Del agua del Tinajón: Yuraima Trujillo Concepción


Amalia Cordero 

En Cuba atrae la ciudad de Camagüey, esa que continuamos llamando Ciudad de los Tinajones. Aunque la mayoría de ellos los encontramos como adorno, en los jardines, forman parte del patrimonio familiar que como raíces profundas marcan hitos de la historia. Tener uno de estos aljibes o muchos, en el jardín es una costumbre de siglos, una solución a las necesidades cotidianas de la escasez de agua. De allí traigo una poeta y escritora. Ávida de absorber la vida que la rodea, extrae de sus tinajones, letras, palabras, metáforas e historias a las que agrega, como hábil tejedora, la transparencia del agua donde se ha reflejado, y nos deja una poesía concisa y segura del mensaje que guarda. Son obras bien hilvanadas que nos arrastran durante su tránsito hasta dejarnos sorprendidos, cuando ella escribe el punto final


Yo morí en octubre

A mí me cosieron la boca 
una tarde de octubre. 
La aguja rompió la piel contra la herida
el hilo ceñido a su ojo unió ambos labios 
y en un intento final de parir primaveras, 
gotas de sangre tiñeron las hojas del otoño.
Después vino la noche 
con un cendal de pecas sobre su tez negra 
y la media luna adornándole el cabello. 
El enterrador silbó una tonada triste 
de gaviotas sin mares, 
de una copa tardía en aquel bar lejano, 
de mi sangre pariendo primaveras
sobre las hojas del otoño, 
el hilo, 
la aguja... 
A mí me cosieron la boca 
una tarde de octubre.



Parir Tulipanes

“Yo soy un sapo negro con dos alas”. 
 Baldomero Fernández

La noche separó mis piernas 
 con sus manos de plata, 
 puntas de estrellas hincaron mis senos. 
 Algo suyo ha de habitarme y lo busca, 
 ahonda 
 exhala suspiros, 
 se enreda desde mi sexo hasta la garganta. 
 La noche vio a una mujer parir tulipanes rubios 
 pujar un campo de yemas 
 con una lágrima roja en los pistilos. 
 Pero yo no recuerdo los matices de la luz 
 ni germinan bulbos dorados en mis entrañas. 
 Abrazo la paz que petrifica 
 aun cuando mis alas mustias 
 me llevan al borde del abismo. 
 ¡Pobre de mí, que no sé caminar en la planicie!
 ¡Ay de la sombra!, que quiebra su última carta 
 ceñida al cuarto menguante de la luna 
 y se evapora como en un suspiro. 
 Soy la criatura que hizo llorar a la noche: 
 Mi corazón solo puede parir tulipanes negros.



Semillas al viento

No recuerdo cuando llegó la rara ave por primera vez, a picotear los insectos pegados al cristal de la ventana. La casona es una edificación vieja, de muros manchados por el tiempo y algunas yedras serpenteando desde la base hasta la cúpula. Cuando el viento bate fuerte se siente crujir cada esquina de la construcción y uno podría creer que se escuchan voces cuando hay mucho silencio. Es por eso que nadie la habitaba, cuando la compré su valor era tan bajo que no dudé ni un segundo en cerrar el trato. Por mi oficio de escritor no existe mejor lugar para perderme en mis pensamientos, abrazado por el silencio y una soledad que a veces llega a pesar. 

La tarde que la desconocida ave casi rompe su pico contra mi ventana, fue la primera vez que me sentí acompañado. Era toda azul, con ojos como de persona que me miraban fijo. Busqué algunas semillas y, con cuidado, para no espantarla, abrí de para en para los ventanales de cristal. No escapó, ni siquiera revoloteó un poco, permaneció impávida, como si hubiera estado esperando. Coloqué las semillas en la mano y alargué hacia ella mi brazo. Ni siquiera se molestó en mirar lo que le ofrecía, con un batir repentino de alas paso volando sobre mi cabeza, se coló en la habitación y fue a detenerse sobre la mesa de trabajo. Era bastante inusual aquel comportamiento para un ave de su tipo, pero un poco de compañía a veces hace tanto bien, que termine por aceptar a la nueva inquilina sin darle más vueltas al asunto.

— ¿Te apetece comer algo, no sé, quizás seriales, granos de maíz? —dije en la noche, cuando me disponía a comer y ella seguía mirándome fijo. Me reí de mí mismo por la idea infantil de hablarle sabiendo que no podía comprenderme. Pero me equivoqué. Dio algunos brincos hasta mi plato y tomó para si un trozo de carne que engulló con rapidez. Desde esa noche comencé a poner en la mesa un plato también para la criatura de plumas azules. Al caer la medianoche se acurrucaba junto a mi almohada y me dormía viendo sus ojos clavados en mí. Desde la tarde justa de su llegada, comenzaron a morir las yedras que presionaban la casona, las manchas oscuras causadas por el tiempo se desprendieron sin dejar rastro de que en algún momento estuvieron allí. También desaparecieron las voces y el crujir que parecían ir y venir con el viento. De alguna manera todo parecía más bonito. Comencé a salir un poco más de la antigua edificación, dando con mi nueva amiga breves paseos por la arboleda. Volaba a ras del suelo, como si siguiera mis pasos. Poco a poco fui necesitando ver sus ojos inusuales a la hora de dormir, y su picoteo divertido en el plato de comida sobre la mesa. Aunque parecía que había logrado domesticarla, jamás me permitió acariciarla y me surgía el temor de que una tarde cualquiera decidiera marcharse, tan repentinamente como había llegado. 

 Terminé de escribir mi novela con ella a mi lado, siguiendo con la vista el movimiento de mi mano escribiendo sobre el papel. En su compañía las palabras parecían brotar en torrente, sin esfuerzo, como si una voz mágica dentro de mi mente me dictara las oraciones precisas. Cuando puse el punto final del último capítulo, me miro fijó y puedo jurar que su pico se torció un poco, intentando sonreír. Supe que el día al que tanto temía había llegado, porque por primera vez desde su llegada caminó hacia la palma de mi mano, y rozó su cabeza contra ella. En la noche intenté mantenerme despierto todo el tiempo que pude, pero fui cerrando los ojos, con su mirada clavada en mí, hasta quedarme dormido. En la mañana ya ella se había marchado. Una pluma azul sobre mi almohada era el único recuerdo de que todo aquello no había sido un sueño. Esperé durante días su regreso, pero no volvió. Ya comencé a escribir mi segunda novela, las palabras no fluyen como antes, la yedra ha comenzado a subir por el cuerpo de la casona, que vuelve a mancharse de negro. Un chirrido agudo brota de todas partes, como si la casona gritara de dolor, y las voces han vuelto a cantar con el viento. 

 Yo las ignoro y lanzo mi puñado de semillas, con los cristales de las ventanas abiertos de par en par.



Yuraima Trujillo Concepción

Nació el 17 de julio de 1986. Camagüey. Provincia Camagüey. Cuba. Pertenece al grupo literario camagüeyano: “La Rueda Dentada.” Premio nacional Mundo Marino 2008 (Cuba); Mención en cuento para niños en el Concurso Carmen Rubio 2022 (Cuba), Mención de Honor en el 79 Certamen Internacional de Poesía y Narrativa “Camino de Palabras” (Argentina); Premio y Mención con poema y cuento, respectivamente, en el “l Concurso Pasos de Océanos” (Cuba); Premio en el concurso de relatos de la Fundación Ateneo de Triana (España); Premio en el concurso Benigno Vázquez (Cuba). Su obra ha sido publicada en varias antologías tanto cubanas como extranjeras. Textos suyos aparecen en revistas literarias de México y España, tales como: Liquor Paper #3, Revista Rigor Mortis. Mimeógrafo # 126 y # 127, Revista Alborismo .Tiene publicado los libros La Noche es una Mujer (Cuentos eróticos-2007) y La niña de la casa.


Imagen superior: Prensa latina

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