Bienvenido a Tijuana


Claudio Ferrufino-Coqueugniot / LE COQ EN FER

En las esquinas de Havana y Colfax perviven personajes de Víctor Hugo, Corte de los Milagros, tajante, brutal. Gente de raza negra, la mayoría, pero también nativos americanos, “basura blanca”, pocos chicanos. De presencia permanente allí y en lugares definidos. Se puede saber por una mancha de mugre extendida en gran circunferencia, no solo despojos de comida y más sino, creo, sudores de la carne que permean hasta el concreto. Inercia de arrancarse piojos, miradas vacías.

Llagas que produce el fentanilo, las muestran en la entrepierna los mendigos. Tan roja la herida como cuadro expresionista. Había un supermercado aquí, el monstruoso Walmart. Tuvieron que cerrarlo porque no ofrecía seguridad. Varios tiroteos, bajas, bandas de jóvenes mexicanos segunda o tercera generación, que optaron por la ilusión de la vida chingona y el gatillo fácil. Ya ni los narcos se respetan, dice un amigo; se ha perdido el código de honor; hoy cualquier pendejo te mata por nada. Unos años en la correccional y luego a delinquir “en serio”. Alrededor de esta mala hierba, coexisten inmigrantes que se rompen el lomo para olvidar las penurias de ayer en tierras nominalmente suyas pero realmente, todavía después de 100 años del nacimiento de Villa, son de los otros. Viva la revolución, muera el supremo gobierno, cantaba la gran Amparo Ochoa. Ah, tristeza, lamento por los muertos tontos.

Calaveras pintadas, llamativas, en la playa donde se aumentan los vehículos para entrar de Tijuana a San Diego. Supongo que todo el año, que en este México del gran balazo ya el Día de los Muertos es cada día. Frida Kahlo jala sus negras trenzas, martiriza en óleo su piel de horchata. Hasta ella y sus horrores quedan opacos cuando pasa volando la Santa Muerte, remolcándose esta vez camino de San Luis Potosí, pareciera. Caerá cuando más estridente suene la cumbia, guadaña destrozadora, la misma que usaban los ustachas en sus sangrientas siegas, juegos macabros para exterminar serbios y judíos. No quiero narrarlo, se me revuelve el estómago.

Bucólicos campos de Nahui Olin. Y amores que matan. Lo cuento porque en el museo de Tijuana presentaban la obra de esta gran modernista mexicana, pareja del Dr. Atl, famoso pintor. Nuestro plan era visitar Ensenada pero no se pudo esta vez.

“Carretera de Ensenada, me vienen suspiros que llevan a mi amor…”. El Charro Avitia; José Alfredo Jiménez.

Pirofanía, la revelación del fuego.

¿Si pensaba en ti en aquel restaurante de Tijuana que entraba en el mar? Seguro. Era yo pez espada dispuesto a cruzar tu cuerpo de lado a lado con marca indeleble, espadachín del océano, Zeus húmedo para ver el momento preciso de cargar contigo y esconderte como huayruro entre nubes alcohólicas. Observa el nacimiento de tu vientre en tu vientre y luego dicta la Ilíada al poeta ciego, sentado a la vera del Olimpo que nada tiene de festivo sino pocos arbustos, hierbajos de desierto, polvo calor de cien grados, campesinos que arrastran mies en bastos carromatos. Pensé que la entrada al hogar de los divinos tenía que ser decorada, enjoyada y no, en una piedra a la sombra aguarda el escriba las voces de los que causan las guerras y regocijan en la paz antes de la próxima sangre. Dioses que no quisiera nunca conocer, así sean dueños del verbo.

No soy hombre de mar. Pirata de tierra firme. Leía de joven las aventuras de Dick Turpin, sí que las disfruté. Viajes y épicas. Los hijos del capitán Grant, magnífico Verne que me cobijas debajo de tentáculos de pulpo en la brisa de Vigo. Acostados sobre el machihembrado, altos de la calle Ecuador, leemos después del sexo Kyra Kyralina, hembra caudillo de haiduks. Dices algo hermoso que jamás olvidé. Apoyaste tus fantásticos ojos de azul tormalina: “Eres de esos escritores que se fueron a pelear a España”. Pues, gracias, mi amor, te beso, te deseo hasta el fin del amor. Me pregunto horas después si decías en verdad o lo creías. Seguro que sí pero ahí me pregunté yo y treinta años aplastados en conflicto eterno no me han dado la respuesta. No tener miedo a la muerte tendría que ser básico. E infinita capacidad de amar, de arriesgarse en ello hasta el sin aliento. No estás y no puedo contestarte, inventar una respuesta retórica que en sí no dice nada. Te beso en silencio y noto que es mutismo por tu larga grande terrorífica ausencia. El viento golpea ventanas, se apresura la gente al caer el granizo. Con la escarcha mañanera sobre los agarradores de metal se borra todo. Quedé varado en Cochabamba, babeando chichas infames de falsa bohemia. Podría estar en Leeds. Podría, podría. Qué no podría si fuera uno de aquellos que fue a la guerra. Estas batallas de lapicera y papel no sirven para nada.

Resaltas, Nahui Olin, blanca, carnosa de ojos claros ante la feria de las vanidades indias que, como todas, nada más son juegos de poder.

El rey de Haití contempla la mácula incómoda de sus súbditos y prefiere subirse a un helicóptero y dejar la masa para la historia. I'm Going Home (By Helicopter), resuena al norte de Nueva York Ten Years After. Se va y nos deja también, arando en el mar del Sargassum bacciferum, sembrando maíz que dará mazorcas de rosa y púrpura de azul y negro manto.

Nahui Olin y Francine el porqué de las dos. Ojos de danzón, de bolero y tango ojos. Caja de resonancia sin luces, apenas, demasiadas, pupilas de ustedes dos, progresando con lentitud de olvido. La música huele a eucalipto. Dos peruanos tratan de seducirte en el Wunder Bar.

La Corte de los Milagros de Denver marcha al unísono hacia cuevas de plástico. Cierran los cierres y no sabremos del horror. Ya la vida es castigo; la noche, infierno. Sobras de tacos duros se pegan al sudor de las espaldas, salsas que van de suave a fuego. Por la calle pasa un esbelto caballo cretense, nadie alrededor de él. ¿Dónde los danzantes de toros, las vírgenes de velos? Paso a paso, igual a segundero de reloj. Le preguntaron a Alain Delon qué sonido de la naturaleza le gustaba más. El aullido del lobo, respondió. Ya no hay lobos en Colorado, han instalado a una docena de ellos en Wyoming y los van exterminando de a poco. Me gustaba el aullido del lobo, nada me gusta ya si ellos callan…

20/08/2024
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Imagen: Nahui Olin por Edward Weston

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