La memoria de mi mamá


Hoy como ayer. Primero fueron los soldados alemanes en entrar con toda la violencia en las casas llevándose el pan y dejando el miedo y mucha miseria. Luego los partisanos. Nunca reconocemos esta guerra civil como una de nuestra esencia primordial. Desde siempre. Fueron Güelfos y Gibelinos los primeros en mi memoria escolar, pero siglos antes Roma tuvo que combatir contra muchos para crear la Caput Mundi que fue. Y luego llegaron otros, humus para el maniqueísmo, la dicotomía que ahora se hace aire irrespirable, contaminación. País encerrado en su provincialismo y en su gen, y que no quiere reconocerse en su Historia.

“Hay que mezclar bronca con paciencia”. Palabras que le salían así de simples. La iban parando en cada casa, charlas de patios, chismes, proverbios, sabidurías. “El mundo siempre fue así”. Y retomaba su bicicleta. Simpatía que iba fusionándose con el innato malestar del ser humano, la envidia, la hipocresía, esto que parece ser el error de estar en el mundo. Tal vez fue siempre como ella se identificó, entendiéndose y entendiéndola por descripción: la fabula que quiso siempre contarnos, la fabula que siempre quiso que viviéramos. Hacerse entender nunca fue su fin, la poesía puede ser un canto, una melodía, un silencio más comprensible que el dolor.

La verdad está al alcance del ser humano, pero a ella le gustaba seguir narrando la misma historia desde ángulos distintos, a veces cambiando los roles de los personajes, a veces recordado que hay siempre una manera nueva para contar la misma historia. “Mas con los libros que con la gente…aunque los libros sean llenos de gente…ningún oficio, leyendo y leyendo, el vivir se vuelve un oficio”.

Se acordaba siempre los nombres de todos y las fechas de sus nacimientos; calculaba el tiempo biológico de un embarazo, y mirando el vientre reconocía el sexo del futuro nasciturus. “¿Que es la memoria dentro de mí, y qué será el recuerdo afuera de mí?”. Dejaba que desfilen todos los nombres, el árbol genealógico de su mama, Angela Cia, hija de Pietro e Veronica Fingolo. Un circulo que se cerraba frente a la laguna véneta. Mas allá los galeones de la Serenissima, el viaje mas lejos del sueño, más improbable del horizonte.

Danzaban alejibres bellísimos la noche que se despidió, figuras hechas por ellas mismas, con el lenguaje que ella poseía. Magias y encantos para los niños que reciben un dulce con la inocencia de sus sonrisas. Tal vez la felicidad. Felicidad hecha de cosas útiles al tiempo, impalpables como la nieve entre las manos, inútiles como la poesía; me recitaba nanas que aun recuerdo solo si es su voz en recitármelas. Palabras que hoy cuelgo en cada hoja de los árboles de nuestro patio; senderos que se van abriendo gracias a sus esporádicas rimas, a su dulzura como también a su tristeza.

Maurizio Bagatin, julio 2024
Foto: Mi mamá en bicicleta

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