Noticias de la comarca


-Joven, ¿dónde es el velorio? - pregunta una chola antiquísima y gorda como un cachalote que apenas resiste sus pies apoyada en su nieta, una niña flaca como un álamo que rozará los diez años. Había fallecido, “en la montaña”, “la señora de los dos perros” (uno, tenía el rostro mordido, me aclaran). Andaba siempre agachada ¿no la recuerdas? La occisa sería centenaria o algo así.


-Abajo- responde el Iván. Abajo puede ser cualquier lugar dentro de la inmensidad del valle que se abre, precisamente, allí abajo.

-Ah, bueno- dice la chola y se va rengueando con la niña flaca por la calle de tierra polvorienta y el sol hachando.



* * *



Abajo, hay fiesta. Celebración. Es el día de Huayllani, que así se llama uno de los abajos. Hay banda -lucen unos esplendorosos pantalones rojos con casacas blancas que brillan desde la ladera desde donde los divisamos, el sonido de la trompetada se escuchaba desde más adentro, en medio de los cerros- y en el atrio de la capilla bailan con devoción y gracia unas treinta parejas de comunarios. Huayllani manta: buen día para celebrar. Coincide con el Señor de la Cruz -el Cristo católico- y con la ceremonia de ofrenda a la Chakana, a la Cruz del Sur, una fecha clave del calendario ancestral de los Andes. La fiesta sigue allá abajo, mientras estoy escribiendo. Seguirá hasta la noche y toda la noche, hasta que amanezca. Seguirá eternamente: hay asuntos que se llevan tatuados en el alma, son cosas de los pueblos que tienen identidad y la defienden, pueblos que no se rinden.



* * *



A La Paz, Bolivia, con la Carolina, llegamos juntos un 3 de mayo de 1987. En un tren. Ella, media muerta de frío. Era una alegría ver la ciudad desde el vagón. Era un prodigio. Casi un milagro después de tres días de traqueteo y ver (casi) todo el tiempo plano, plana la llanura argentina, plano el altiplano. El casi es por Tupiza, porque la quebrada de Humahuaca y su portento lo atravesabas de noche. Por eso, cuando apareció La Paz en su hoyada, como el Isico de Chuquiago, la película del Antuan, nos quedamos mudos: allí estaba nuestro destino de viaje que, no lo sabíamos, iba a cincelar y a labrar el destino de nuestras vidas. Porque, desde hace 36 años, aquí nos quedamos, aquí nos estamos.



* * *



Kusch: el viaje, el mismo viaje, el de Introducción a la puna en su Indios, porteños y dioses. Lo leí muchos años después, ya viviendo aquí, morando en las alturas, pero cada palabra del viejo la suscribo: es así, fue así, seguirá siendo así. Hay una fiesta eterna allá abajo.



* * *



En la quebrada, antes de reencontrarnos con el Iván, pasaron cosas.



Donde estaba la serpiente de madera que honraba al Amaru -que las lluvias se la llevaron hacia donde está él-, ahora apareció una cruz, una cruz precaria, pero cruz al fin, encima de un túmulo. No diré más.

Luego, apareció una mini apacheta alucinante. Estaba en el suelo, en el fondo de la grieta, y no medía más de diez centímetros de altura. La vi bajando un pequeño risco y no podía creer lo que estaba viendo. A su lado, estaba una tumba (tumbita) al estilo Mollo del Umasuyu profundo. Son señales, puras señales, del más allá y del más acá también.



En la apacheta de arriba, la que preside Umapalca desde las alturas, aparecieron dos lagartijas, jararankus amados, señales de buena ventura, de aprobación, de permiso, de buena onda.



Dejamos atrás el mundo mágico de la montaña y allí estaba el Iván, el artista, mi casero de cerveza Bock fría, doble recompensa, certeza de que la vida siempre camina con dos pies.



* * *



La Chakana, la Cruz del Sur. Caminas mirando al suelo. Caminas mirando al cielo. Abajo, la Pacha te cuida. Arriba, Ella te guía. Nunca te perderás. Dejarás de sufrir.



* * *



Alguien se puso a filosofar en la quebrada y anotó con libertad gramatical en una piedra:



“Después de un tiempo te das cuenta que lo mejor no era el futuro sino ese momento que estás viviendo justo en ese instante”.



* * *



El Sepúlveda, el chilensis errante, que en paz descanses mi hermano, aseguraba en una de sus bitácoras: uno es de donde mejor se siente. Esta cita ya la usé copiosas veces, pero hoy, 36 años después, la subrayo treinta y seis veces.



* * *



Cae la noche. Miraré al cielo. Agradeceré a mi destino. El bombo retumba. Cada vez más cerca. La fiesta no cesa. La fiesta es eterna.



Pablo Cingolani
Antaqawa, 3 de mayo de 2023






Publicar un comentario

1 Comentarios