Antípodas se dirá. Y lo son.
Al panetón le sacábamos las frutas abrillantadas mientras mirábamos las luces que no terminábamos de descubrir. Eran fiestas que duraban un mes entero. Hacía mucho frio, un frio tan sincero que puedo aun describir porque lo recuerdo: en las acequias se iba formando el hielo ya después de Todos Santos, al depositarse la neblina que ocultaba los cirios y desplazaba de sitio a los pinos de la calle que iba al cementerio; luego, de repente, bajaba la temperatura y un cristal puro aislaba el mundo vivo que estaba debajo. Afuera quedaba el musgo verde que en las mañanas encontrábamos blanco y cristalino como la nieve. Da escalofrío pensar que ya no exista.
32 grados Celsius en Cochabamba. Verano bochornoso que no entra en mi memoria. Son recuerdos mas débiles, sin la carga melancólica de una emigración. El calor no disminuye ni con la leve brisa del norte, no hay arboles que acaricien el espacio vacío del tiempo. Son solo palabras lanzadas para apagar el fuego. Frases cortas que el lápiz recorre en una hoja casi transparente, una vieja hoja de una de esas cartas que ya no tenemos a quienes escribir. Bajo el olivo encuentran un crédito los simples testimonios de este tiempo. Diría mi padre que el tiempo ya no es lo de antes.
He visto el ultimo film de Scorsese, el maestro tiene aun mucho que narrar y de hacerlo bien, como siempre logró hacerlo. Escribir historias es meterse en el laberinto como Teseo. También a Vargas Llosa le salió bien su última novela. Nadie reconoce que su único defecto es el de escribir bien. Y de eso le reprochan. La edad no es fenómeno vano, Víctor Hugo maduró como el Borgoña.
Dicen que en nuestra zona hace años que no ven la nieve. Tampoco cuando éramos niños se tocaba muchas veces, pero las pocas veces que quedó en nuestras manos, fue para siempre. Las manos de los niños nunca mienten. El pino a la entrada del patio lo puedo recordar blanco inmaculado, árbol nórdico, de mitos profundos que van deshaciéndose en primavera bajo el primer sol de marzo.
Hoy he regado las plantas, dos maravillosos ceibos que me regalaron en el mes de abril rebelde, el fresno del fondo de la casa, vieja sombra para gallos catalanes y gallinas felices, el tomate y los zapallos. Sufren las plantas, reconozco en sus hojas, en su arrugada corteza, el tiempo y la sed. He mirado el cielo antes de entrar, no hay indicio de lluvia por esta noche. Mañana el rojo del horizonte será otra canícula, la de Navidad.
Espero las llamadas desde el nord de la vieja Europa, desde la fría Suecia y de la húmeda Irlanda. Traerán noticias. Veré la nieve y la finísima lluvia en el zoom, no habrá el calor del abrazo, el beso de la noche. El frio y el calor son sentimentales, atraen y rechazan de la misma manera que sus estaciones, largas o breves en sus días y en sus noches.
Antípodas diré, y es así.
Maurizio Bagatin, diciembre 2023
Foto: Gianpietro Rosalen, Nico y Simo, 2001
2 Comentarios
Bello texto, querido Maurizio.
ResponderEliminarGracias Jorge
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