Márcia Batista Ramos
Una postal del apocalipsis:
Caminaba por la plaza de la ciudad gastada por el tiempo, con su arquitectura colonial portuguesa, que, recordaba un escenario de cartón, tal vez, por la cal en las paredes contrastando con los marcos de puertas y ventanas, coloridos. La apariencia impasible del lugar, sumada al silencio de sus habitantes, resultaba incómoda, bajo el sol febril de la tarde de enero.
Pareciera que el futuro nunca llegó al centro histórico de la ciudad, y, tal vez, a juzgar por la pobreza que puebla la región, ellos se paralizaron en el pasado. Se mantuvieron congelados por más de 300 años, bajo el sol sofocante al oeste del meridiano de Greenwich.
Mientras caminaba por la plaza (vacía) avisté una pareja de espaldas a algunos metros, que caminaban lentamente, agarrados de la mano. El hombre de cabello blanco, de espaldas parecía flaco, andaba un o dos pasos delante de la mujer, una enorme gorda de baja estatura, que parecía ser arrastrada por el hombre.
Paré, mientras los observé inmersos en el paisaje de la plaza perdida en el tiempo, e imaginé ver una postal del apocalipsis. Los observé hasta que desaparecieron cansados, cruzando la calle. Pensé en el fin catastrófico que conlleva la desaparición de los cuerpos. En las caricias engullidas por el tiempo y en el triste final de la mujer que, seguramente, fue bonita y atractiva, antes de perderse en sus circunstancias y dejarse arrastrar como una masa sofocada en sí misma, hasta el más amargo fin.
Hecatombe:
El silencio, perturbador, en la plaza, probablemente, podía estar relacionado al sacrificio casi religioso y solemne que cobró gran número de víctimas en los últimos años, nos obligó a ser más distantes, solos y flacos, para no ser un posible paciente de alto riesgo. O quizás, los dioses, se imaginaron que nuestras vidas eran inútiles y decidieron que deberíamos viajar para hacer turismo al más allá, para mantener las plazas silenciosas, impasibles, bajo el sol crujiente de verano.
Donde estuve parada, las palmeras que adornaban la plaza, daban sombra a una estatua de bronce de un mártir, héroe o prócer del lugar, y, junto a ella, había una placa también, de bronce, donde leí hecatombe: es un suceso trágico en el que se produce una gran destrucción y muchas desgracias humanas. Empero, nunca supe lo que realmente, estaba escrito.
Sobreviviente
Estar parada en aquella plaza, donde todo parecía silencio, era como estar en una pequeña cápsula del tiempo. Miré para la acera al frente de la plaza y vi que la iglesia blanca yacía impávida bajo el sol quemante, con las puertas de color celeste cerradas.
Los feligreses no deberían buscar consuelo en sus ancianos asientos, ante sus eternos santos, a cualquier hora del día o a cualquier día. Nada los salva fuera de horario determinado.
Más que turista, me sentía una sobreviviente, allí en la plaza triste, de la ciudad triste, donde los únicos transeúntes (tristes) que avisté, habían desaparecido en su letargo estival.
Presente continuo
Lentamente, como la mujer gorda que parecía ser arrastrada, empecé a dirigirme al centro de la plaza dónde encontré una picota, o sea, una columna que se utilizaba para exponer los reos a la vergüenza pública, y las cabezas de los ajusticiados para que sirviesen de escarmiento. Como la plaza era de colonización portuguesa, aquella picota era llamada “pelourinho” y en tesis, tenía el mismo significado que picota; pero, en la práctica era solo para los negros esclavizados; como símbolos del poder público, era el lugar de castigo para los negros esclavizados que luchaban por libertad y para los hombres blancos que fueran homosexuales.
Miraba la columna de piedra mientras pensaba en el pasado horrendo de castigos y vejaciones públicas y me daba cuenta de que, la mayor parte de los hombres negros del país continente, nunca tuvieron futuro, desde que fueron traídos como esclavos, siempre permanecieron en un presente continuo; resumido: les quedó seguir viviendo bajo diversas formas de esclavitud y azotados por otro tipo de látigo, que se llaman pobreza en el eterno presente continuo, amputado de futuro.
Tedio
Miré la hora y me percaté que el tiempo casi no había pasado, desde que había llegado a la plaza pasaron casi cinco minutos, empero la sensación de malestar y fastidio provocada por la atmosfera del lugar, seguramente, por las energías acumuladas allí durante siglos, me sofocaba y me daba la idea de haber permanecido mucho tiempo en aquél espacio. La mezcla de las energías de amor y dolor, seguramente, pueblan las plazas antiguas y ayudan explicar el tedio que me carcomía.
Somos monumentos y turistas en el mundo
Caminé al lado opuesto al que ingresé en la plaza, percibí que alguien me observaba, di la vuelta y no vi a nadie, pero la sensación era más fuerte. Empecé a caminar más rápido, abandonando el escenario antiguo y a su manera adolorido. Se me apoderó la certeza de que alguien me observaba. No podía hacer nada al respeto, entonces tuve la certeza de que siempre somos monumentos y turistas en el mundo.
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