Crónica de un año


Las guerras siguen siendo las protagonistas. Luego vienen los poderosos que anteponen la riqueza a la sobrevivencia de todas las formas de vidas. Leo Illich y recuerdo la infancia, todo lo que en sus paginas describe bellamente, está frente a nuestros ojos, sus lecturas de Dostoievski, su experiencia, su secularismo. Iban descalzos y felices los niños por las calles de un mundo inocente, cantaban sus padres, sonreían sus madres. Cansancio que invade la última lucidez de fin de año, de lo que aún sigue enseñándonos la biología del tiempo.

Las mujeres de Aramasi han jugado y cantado con las mujeres de Villa Flor, las de Carcaje, a pesar de su mutación, sonríen y comparten. En sus ojos hay tristeza, pero es una tristeza simple, diluida con la esperanza, esperanza de que sus hijos no tengan que sufrir lo mismo. Desde la invasión no hubo nunca conciliación. Las mujeres de Mendez Mamata prepararon chicha para festejar una promoción, una boda, otra fiesta de fin de año. Todo se acumula, el dolor, el miedo, el conflicto y la fiesta. Luego explota y nadie sabe su imprevisibilidad.

Intento abrir un paréntesis. La calle está levemente nevada, prevalece el frio sincero que anuda la respiración y la última neblina antes del hielo. Pasos violentos de la modernización del mundo antiguo, de su colapso sin respuestas. La crisis habla etimológicamente de un juicio definitivo. Andamos caminando en las noches más largas, somos noctámbulos que han salido de una condición inhumana, la de nuestros ancestros. El olvido nos paralizó. Leo a Céline, solo en su lenguaje puedo ir reconociendo mi falacia. La sintaxis que en ausencia de buenas lecturas no complace, no denuncia, no embellece. Solo se queda como antiquísimo don de rapsodas, de aedos y trovadores. El tiempo es ahora dueño de las travesuras y de la lógica. O la normalidad.

Abro una puerta al abismo que reversa el baile y la mudez. Extrañamos siempre un mundo, el mundo que nos moldeó, nos forjó y nos esculpió. Nos hizo sin retorno. Un vacío y mucha belleza de la cual no admitimos el tiempo para su contemplación. El desmoronamiento y la erosión que leemos, el ocio necesario que la modernidad parece incapaz de concebirlo como positivo.

Antes de la lluvia el arado abre el surco y una mano firme deposita entre su herida las semillas. Ya es diciembre y el choclo navideño deberíamos verlo y palparlo, pero no, otra herida mucho más profunda nos desvela nuestro pasaje bárbaro, nuestra entropía, nuestra contradicción. El espectáculo es dueño de todas las situaciones “y me será lícito poseer la verdad en un alma y un cuerpo”.

Maurizio Bagatin, diciembre 2023
Fotos: Ruinas






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