“Quería dormir, no por cansancio sino por nostalgia de los sueños.” -Gabriel García Márquez-
Terminamos el año sin gasolina. Metáfora de una verdad. La fuerza de la paciencia permite nuestra resistencia; triste y desueta palabra la otra, resiliencia. Entramos al cuarto del siglo XXI a falta de todo lo necesario, con sobra de todo lo superfluo. En lugar de acompañar a los sueños tendremos que enfrentarnos a las pesadillas.
Los bolivianos viajan, emigran, algunos retornan. En general lo hace todos los pueblos del sur del mundo. Hasta hace poco más de medio siglo atrás, lo hacía también los pueblos del norte. Es una característica constante de los pueblos, ser irrequietos, curiosos, neuróticos y migrantes. Continuamos hoy “moviéndonos, juntándonos y reproduciéndonos, y permitiendo así que las mentiras del mundo sigan funcionando”. Leí en algún lado esta asociación de palabras: demagogia populista, me pregunto si es un pleonasmo o un oxímoron. Hoy que es siempre más difícil entender al mundo. Hoy que somos incapaces de escandalizar, de blasfemar, de decir todo.
Hace un siglo atrás, en un pueblo del sur de Italia llegó la luz, FIAT LUZ fue la locución que acompañó al entero pueblo, y fue también la leyenda que describió un entero siglo. Había llegado la modernidad, pero metafóricamente podría haber sido el haber salido de la Gran Guerra, sin saber que se trataba solamente de una breve tregua. Hoy será FIAT AQUA, en este otro pueblo, tan mágico cuanto lo que muchos de nosotros estarán viendo, y disfrutando -más allá del goce para quienes leyeron sus obras maestras, Pedro Paramo y Cien años de soledad- en estos canales televisivos a pagamento, Cómala y Macondo, esta Wajini donde al fin hoy llegó el agua. El tiempo y el espacio se han dilatado, han perdido su sustancia y su encanto, hoy encuentro difícil hablar de uno sin que el otro no me desvíe; si le pongo fecha no encuentro ya el lugar, si me muevo pierdo el instante.
Los Andes no creen en Dios. Al árbol del paraíso hay que trasplantarlo, trae el rayo y tiene raíces frágiles para un terreno que necesita fortalecer su erosión. El colla emigrante que se fue en el oriente, viendo el agua en su pueblo se le vuelve el apetito por su tierra, esquiva y olvida los dolores del pasado, conserva solo dulces recuerdos de su niñez, el llevar a pastear ovejas, recorrer algunas imillas traviesas, la primera borrachera que todo hace olvidar. Un algarrobo reúne a los pobladores en una plazuela, función ancestral de la naturaleza. Muchas leyendas van buscando la fuerza de la memoria oral, la del tesoro de Chilipukara, el tesoro guardado por los Incas y que enloqueció españoles y gringos. Los últimos intentaron hasta con helicóptero sacar el oro custodiado en un phujru misterioso entre venas geológicas de los colores más psicodélicos que existan. Otra leyenda encierra dolor y mucho misterio: los kharisiri que extraen las grasas de los cuerpos hasta hacerle perder toda la fuerza y el vigor, que se enferme y luego muera: en las noches de luna llena, en el plenilunio se prohibía a las jovenzuelas salirse de sus casas, de mirar la luna llena y de soñar con príncipes inventados por sus grandes imaginaciones.
El agua sagrada de Mataral fue cortejada por la Coca-Cola y hoy es el orgullo de una comunidad. Que se haga luz y que tengamos agua.
Maurizio Bagatin, 28 de diciembre 2024
Fotos: La vertiente de Mataral, Wajini y sus cerros
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