La pesadilla es duradera. El sueño de Emiliano Zapata no pudo, ni aquí ni allá. En las tierras de propiedad del Monasterio de Santa Clara, administradas por diferentes arrendatarios y trabajadas por los pegujaleros, por el pongueaje, nada más que la esclavitud de entonces, hace setenta años inició la descampesinización de Bolivia. Muchos objetaran. Hay que ir leyendo al Jesús Lara más profundo, leer el pasado que describió el futuro, Yanakuna.
Todo va resumiéndose en la breve oración que vislumbró una época, en el quechua del visionario Carlos Medinaceli: “Chaupi p’unchaipi tutayarka”. Seguimos ahí a pesar de las muchas ilusiones vociferadas por aquí y por allá. Es el silencio del campo en la erosión de su tierra, en las réplicas de modelos ya obsoletos, en las tristezas de los huasipungos. Ucureña es vacía y sin vidas, un museo de lo que no se logró hacer. También la chicha ya se está elaborando con maíz importado, como el pan que comemos, hecho con harina de otros países.
Queda la alegría en las fiestas, refugios efímeros y malditos, en las borracheras de los nuevos negocios. El desarrollo y el mito que toda política no supo nada más que ofrecer como limosna, “cambiar todo por no cambiar nada”, decía la voz del cambio desde otro sud de la tierra. Siempre el sud, que se hace sueño de un norte adormecido, en las visiones de Gauguin y de Rimbaud.
¿Cuál escenario ofrece hoy el recuerdo del ayer? Mientras ya sabemos que la historia de los pueblos es siempre la historia de su clase dominante.
Maurizio Bagatin, 2 de agosto 2023
Fotos: …el cielo, el campo y el huasipungo de ayer en el Valle Alto
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