Pablo Cerezal
la noche, hoy: este ángel decapitado en los centígrados de que hacen fermento todos los festivales musicales del verano, desconociendo el riesgo de bisturí que anida en algunas canciones
mis alas talladas a base de deglutir, en los banquetes de la vida moderna, ancas de anfibio que surfea acordes para, luego, descubrirse desplumadas en carne escueta y piel de ave cuando el invierno les viste melodías de música que no lo es
pero todo vuela, qué cosas, así es la fuerza gravitacional cuando incomprende sus propias reglas:
marra de miradas que se enredaron en junglas sin más agua que el regadío saliva que, antes de irrigarte tajos de espiga, tricotó redes marineras en mi estómago, ansioso por parirle peces a tus falanges tal como inventaban, marinos de estanque, dragones a las cartografías de la mar que desconocía su cabotaje
porque los límites son políticas, familias, cotidianías que arraciman la costumbre a riberas y becerros de la nada coyuntando con la urna, la copa adulterada, el ya llego y el hoy es un mañana acostumbrado al vuelve a ser ayer, mientras aúlla la música sin alma, el lamento, el ya se verá, la sonrisa de la costumbre y el beso al otro que la repetición elige, y tan lejos y allá, en algún paraje norteño, pastan ovejas huérfanas de pupilas, intentando rememorar tanta luz de fronda en ese germen que araña sonrisas roturándole el latido a todo el rebaño
todo viaja y yo emprendo singladuras de gin y café espeso, y me saben las arterias a curry de las indias mientras desprecio la mirada asiática que no te supo mirar porque no terminaba de estallarte el iris la fruta que te deseaba ofrendar: desventrada y expuesta, cual disección de mis arterias, pero muy otra, siempre tan ajena como un extranjero que turistea sin saber dónde tiene el pie derecho
y a la sal le permito engalanar el oleaje de este tequila añejo que no comprende ningún viaje sin tu jauría de sonrisas como manada de caballos mordiendo rodajas de mí, rodajas de mi cabello acobardado contra el paredón de la nada, tal vez en blanco y negro, que da bien en la fotos de otro tiempo y otro rato
y sé que equivoco el paso bailando siempre a destiempo, que sin decir mal digo error o ausencia, que tampoco sé bailar porque tus caderas moribundan balbuceos a mis piernas
pero no me culpes:
es el reloj, funcionario que contabiliza todos mis desaciertos llevándole la contraria a esta heroicidad cotidiana de esparcir migajas sobre el mantel milagro de tu cuerpo soñado cuando el hambre, cuando la danza del silencio, cuando siempre, aunque siempre tarde y a destiempo
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Publicado originalmente en el blog del autor, vislumbres de El Dorado (23/7/23)
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