Hablando de Nápoles. La polis nueva que aún no encuentra una arché, su origen que está entre Palepoli o Partenope y que se va extendiendo en un misterio vago, nunca en un drama. La poesía que ha escrito mucha historia. Entramos en el Pentamerón invitados por Boccaccio.
Ahí, morbosa pasión por el lotto, cuando a falta de pan hay siempre el espectáculo. La ciudad es un teatro, un “pesebre bello, con malos pastores”, decía Gennaro, creando una dimensión fantástica de lo real, la única a la cual un napolitano pueda creer. Es siempre un argumento sin fin, un cuadro de Luca Giordano que entrega el barroco a la ciudad. Cada vez que hablamos de esta ciudad, de su historia son mil historias; callejones angustiosos, oscuros y malolientes, la sensación de estar entre los últimos, cada vez más abajo. No es para puristas y humanistas baratos, la ciudad es el baroco que logra una simbiosis con la anécdota de lo cotidiano, la fábula que se encuentra con el racionalismo de Vico, el populismo de Masaniello que va chocándose con la porcelana de Capodimonte.
Milagros por todos lados, más que San Genaro, la sangre de Santa Patricia, más que las tumbas de Virgilio y Leopardi, es Maradona. Siempre miseria y nobleza que van recitando a la mascara mas alegre, a la mas trágica, Pulcinella. Adentro de su vientre, una pizza para toda la plebe, pasará también esta noche y olvidémonos del pasado…
Maurizio Bagatin, enero 2024
Imagen: Caravaggio, La flagelación de Cristo, 1607
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