La carne de los dioses te encuentra. Andan en vano a buscarla quienes no tienen el don y no la merecen.
Los pueblos indígenas lo saben: el sincretismo religioso es la traducción del mito y de la poesía, Quetzalcóatl es la Virgen de Guadalupe. Todo el resto son mascaras indescifrables, aun no conocemos que hay detrás de ellas. Dilema de un pueblo, el mexicano, que intentaron penetrar muchos artistas, D.H. Lawrence, Malcolm Lowry, Antonin Artaud llegando de afuera, Rosario Castellanos, Carlos Fuentes y Octavio Paz, el más profundo, Juan Rulfo, desde sus venas.
“El tren que lleva a Estación Catorce viaja suavemente, desplazando gente e historias, es el viaje de la memoria: “…polvo de estrellas viejas sacuden sus mujeres con los brazos hinchados”, en el viaje imaginas encontrarte con revolucionarios a caballos, bigotones como Pancho Villa; sube en San Miguel Allende un bandolero contando historias inverosímiles: “Un inmenso bostezo de desierto arrasa con la flama de una vela y en el lamento de la obscuridad, desfilan fantasmas empuñando palo y zapapicos de antiguas almas descarnadas”. Al poco tiempo solo el coyote enfrenta el silencio abismal del desierto. Otras estaciones, San Luis Potosí, Matehuala: “Los mineros con las de amor, parten viajeros a los tiros de mina”.
Para los maraka'ames es cuestión de vida o de muerte. No sabemos si hay puertas o espejos, la carne de los dioses es guía y es destino, es fuga o es retorno. México sigue aun así, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos.
La modernidad es la flecha que ensangrentó todas las culturas del mundo. Un idioma se va y con él el misterio de sus palabras, las máscaras de la vida y de la muerte.
Maurizio Bagatin, 17 de junio 2023
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