de Colcapirhua. ¿Y así quiere cazarme la muerte? Cuando me protegen los duendes del amor, cuando son muchas las faldas en las que puedo esconderme jugando al cobarde. Ella ni me buscará y menos encontrará en el exquisito fuego del incienso.
La vida se agita debajo de los hielos.

La otra vuela en círculos como lo hacía en el campo de guerra de Shiloh.

Anoche, mientras manejaba, iba construyendo un texto que olvidé horas después. Quedaron resabios, despojos literarios, buenos para armar un quilt. Sí, recuerdo que me puse de tarea comenzar a transcribir mis Cuadernos de Norteamérica, originales que creí perdidos en tanta diáspora. Pero están, ahí están, doscientos o trescientos escritos breves, flashes del país a partir de 1989. En ellos, como tampoco hoy, hay mística. No me seducen Pachamamas ni Odines a no ser como referencias. La emoción no acepta sagrados ni bridas. Pobre de ti si cedes a la creencia de lo superior. Todo es nuevo y nada permanece. Esa la metáfora del Diluvio. Cuando el pobre Noé vio que se construiría de nuevo lo mismo destruido, se emborrachó. El Verbo navegaba sobre las aguas; el vino, agua. Las trompetas de Jericó sobrecogen como las momias chachapoyas colgadas de los riscos. Me dices ven y abres las piernas. El verbo flota sobre las aguas. Abreva el mulo para no morir de sed.

Danza circasiana. Luego derviches. Gabriel contaba que los “cholos” jefes bailaban cumbias lentas con hombros y brazos como de zopilote. Cholos del narco, cabeza casi escondida entre omoplatos levantados. Puro machos, danza de hombres y pistolones. Un revólver abre sus muslos a la muerte.

Pequeña querida, canción de cuna casi. Me produce la misma sensación escuchar Pretty Woman, en voz de Roy Orbison. Puede ser Cochabamba en 1965 o Arlington, Virgina, en 1989. Sugieren que el tiempo es una abstracción. Me gustaría creerlo pero me confiesan que los dedos de una que amé hasta la insania se curvan en forzados corazones. No se curvan por amor sino por ruina.

Alas negras de cuervo, densas. Me escondo de ellas detrás de un fantasma femenino que desciende por la avenida Florida en noches de tormenta de nieve, siempre caminando hacia atrás. La cuervo madre no le presta atención; tampoco a mí que marcho aferrado a ella mirando de reojo para no caer. El espectro está más helado que invierno. Más solo. Mi calor al juntarse se evapora, como si fumara a escondidas.

Niños, fumamos tallos de lacayote creyendo ser la última rebelión. Sentados en poyos de eucaliptos, de molle y sauce. Sauce llorón de enfrente. Tiene un moscardón de cuerpo negro y cabeza naranja, como si lo hubiese pintado Warhol.

10/02/2023
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Imagen: Jean-Michel Basquiat/Riding with Death

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