Cuarzos en extrema tensión colisionan con tímidas aguamarinas que se licuan en silencio glacial, profundo- nadie jamás entenderá ese silencio
el lapislázuli roe y pugna por ser, intuye afanes futuros, por eso se empeña, puja y raspa con febriles molibdenos entre las olas de un mar de azufre que de tanto danzar, estalla y sulfura el cosmos y lo estremece
turquesas patean y deliran y rasgan su piel frente a la masividad del ónix: todo es incierto, todo sucede y no sucede -en verdad, nadie sabe bien que es lo que pasa, por eso tungstenos enloquecidos se resquebrajan y vuelan sin rumbo, quieren escapar, pero ¿de cual abismo? ¿del frenesí hipnótico de las micas? ¿del violento acontecer de las amatistas? Hay algunos convencidos -los titanios, los ópalos, las esmeraldas: el caos cesará, vendrán tiempos de calma, la pax mineral algún día llegará
mientras tanto el caolín hierve y se dispersa sin cauce, los estaños sublevan a los feldespatos y juntos se amalgaman y se derraman, ocupando sus espacios, conquistando la nada, la nada misma
¿qué será de nosotras en esta inmemorial vorágine insensata? -se preguntan las ágatas; las memoriosas, callan
Nos concentraremos, se aseguran los complicados plomos
Brillemos lo más que podamos, se proponen los audaces oros, deleitados y asombrados con la sal cuajada que tatúa el vacío carmesí y un guijarro de esperanza, pero esperanza al fin
De repente, con azoro, sienten que se elevan, que una fuerza irresistible los abraza, los asciende, los encumbra. Afuera, no lo saben: nieva.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 31 de enero de 2024
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