Adentro de Stendhal


“Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad”. La rebelión es la del Gabo en las palabras de lo que fue su mas grande lector visceral, Vargas Llosa. Según Zola, Stendhal despreciaba la realidad, y por eso se puso a escribir novelas. Muchos de sus contemporáneos le reprocharon la desnaturalización de la realidad. El respondía: “Soy un espejo”. Sus detractores acusaban al espejo como “cuando el sabio señala la Luna y el necio mira el dedo”.

Stendhal nunca tendrá fin. La imposibilidad de la muerte o la inmortalidad está en Stendhal. Lo reconoció Elias Canetti. Imposible Julián Sorel, su frenesí literaria, su vivez en un toque de Mérimée; toque francés que se estrelló en la Revolución y conjugó con la psicología de Dostoievski. ¿Cuántas lecturas tuvimos que enfrentar para reconocerlo o desviarnos en que “no hay hechos sino interpretaciones”?

El romanticismo se embriagó y se embriagaron de él Leonardo Sciascia y Giuseppe Tomasi di Lampedusa, la Sicilia del mejor clasicismo literarios. Buscaré las palabras de Vitaliano Brancati, algún paso de Andrea Camilleri.

El stendhalismo es encontrar la eternidad al leerlo. Andaba buscando joyas literarias, cuadros o cualquier obra de arte llena del polvo del tiempo y de subliminal belleza. Y el amor. Fue de inmediato “síndrome”: trastorno psiquiátrico, mareo, hasta con palpitaciones y alucinaciones ( despersonalización, tal vez, como en el desdoblamiento de Rimbaud), según la psiquiatra Graziella Magherini que bautizó a este estado de ánimo la “Síndrome de Stendhal”.

Todo gran arte es realista, Stendhal es el maestro de Tolstoj en Guerra y Paz. Sigue escuchando a Mozart o Rossini, entra en un museo de Florencia y se deja hipnotizar por El nacimiento de Venus de Botticelli, en Roma por el carácter voluble de los romanos según el carácter del Papa reinante, por el amor a los clásicos, la Eneida que definió mucho más tierna que la Ilíada.

Maurizio Bagatin, 9 de mayo 2024
Imagen: Sandro Botticelli: El nacimiento de Venus

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