Los dioses y el agua tenaz



En las quebradas, los dioses se atrincheran. Allí se amparan del mundo que los niega o los desatiende. Por eso, en las quebradas, todo es más intenso: son un santuario de la divinidad, son un ámbito de lo sagrado. Así, si acudes y te internas, debes dejarte llevar por ellos, debes entregarte a su poder: ellos te van a guiar, ellos te brindaran su magia, su abrazo, su majestad infinita.



El agua, el agua que bajó del cielo -y sigue bajando- y se derramó incesante desde las cimas, hizo su tarea colosal. Rocas del tamaño de cabañas fueron movidas, tierra y piedras se deslizaron enloquecidas, peligrosos barreales se formaron, los caminos de penetración de los invasores, todos los caminos, fueron arrasados por la furia líquida. Justicia poética: la naturaleza no perdona nunca.



Fue dichoso ver semejante despliegue de fuerza natural, de potencia sin atenuantes. Te admiras. Te seduce. Te encanta, te va encantando siguiendo los improbables cauces: el agua, libre, desatada, feliz, corre hacia su destino por donde se le antoja y le place, topa la piedra y la estalla, danza sola y con tu alma, si la dejas danzar dentro tuyo. Eso te dictan los dioses: deja que el agua te penetre, siéntela dentro tuyo, vuélvete agua.



Entonces, fluyes. Fluye el dolor y se apaga. Fluye la alegría y lo embellece todo. Fluye la pasión de sentirte vivo, de saberte agua, fluyendo, imparable, tenaz.



* * *



“Tengo en mis manos todos los mensajes

De los nuevos siglos que están por llegar,

Vuela mi mente y atraviesa el aire

Para que la gente se pueda enterar



Vamos a / buscar el lugar (…)”



Alejandro de Michelis: Mensaje mágico





Volver siempre por las mismas heridas: las quebradas, tajos de la tierra que no cicatrizan. Esta vez el motivo era doble: ver el impacto de las lluvias y celebrarlo al Alejandro, días que lo tenía rebotando en mi cabeza con sus canciones y debía honrar su memoria en ese lugar que él tanto ansió. Y alcé una apacheta para conmemorarlo, para que reciba, desde aquí abajo, un nuevo mensaje mágico que lo acompañe, allá arriba, en su vuelo eterno. La música del agua fue el mejor homenaje a su espíritu creativo y sensible.



* * *



Los antiguos japoneses creían que los muertos subían por los ríos hacia su morada definitiva. Mishima le hace quemar al discípulo de los monjes el Pabellón de Oro para liberarlo de su malestar físico-psíquico y lo conduce al mar, donde todas las aguas confluyen, para que reinicie su vida y la sienta plena. El libro culmina así: la mirada del joven, clavada en las azules aguas, limpiando su alma. Los guaraníes del Guairá buscaron siempre el mar, su Tierra sin Mal, y cuando lo encontraron, se estremecieron con su inmensidad y temieron. En el océano de los chilotas, navega el Caleuche, algunos lo conocen como la Nave del Arte, otros como la Nave de los Locos, su tripulación son náufragos inmortales. El tayta Arguedas evoca con devoción el bramar del Padre de los Ríos: ¡Apurimac! ¡Apurimac! Y Ernesto se estremece porque es el agua, siempre el agua. Umasuyu significa País del Agua. Dos sirenas habitan en el lago Titicaca, copularon con Tunupa, el redentor, que abrió el cauce del río Desaguadero que se agota en los salares y los eriales donde viven los chipayas que así mismos se llaman Qnas soñi, Hombres del agua. Tizón en Fuego en Casabindo advierte: en estas tierras, para vivir, son necesarios los dioses, muchos dioses. Y sí.



* * *



Vuelvo sobre mis pasos y, antes de salir de la angostura, el viento y sus blues me despiden de la quebrada. La canción del viento y la canción del agua conjugadas. Decenas de seres humanos han muerto estas semanas de incesantes lluvias, el agua los ha reclamado como suyos, también los pienso, también los siento, mientras camino, dejando atrás el santuario donde los dioses, mis dioses, me han permitido compartir un momento con ellos, lejos del ruido, lejos de la confusión, lejos del desasosiego.



Vuelvo desde lo inmemorial hacia el presente. Vuelvo desde la quebrada hasta la carretera. Subo al minibús y la radio del chofer me clava Maná en los tímpanos. No importa: “llevo en mis oídos la música más maravillosa…”, diría alguien sabio. Vuelvo desde la montaña a la ciudad, y de allí, a mi casa, cerca de otras montañas, no las de este texto.



Escribo, escribo esto que ya termina: sigo sintiendo el aliento de los dioses en mis dedos, mi corazón late por ellos, los venero en cada palabra para que se estiren y duren hasta que vuelva a encontrarlos, allá adentro, allá abajo. De la casa a la quebrada y de la quebrada a la casa, parafraseando a alguien sabio, al mismo, y que sentía a las montañas igual como yo las siento.



Pablo Cingolani
Antaqawa, 29 de febrero de 2024

In Memoriam Alejandro de Michelis


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