Claudio Ferrufino-Coqueugniot / LE COQ EN FER
He levantado un libro que abrí por última vez en un viaje en bus entre Odesa y Kharkiv, inolvidables 18 horas. Luego lo cerré, entré a mi hotel del quinto piso cerca de la universidad de Jarkov; después vino Kiev y tanta vida. Ahora lo he reabierto en las páginas que dejé: recuerdos de Konstantin Paustovski sobre Isaak Bábel.
Voy acomodando los volúmenes que recupero y otros textos importantes. Acabo de poner en el cuarto compartimiento un árbol genealógico de muchas páginas sobre Les Coqueugniot, armado por mi primo Robert en Francia. En la última página estamos los bolivianos, mis hermanos y yo, descendientes de esta antigua rama en el fondo de la historia. La primera entrada es de 1614 en Allerey (Côte-d'Or), Borgoña-Franco Condado, del matrimonio de un Jehan Coqueunnot, y la segunda relacionada a una tal Simonne Coqueugnot en 1615. Mucha vida sangre y lodo pasados, seguro. Apellido proveniente al parecer de “coq de village”, gallo de pueblo, “celui qui parle fort, qui est orgueilleux, voire vaniteux même un peut sot, qui sait parler aux filles”. Bueno, uno de los tantos orígenes de una planta que sin duda fue maleza tanto como roble.
La noche trae voz de mis hijas. Ambas llevan mi apellido compuesto. La ley norteamericana permite tener arbitrio sobre cómo quieres llamarte. Cambiar de nombre no es raro ni complicado. Imagino que en la burocracia plurinacional algo así llevaría tres décadas y doscientas firmas y cuatro mil errores. No culpemos a unos que todos hemos crecido así: comunales y masistas y la laya de representantes de nada, doctores, voceros, esperpentos, molinas, molinos… A lavarlos con aguarrás.
Me tienta el vicio del divino marqués de enterrar para la posteridad a sus jueces y calumnistas cediéndoles posiciones de oprobio en sus páginas. Pero me aguanto; no aguantaré cuando vea a algunos enfrente y querrán altoperuanamente estrechar manos. No, que los años de estibador sirvan para algo, para sacarles la vil cabezota de un recto bien dado a la nariz. Sonido de huesos de pollo quebrándose en boca de mastín, pómulos como globos aerostáticos, labios a la manera de los kayapós del Brasil, a otros mayores del Sudán. Violencia a ritmo de cumbia, que piedad no hay para perros.
Sacadas las ansias asesinas (un poco) observando a los arribistas de siempre, que de lameculos de Morales tornáronse en detractores, retorno a aquellos caminos por distintos raiones y oblasts de la Ucrania que mencionaba Gilbert Bécaud. La Plaza Roja está vacía… Aquello de la tierra negra no era un mito, terrones color de ébano sobre todo mientras más se acercaba la frontera rusa. Observaba los tejados de las casitas, los colores en que estaban pintadas, aquel bucolismo aparente pronto a romperse. Estaba emocionado, no solo por quien me esperaba sino porque habíase hecho realidad el sueño niño de recorrer sus caminos. Imaginaba Premujino y Trostyanets, al muy ruso Bakunin y al ucraniano de origen, Tchaikovski, cuya casa en este último pueblo fue destruida en marzo del 2022 por la invasión putina y marcadas sus ruinas con la ominosa Z de los orcos. Entonces no lo pensaba aunque ya le había dicho a Victoria que su hijo crecería para morir en las trincheras contra Rusia si no salía de allí.
Pero los árboles de Kharkiv olían a otoño en el país de los sueños. El abrigo gris de mi pareja flotaba por los costados cuando de la mano caminamos los pasadizos del parque Gorky. Entonces dejé de leer, archivé el libro que tengo a mano hoy en el bolsillo lateral de mi maleta. No era ya tiempo de literatura, había conseguido lo imposible, materializar decenas de lecturas en una mujer que caminaba erguida sobre botines negros, cuyas caderas en el laberinto de espejos se multiplicaban para enloquecer.
¿Dónde está Rusia?, pregunté. Me señalaron Belgorod que es en realidad Bilhorod y ucraniana, como el Kubán y varias regiones que hoy ocupa Vladimiro y que eventualmente tendrán que ser devueltas a la Gran Ucrania que saldrá de todo esto. El conquistador conquistado, Gengis Khan de barro, diminuto y cobarde, el que asestó el golpe final a su país, emperador de opereta, juzgado y ahorcado como payaso de feria. A cuartearlo y dar rienda suelta al festín medieval de sus miembros esparcidos por la tierra que martirizó. Y a toda su cohorte lo mismo, llamas y púas del fin del mundo. Para ellos eternidad de infierno; al elegante Peskov, vocero, el mismo castigo que los polacos dieron al hijo mayor de Tarás Bulba. Allá, sobre la mesa de tormento, podrá aullar con elegancia por el tiempo que quiera y jamás diré que paz en su tumba sino sal, que no crezca ni hierba encima del túmulo de los cabrones.
Parece que en más de cinco años este libro no terminado se llenó de romances y oscuros renglones de odio. La belleza suele ser ambigua. Dejemos al verdugo y descendamos del taxi en un parquecito donde me hubiera gustado leer a Herzen. ¿Por qué a él? Porque sus memorias, como las de Ehrenburg, son gran literatura y porque estaba feliz con la mano blanca tuya que había dejado el guante para entrecruzar mis dedos. Con el traductor del teléfono quise decirte cuán bella te vi de espaldas y lo inolvidable de tus pantalones que escondían semejantes tesoros.
En la villa rural del gran músico que Moscú nunca reconocerá como ucraniano, nieto de combatiente cosaco zaporogo, creo que en la región de Sumy, no ha quedado nada que valga la pena de verse. Tabla rasa. Tenía que viajar a Sumy, incluso guardaba anotada la calle en las afueras del centro urbano. Cientos de cohetes siguen cayendo sobre objetivos ridículos por inexistentes. Trostyanets debió ser un precioso villorrio donde solía descansar el genio de Tchaikosvki, cuyo real apellido era Chaika (gaviota). Los orcos atacan la vida, lo bello, montan sobre espeluznantes híbridos de lobo, bien visualizados por Peter Jackson. Los campos del este de Ucrania gozan de abono a patadas, sobre la podredumbre insepulta crecerán girasoles, siembran sus semillas las viejecillas, las depositan en orificios de bala, en bolsillos de repulsivos violadores cuyo castigo fue el jamás retorno. Están prisioneros hasta el fin del mundo. Falta la cabeza del porquero en cuyos ojos desesperados y luego vacíos insertarán a punzón flores de crisantemo.
31/01/2024
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Publicado originalmente en LE COQ EN FER.
2 Comentarios
Bello y brutal.
ResponderEliminarQué paradoja, querido Daniel, pero como la vida. Abrazos.
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