El Negroni y el Bellini. Historia de cocteles y del pie zurdo de Pasquale Padalino


A Michele, chicha y cardan caldito en Cochabamba

Ernst Hemingway se sentó frente a la laguna de Venecia. Lejos de la isla de San Gaetano podía disfrutar de su coctel preferido, el Bellini. Este sí que era el coctel que relajaba su ardor. De las colinas que miraban a Mogliano Veneto, hasta la herida más profunda iba a cicatrizar. El prosecco es un vino espumoso que cesa de burbujear al servirlo en la copa, burbujeante como Ernst de la “generación perdida”. Otro poeta de esta zona vio en su proliferación el fatal nudo corredizo del progreso. Desde el Harry’s Bar de Venecia Hemingway podía recordar trincheras, hambre y la Paris que lo hizo pobre y feliz. La irrequieta estética del poeta está hecha de conocimiento, de buena ginebra y de mucha honestidad.

Terminada la Gran Guerra, terrible matanza que hizo de preámbulo a otra masacre, en un café de Florencia vio la luz uno de los cocteles italianos más famosos, el Negroni. Una simple curiosidad, la del Conde Negroni, enamorado como Hemingway de la ginebra, cambió el curso de la coctelería en el mundo.

En cualquier boliche era el nuestro “gin tonic a la Hemingway”, casi solo ginebra con un limón pincelado con agua tónica; tardes tórridas de veranos acompañadas de chicas creídas, Lolitas hoy en sus ocasos sin triunfos. Las noches era el cocktail del Conde, embriagadoras constelaciones, cuadros de Chagall, poesías de Verlaine recorriéndolas bajo los pórticos de Motta di Livenza.

Pasquale Padalino no fue por cierto un futbolista entrañable, pero encajaba perfectamente en aquel esquema que Zeman había ido armando en un juguete futbolístico que conocimos como Zemanlandia. El checo siempre ha sido un esteta del futbol, provocador firme con el ideal de la belleza, un poco Fiódor Dostoievski y un poco Luchino Visconti. Y a Pasquale Padalino, el checo le enderezó los pies, y aunque el padre de Michele selló al hijo este apodo a raíz de sus similares calidades futbolísticas, Michele seguía utilizando su pie zurdo para embellecer sus jugadas, gozar y hacer felices quien iba a verlo jugar.

El banquero poeta y quien dominaba el Mare Nostrum, de alguna manera diseñaron el Renacimiento. El poder de la creciente banca florentina y la Pax Venetica hicieron posible una feliz fusión, invertir en la seda, el arroz y el arte. El gusano de seda traído de la China con el arroz, permitieron que se multiplicaran las hilanderías y los campos destinados al cultivo de arroz. Arboles de moreras distribuidas por toda la Val Padana y talleres en las ciudades, Florencia financia, el Renacimiento florece.

Cuando compartimos la chicha del Valle Alto o un vino de Tarija, la primera con un cardan caldito y el segundo con un plato de pasta, es un encuentro de cultura que embellece sabor y saber, sabores y saberes. La belleza es una cuestión política, una elección, entorno a una poesía giran nuestras vidas, el miedo y el dolor la acompañan. Mientras las vidas se repiten, interminablemente. Solo los sujetos cambian y los éxitos y los fracasos, también.

Maurizio Bagatin, enero 2024
Imagen: Marc Chagall

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