“Solo queda en la memoria lo que queremos olvidar” - Fiódor Dostoievski-
El juguete que mas recordaré es un navío de madera de roble viejo que me fui construyendo de poco a poco, miércoles tras miércoles, en las tardes que la maestra de nuestra escuela nos seguía en nuestras actividades manuales. El juego es una actividad liberadora y creativa, para mi ir construyéndome un juguete era así, liberador y creativo. Nunca terminé aquel navío de madera de roble viejo. Quedó en un estante de la casa hasta que un día presumo que terminó quemándose con las leñas de fresno que se iban a la estufa. El juego tiene la misma edad del ser humano, es un antiguo comportamiento para todas las edades. Jugamos nosotros y juegan los chimpancés, los cocodrilos y muchas otras especies.
Los deportes fueron juegos antes de ser esclavizados. El cibé que nos dejaba las marcas en las manos, la cometa que volaba tan lejos, la búsqueda de un refugio donde esconderse y hacernos descubrir solo para quien deseábamos intensamente. El juego y el juguete, poiesis y artesanía. Los niños mirando un objeto de rara abstracción, la pelota que rebota, el muñeco porque es tan distinto a nosotros y al mismo tiempo tan igual, la flecha que alcanza el blanco como una poesía en la noche mas obscura. El juguete primitivo es más atractivo, decía Walter Benjamin, que cualquier juguete industrial.
Goce y descubrimiento en Borges, gran juguetón con el lenguaje, sometiéndonos al mas complejo de los juegos, lo que se inventa con la palabra. Un día jugamos con los colores, otros días con las formas, siempre con los elementos y con nosotros mismos. Nunca el juego y los juguetes fueron o serán distracción: “A los ocho años uno es niño y a los ochenta vuelve a serlo”, siempre me decía mi abuela; el “final del juego” es solo un breve cuento de Cortázar, dejar la sonrisa o la emoción, espacios que queríamos inalcanzables e infinitos, tan parecidas nuestras vivencias cuando la fuga era la mas atrevida de las aventuras, escapar de la simple rutina que nuestros padres nos imponía. El columpio, el resbalín, los autitos que seguimos coleccionando; la tristeza nos entra cuando tocamos la obsolescencia del presente, el material efímero y la falta de alma de los juguetes que algún día fueron mito y cultura, coleccionismo, el absurdo Made in China usa y bota.
Quisiéramos seguir siendo los niños de ocho años, con la madurez de ser hombres al haber encontrado el lado serio del juego de un niño.
Maurizio Bagatin, agosto 2024
Imagen. Alberto Savinio, La isla de los juguetes, 1930
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