Resignación


Márcia Batista Ramos

También mueren los lugares donde fuimos felices". Julio Ramón Ribeyro

En aquél preciso momento, él no quería estar allí, en el pasto, echado con una gramínea entre los dientes, mirando las nubes, preferiría estar caminando en la Fifth Avenue, desde el Flatiron Building hasta San Patrick, mirando las tiendas de suvenires baratos. La frustración era tanta que, él se sentía como un león enjaulado en un espacio diminuto. Trataba de gritar al mundo su importancia y éxitos. Él era un hombre que vivió toda su vida con la certidumbre de que todo lo que hace es meritorio y que el mundo es incapaz de reconocer la grandeza de su obra. Le gustaría que la muerte preserve su memoria, pues sentía que, la arena de su ampolleta vital, se estaba agotando y cuando se extinguiera, inicialmente, unos cuantos hablarían sobre su vida y obra, luego unos pocos y después casi nadie.

Le apenaba dejar un legado tan impalpable para sus hijos, y no un techo. Los hijos tendrán que hacer su camino, la herencia no servirá para que coman o para que vivan. Heredarán una especie de algodón dulce, que siempre sabrá a poco, su obra y su nombre. Ese pensamiento, le hacía sentir la dificultad de ser, por la dificultad de existir y de construir para mitigar el camino de aquellos que él trajo al mundo. Eran pensamientos que le angustiaban, de nada le serviría tratar de negar el tiempo o justificar sus actos; la verdad es que no quería estar allí, prefería estar en la plaza Blanche o Pigalle, con sus luces de neón anunciando shows y sex shops, tal vez, hablando el precio con una prostituta para perderse en sus carnes, solo cuerpo, un momento sin alma, sin futuro.

Mientras estaba allí, bajo el cielo, echado, mirando las nubes que reflejaban su poco futuro y el desperdiciado pasado, sintiéndose como un alma en pena que no sabe cuál es su lugar, tenía la certeza de que la vida es apenas el recuerdo o reflejo crepuscular, falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable, por eso el enorme peso de la vida le cortaba la respiración a momentos, después respiraba hondo y movía la gramínea entre sus dientes y recordaba que el mecanismo de la muerte no descansa; trataba de alejar sentimientos más oscuros, mientras observaba que su propia vida se esfuma como vaho.

Estaba seguro que Dylan Thomas tenía razón cundo dijo: “y aunque ellos estén locos y totalmente muertos /sus cabezas martillearán en las margaritas;” porque la muerte no es el fin. Tenía la certeza de que cuando la muerte le alcance irá a parar en aguas profundas, con anemonas y sirenas, en esos lugares donde no existe Dios. En aguas de otros mundos. Solo así podrá purgar los abusos que cometió por su mezquino egoísmo, y lo peor, fue no pensar en el futuro de los hijos, como enseña la tradición judío cristiana que impregna el pensamiento común.

Un zumbido, impertinente, de un insecto se aproximó, para sacarle de los pensamientos en que estaba absorto y para recordarle que la vida tiene infortunios inesperados, paro los cuales él nunca estuvo preparado, y resignado, pasó el sombrero pidiendo una ayuda a los parientes, amigos y conocidos, sin importar ser incómodo. Después, sin importarse con la maledicencia de la gente, se dio modos para hacer bellos viajes y nunca evitó presumirlos.

Pensó que ser león y estar en una jaula diminuta, es como estar cerca del propio fin y no tener condiciones para cambiar la historia y tener que dejar el sueño de ser inmortal para que un diccionario mencione su nombre. Las memorias de todas las cosas que otrora fueron, pasaron como la nube que fue a unirse a otras para formar un espejo gris en el cielo, que reflejó la metamorfosis del tiempo en su cuerpo y rostro. Inmediatamente, pensó que, en aquél preciso instante, preferiría estar en Krásnaya plóshchad, camino al café… Fue entonces que, unas gotas de llovizna motearon los cristales de sus lentes y pensó en los ríos del cielo que querían bajar a la tierra para llegar a ser mar. Sabía que tal vez, algunos logren, otros se quedarán como pequeños charcos en arrabales, los demás se perderán al escurrirse de los techos a las alcantarillas, porque así es la vida. Tal vez así, quiso Dios.

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