Márcia Batista Ramos
“Un milagro tan adicional como adicional es todo:
lo impensable
se puede pensar.”
Wislawa Szymborska
Espantosamente, ahora vemos la ciudad a través del humo. Hay una niebla, como un tenue velo, que se interpone entre nuestra mirada y el mundo ruidoso que no descansa. Una inundación inmisericorde ahoga a los poetas griegos; en Marruecos la tierra tiembla terminando de quebrar a cientos de vidas rotas; pero, es en Ucrania donde se apilan los cadáveres después de cada batalla sangrante; eran cándidos, eran jóvenes y murieron sin experiencia, sin amontonar sueños; murieron tristes, melancólicos, sin haber preñado a una doncella…
En la guerra (ese laborioso infierno),
Las madres sufren, de sol a sol.
Sufren, más que normalmente.
Los ejércitos reemplazan a soldados muertos por jóvenes niños, que nunca más volverán a hacer volar una cometa. Los colegios extrañarán sus risas y juegos torpes. Sin golosinas para saborear, ellos abandonaron la vida mucho antes de derramar el despecho en una mesa de bar, después de embriagarse con una botella de ginebra.
La muerte,
No será su descanso.
Mutilados y sangrantes,
tocaran las puertas del cielo.
En medio del bullicio, de las idas y venidas, están los muchos que blasfeman y los pocos que oran; también, están aquellos que propinan obscenas burlas… Mientras nosotros frente al espejo, sin decirnos una palabra esperamos a alguien que quiera asirnos por la mano, para salir a buscar el pan y la leche de cada día. Sabemos que existen muchos dolores en el mundo, incluso frente al espejo. Por cierto, los dolores del espejo, son dolores pequeños.
Silenciosos los soldados esperan
Sin lágrimas.
Con llanto seco permanecen reunidos,
Esperando que se abran las puertas del cielo.
Las armas de guerra, son majestuosos inventos para acabar con la vida. El mundo solo es esplendoroso para los ciegos de alma que no logran ver al hambre en el desarrollo de la gran ciudad. Ellos también son sordos, porque no logran escuchar los gritos de miles de personas esclavizadas. Los ciegos – sordos de alma, fueron mutilados por el consumismo de forma sencilla y vulgar.
Muchas guerras
En un mundo pequeño
Muchas madres sufriendo desde el primer sol
hasta el último,
sin poder estrechar fuertemente,
a cada hijo,
entre sus brazos.
Las campanas doblan de forma pausada e intercalada, sin descanso. Las escuchamos entre los cedros y los pinos, en los campos que se extienden a lo lejos, cubiertos de hierba o de trigo. En el sud y en el norte, día y noche el repicar de las campanas anuncian la muerte. Los campaneros se extenúan, sudan y sus manos callosas se agrietan. No hay un momento de tregua para que respiren la brisa matinal.
Necesitamos un milagro
Para detener el sufrimiento y la muerte,
Para quitar la niebla
que se interpone entre nuestra mirada y el mundo.
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