Campos de Cliza


A mi hija Nicoletta

Esta mañana llegó el viento de agosto. No hay meses y estaciones, solo cambios brutales, inundaciones y sequía. Abre el surco el arado y el color de la tierra es compacto, parece haber desaparecido toda la materia orgánica, no hay huellas de micro y macro organismos. Perfuma la tierra a sequedad, esperando el dulce petricor que solo diciembre sabe donarnos. Funambulescos son los calendarios agrícolas y me pierdo en los Campos de Castilla de Antonio Machado: “¿No beberán un día en vuestros senos / los que labrarán la tierra?”.

Es la tierra de la mucha violencia de nuestros narradores, de Jesús Lara y Gaby Vallejo, de la Ucureña de hace setenta años atrás, un 2 de agosto del 1953. Es la tierra del maíz de dientes gruesos, el Hualtaco, del Choclo y del Kulli, mikhuna y Baco que hacen vivir y hacen perder los sentidos. Vidas y muertes marcadas por callos en las manos y miradas desdeñosas, profundos surcos en los rostros rojizos pertenecientes a la tierra.

La moría de peces en la Angostura debería ser un alarma apocalíptico, pero ya todo parece ser normal. Es la normalidad enceguecedora que ni siquiera con la peste de estos años supimos transformar.

El néctar del valle adormece la tarde, el sopor es como la endorfina. Volvemos de los campos de Cliza, el primer gajo de luna creciente flota en el cielo. Se cuenta que un día como hoy, hace cincuenta y cuatro años atrás, el hombre pisó el suelo de este satélite de la tierra. Las palabras de Neil Armstrong: “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad” hoy suenan vacías como entonces. Allá el hombre no encontró a nada y a nadie.

En el vientre de mi hija late un corazón, será otra vida para esta tierra.

Maurizio Bagatin, 20 de julio 2023
Fotos: Campos de Cliza




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