A Carolina
Bienvenidas y despedidas se suceden: la vida es así, cuando alguien se va es porque otro llega, me aseguró Cazuza para siempre. Y es verdad, y está bien que así sea y uno, simplemente, debe sentirlo, sentirlo profundamente, hasta el final, y eso: para qué mentir/se (Caetano), para qué llorar (Masetti, el comandante segundo), para qué enrollarse (yo) si la vida es corta (J.J.Cale) y el único deber que tenemos para honrar a quienes bien recibimos y a quienes despedimos, hasta más luego nomás, es vivirla.
Así la vida, así nuestra vida, y por eso, frente al esplendor del día, la majestad del sol que deslumbra, ese que siempre alienta y vitaliza, nos fuimos con la Carolina a celebrar la jornada y la vida, a memoriar a los nuestros idos y a agasajar a los nuevos, al poderoso, al bienaventurado, al siempre desconocido, país del salitre.
El país del salitre sólo existe en nuestros corazones y en la poética que intento comunicar. El país del salitre no necesita existir más allá. Sus confines son nuestras ansias de vivirlo y su capital es ubicua, a veces está en nuestra piel, otras en nuestros ojos, a menudo se trepa a nuestros pies y los baquetea, hace que vibren, los conduce: el país del salitre es un país en marcha, una pequeña y fervorosa gran marcha (Mao), una marcha incesante, latida a cada paso, serena y salvajemente (Sui Generis, mi versión).
Sabes que lo transitas, que lo vives, que se mete en tu cuerpo para sentar su soberanía invisible pero cierta cuando el sabor acre del mineral impregna tus labios, tu lengua, tu garganta, se mete en tus pulmones y tu estómago, va blindando tu cuerpo, lo fortalece con la sal de la tierra, vaya metáfora, vaya agasajo, vaya saberse honrado de tamaña muestra de fe, de alegría y de esperanza.
Porque eso es indudable: el país del salitre, que no existe en ningún mapa, los lugares verdaderos no figuran en ellos (Melville), es un país devocional -recuerda: sólo la fe mueve montañas (Jesús), es un país sentimental y es un país existencial porque de nada sirve, escaparse de uno mismo (Moris), menos que menos del país del salitre.
Entonces, vas, entonces, vamos, entonces te sumerges en las coordenadas, las latitudes, las angosturas, las inmensidades, las huellas, las grietas, los peligros, los hallazgos del país del salitre y sabes que nada te es ajeno porque has encontrado un espejo de tu vida, de tu vida así, de tu vida entendida como energía y como pasión que la nutre, y entonces, vamos, una y otra vez, porque sabes, sientes, tu corazón lo dicta, que siempre, en el país del salitre, encontrarás otro yacimiento de dicha, otra veta de ilusión, un nuevo sueño, algo que te alimente el alma, algo que haga retumbar y redoblar tu ajayu, algo bueno, algo bello.
Es que el país del salitre es, debo decirlo: el país del salitre es extremadamente bello. Atesora esa estéril belleza de la desolación (Lawrence) que es la más bienvenida de las bellezas. Allí, verdaderamente, andas acariciando lo áspero (Divididos), allí sientes que el rigor alumbra, que el sacrificio florece, que no hay nada que te impida caminar, soñar, seguir vivo, viviéndolas a esas piedras, su paz (Camus) y su destino.
Porque vamos y venimos por nuestras heridas (Belgrano Rawson), vamos y venimos, yendo y viniendo (Ugalde) pero de lo que nunca debes dudar -esa es la fe- es que esas piedras y vos, nosotros, venimos todos de la misma matriz, el mismo parto, la misma odisea cósmica y así, hacia allá vamos, volveremos (carajo), allí donde en comunión galáctica volvamos a encontrarnos, volvamos a abrazarnos todos.
No hay culpa, no hay dolor, ni pena, ni miedo (Zurita) en el país del salitre.
Cuando llueve, en verano, las aguas borran la maldad (Spinetta) del mundo y la vida del país del salitre se llena de nuevo de sapos y de lagartijas, alguna serpiente: la vida no se rinde, renace siempre.
Y de eso se trata, simplemente. Sólo se trata de abrir los ojos, sólo se trata de sentir, sólo se trata de darse cuenta.
Ahora es invierno: escribo esto con una ilusión desbordada: sólo quiero volver a ver a los renacuajos, a los wawa hampatus, agitarse en las pozas, pelearla, vivir. Ya será. Mientras tanto, me lleno de asperezas, de soles majestuosos, de salitre, de puro salitre: la sal de la tierra, nunca, nunca, nunca te olvides.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 29 de agosto de 2023, el día que cumplo 60 años de estarme aquí, en la vida.
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[1] Blues del desierto. Un día, Alí Farka Touré, un músico, genial, guitarrista, de un país llamado Mali, allí donde resiste Tombuctú, otro país del salitre, pero por el lado africano (sub sahariano) de la vida, se unió a Ry Cooder, otro guitarrista, y parieron un disco -doble- que se llama así. Siempre es lo mismo nena (Pappo): la obra te devela mundos insospechados desde nuestro lugar en el mundo pero que están en este mundo (Eluard) y es el mundo del Sahara y sus bordes, un mundo que se alarga hasta el Senegal y se estira hasta el Sudán y el Mar Rojo, ese que se abrió para dar paso al señor Moisés. Me encontré con esas músicas en Madrid, a fines de los 90s, cuando tuve el privilegio de emborracharme con los negros de la Guinea, de la Guinea Ecuatorial, en un bar o algo así a donde me condujo un loco, un loco argentino, que conocí, primero por internet, y luego en otro bar a una cuadra de la Gran Vía, y de allí al destino donde te conduce la vida. De repente, el bar o algo así se llenó de africanos y luego, y también de repente, estábamos todos bailando y aullando con ese fervor que sólo tienen los negros (Kadafi), los abuelos y los padres del blues, del R&B y del rock and roll. Ry Cooder es más cercano a nosotros, diría el Zamba; ¿quiénes somos nosotros?: su guitarra conduce la banda sonora de esa película, Paris Texas, del señor Wenders pero donde mete su púa y su genialidad el señor Sam Shepard (nota local: el mismo que vino aquí, a Bolivia, a protagonizar Blackthorn, la versión de un Butch Cassidy sobreviviente y aislado en las montañas que es de una poética invencible) y antes de que el Ry, antes del Sahara, se metiera con los cubanos a armar esa reivindicación eterna de la música isleña que se llama Buena Vista Social Club, chaaaan, chaaaan, chan, chan chan, ¡Compay segundo vive!. La vida -capitalismo global mediante- es un menú de opciones, o debería serlo. Elegí el desierto, la travesía… elegí Bolivia.
Las ocho piedras infinitas del destino en la tercera apacheta de la quebrada de Huacallani para que siempre sea en buena hora.
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