Nuestra Apacheta


El molle del patio tiene heridas profundas, las heridas de los años de Raquel. Sus ramas diseñan el curso de su vida, como las líneas de una mano. El árbol es la felicidad, al verlo uno respira, al tocarlo uno se siente vivo. En sus entrañan, el árbol conserva la memoria que nosotros, los seres humanos, seguimos contándonos. Anillos de historias que pesan en nuestros débiles cerebros.

Ahí, donde se encuentran los senos cuelga una cruz. Las delicias siempre vienen acompañadas de las cruces. Una piel de gallina que pide ser acariciada. Piel morena y sensual. Viaje a los años de las novelas mas felices: un viaje con Gulliver, el retorno con Alicia.

De las letras que inundan de belleza y dolor nuestra literatura: “…en vivos colores de bayeta nueva, tal si fueran retazos de pollerones: la quinua morada, el maíz verde, el trigo amarillo, las ambas oscuras. Los papeles macollaban arriba, en las alturas mas frías”. A los cuatro mil metros no hay impureza, solo rostros que se ofrecen al sol, y agua cristalina y luz diáfana. Las hormiguitas desparecen, ahí abajo solo el monstruo sin verde. El miedo no reside aquí.

Suite de Peeer Gynt. Arboles voladores. Pájaros que observan. Ciertas noches hacemos sueños inscribibles, fiestas, matrimonios, robos, gentes y lugares afuera de sus orbitas, Freud encapuchado y Lacan frente al paredón. Y, luego, despertares placidos y el invierno que se encima al otoño, arcoíris de increíble magnificencia.

Ayer construimos nuestra Apacheta a mas de cuatro mil metros de altitud. No fue un sueño, será mañana el recuerdo de una de nuestras aventuras. La simple belleza de un sencillo compartir.

Maurizio Bagatin, 17 de mayo 2024
Nota: el breve párrafo es extraído de Los perros hambrientos de Ciro Alegría, en la foto comparto la sonrisa de los 15 niños y el profesor de la escuelita de Totora en el altiplano de Tiquipaya.

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