Márcia Batista Ramos
El perro continúa su vida indolente como si nada fuese a cambiar: como si las moscas no pudiesen cruzar los mares después de cada ataque que transforman las ciudades en añicos y dejan festines de sangre en pozas para los que tanto aman las guerras. Se queda absorto en sus sueños, alucinando con cualquier cosa, como si la guerra no pudiera alcanzarlo; como si nada pudiera transformar su existencia.
Muchas vidas carecen de sentido, pero no todos tendrán la fuerza necesaria para rebelarse a las cinco de la tarde y por eso, se quedan expectantes de la muerte a las cinco de la tarde, sin lágrimas y sin llanto, con la apatía del perro que eterniza su siesta sin pensar en la tumba de Lorca, que bien podría estar expuesta en la Huerta de San Vicente, en Granada, con mucha flores y cartas de sus admiradores secretos que lo aman como si no hubiera pasado casi cien años.
El perro no piensa que Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca, pasó su última noche en una cárcel improvisada, junto a otros detenidos. Tampoco le importa… No le importa, si escurrían lagrimas por las mejillas del hombre que sabía que iba a ser fusilado al alba, de veras, que no le importa nada. Por eso, no mira al cielo en un intento de distinguir si son buitres o drones, los negros que vuelan al medio día, porque le da igual si vienen a matar o a comer la carroña.
La fecha exacta de la muerte de Federico del Sagrado Corazón de Jesús nadie sabe, sólo sus verdugos que ahora ya habitan otros infiernos, sólo ellos conocen si, realmente, fue a las 4:45 h de la madrugada del 18 de agosto de 1936, como afirman los investigadores. Lo mataron, tal vez, sea cierto que lo fusilaron… Después, seguramente comieron sus carnes, su pelo, sus huesos y sus vísceras, porque no sobró nada para llevar a la tumba…
¡Sin tumba! El poeta yace sin tumba,
como miles de civiles pulverizados
en cualquier guerra,
en cualquier tiempo.
¡Sin tumba! El poeta yace sin tumba:
¿En un cielo bohemio?
¿En un suelo solitario?
El perro, sin saber que el poeta podía ser lo mismo poeta de agujas de coser o de paisajes hidráulicos, sale al patio a las cinco de la tarde para excavar la tierra y encuentra un hueso. Empieza a roer el hueso que sabe a viejas historias con amores y quejidos, con el sinsabor que deja el tiempo sobre las luchas vanas… Mientras roe el hueso tiene un deseo, de amor y de muerte, entonces, piensa en el misterio de la identidad y el milagro de la creación artística.
0 Comentarios