Con las valijas a cuestas


Márcia Batista Ramos

Cuando hizo las maletas para irse y mejorar la situación económica de su familia, se aferró al futuro ficcional, que mismo que fuera forjado, residía en la conveniencia de la esperanza. Las llamadas telefónicas ayudaban a resistir en medio al nuevo orden, donde todo era limpio y puntual. El futuro siempre es pleno de incertezas y de apoco fue dominado por la frialdad emocional resultante del nuevo estilo de vida, en la nueva sociedad que a todos manipula de manera subliminal.

De muchas maneras dejó que se profundice la distopia de tener vidas paralelas falsas y, al mismo tiempo, estar completamente aislado: ¡sólo en el país gringo y con los billetes verdes que nunca alcanzaban! Era tan fatigoso trabajar durante tanto tiempo en trabajos duros y convertirse en lo poco que podía comprar.

A veces, el regreso es tan lento que no se da nunca… La ausencia crece tanto que, se torna familiar y las palabras ausentes, dejan de importar. Mismo cuando uno no quiere que las cosas mueran. Ellas mueren de repente y en cuestión de segundos, el espacio que podía ser cubierto por un pasaje aéreo, se torna infinito. Ya no se puede mantener una conversación porque las pausas se imponen. Como no existen vacunas para las cosas de la vida, se dio el divorcio mientras él se convencía de que no era la primera vez que una familia fracasaba por la distancia infinita hasta el país del norte. En medio a más silencios y sombras, siguió trabajando sin saber nada de su destino, desconociendo su futuro. Sabiendo que existía apenas, porque trabajaba sudado.

En un abrir y cerrar de ojos, sintió que claramente se le había arrugando la cara. En cuestión de segundos, se vio mucho mayor. No sabía dónde había dejado su vida. Sabía que nunca había sido feliz… Entonces, en un momento, tuvo mucho miedo a la muerte. Pero, sabía que la muerte siempre llega en una de sus mil y una maneras de morir. Ante la certeza, el miedo a la muerte aumentó… También creció las ganas de regresar al caos del país del sur y abrazar a todos los que ya murieron mientras el sudaba la espalda, reír junto a todos los que quedaron y se acostumbraron a su ausencia, y, por cierto, ya no tienen espacio en sus vidas para el que se fue y se mantuvo en silencio mientras aprendía el idioma de los gringos y se olvidaba su segundo nombre, su apodo y su segundo apellido.

Sin encontrar el delito, sin entender el misterio del pensamiento humano, reconociendo su desbordante soledad, con la intención de cerrar el cráter que se abrió con su partida, hizo las maletas de regreso al país del sur. Encontró a los que se quedaron estropeados por la vida, igual a él, pero con gran resistencia al que sobrevivió tan lejos.

Los nuevos tiempos fueron oscuros. Al poco tiempo de regresar, a las cuatro de la tarde, le encontraron boca abajo, envenenado, con las valijas a cuestas.

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