Claudio Ferrufino-Coqueugniot / LE COQ EN FER
Los cuervos se han ido. Se los llevó el frío. Amenaza día soleado, todavía no estival. Aprovecho para revolver el café con poca azúcar y mirar por la doble ventana el nacimiento del jueves en medio de las modestas casas de un piso.
Como de costumbre leo, veo, contesto cartas, mensajes. Lejos el tiempo en que esperábamos por semanas misivas de “allá”. Mucho más distantes los sellos postales de la Alemania Federal que arribaban a cierta dirección del barrio Quince en París. Iba calzando las botas, la camisa gruesa que combatiría la brisa de la Isla de Francia. Alrededor de una docena de hombres africanos, entre Malí, Senegal, Argelia y Marruecos, de algún iranio escapado de Khomeini, yo. Mochila al hombro, tras los pasos de los impresionistas en un contexto diferente.
A orillas del Oise.
Del Sena a orillas.
La segunda incursión europea llegó con extenso intervalo. Obviamos las tierras rojas del Paraguay y aterrizamos en una Londres siempre fascinante. Los eventos corrieron como sutil bola de nieve para terminar en la frontera rusa, ya entonces cargada de tanques y premoniciones. Roma, cómo no; Porto y Madrid. Al final de la ruta iconos ortodoxos gemían detrás de las paredes y las mujeres escondían el cabello supongo que en atávica fórmula de protección.
Mucho he hablado de aquello, de las ciudades y los nombres. Algunos persisten; los muros de las otras se derrumban calcinados. En donde estaba la estatua de Catalina emperatriz no queda otra cosa que un pedestal de piedra para alivio de cansados, inválidos de guerra, héroes a su modo y víctimas del monstruo que se inunda de sangre y de dinero como siempre en la historia ha sido.
La eterna discusión entre Kropotkin y Malatesta. Difícil balance, péndulo de fuego entre dispares metas de difuso fin. Los jóvenes cantaban. En mis dedos hacía girar una condecoración soviética de estrella roja. Buques que mugen como toros.
Hoy, a una semana del vuelo trasatlántico, arreglo los breves regalos para una de las niñas más chicas de la familia; cuatro volúmenes para los amigos desde Betanzos a Belgrado. Tienen mis iniciales escritas pero no tengo pertenencia sobre ellos. Tus libros no son tus libros, mal parafrasearía al eterno Gibrán, en cuyo recién inaugurado parque durante la guerra del Golfo Pérsico me sentaba a leer. George Bush dando un discurso acerca del poeta libanés en la capital de Estados Unidos mientras bombas caen en Bagdad.
Ya hay un boleto, números, pesos, precios, puertas de salida, instrucciones antiterroristas y mucho en general. Dos paradas: Charlotte y Madrid. Quince horas de vuelo a orillas del Cantábrico, mar de voces estentóreas, helada sal. No viajo a conocer el hielo. Los cuervos desaparecieron, los llamaría Edgar Allan Poe. El árbol de manzanas enanas, tonos rosáceos y rojos, asoma brotes con timidez. En el sur prepararán moonshine para beberlo en recipientes parecidos a los de mermelada. Boca ancha y destilados de damascos y maíz. Siempre el blues.
En mente dos objetos de escritura. El obvio, un diario de viaje que quiero comenzar en Finisterre. Comienzo en el fin del mundo. Algo de ingenuidad romántica, creo, pero me gusta. Me llevarán allí, me han contado del océano. Tal vez incursione en la vieja España, Castilla de porqueros y matachines. Zamora, Ávila… opciones a cual mejor.
Estuve en Galicia siete años atrás, en Vigo. He leído a Cunqueiro y me han fotografiado en faldas de Jules Verne, devorados poco después, los dos, por el gigantesco pulpo. Reminiscencias de las islas británicas en la costa gala, de las novelas de Víctor Hugo.
Botafumeiro de la catedral de Santiago de Compostela. Me ahumaré de ser posible en santidad. Después que venga el distrito mágico del Aveyron, el Mediodía.
Tren a Francia, atravesando la tierra de mis ancestros vascos de ambos bandos, hasta Lyon. En mi periplo de París al sur obvié la segunda ciudad. Orleans, Bourges, Bayonne, etcéteras franceses de notable belleza e historia. Cuánto debo a Dumas padre. Lo supe mientras cruzaba el país. Tengo anotados algunos embutidos famosos de la villa. Y queso. Ancianas rocas y la pequeña mano de Renata como, esta vez de manera real, principio del mundo. Lo mío es literatura, lo suyo vida.
Llegará la encrucijada de mediados de abril. Cuando en cualquier gare de Lyon tenga que decidir el trayecto al Este. Ruta de Claudio Magris y de Danilo Kiš. Senda de Günter Grass y Olga Nawoja Tokarczuk, sin olvidar la belleza de las letras de Herta Müller. Así quisiera escribir…
Cuatro esquinas, igual a la infancia en los campos de Pandoja, mirando en lontananza la muy antigua torre de la iglesia de El Paso. Entonces decidían por mí. De muy joven, los padres; de joven, el alcohol.
Serán dos los caminos, otro dueto quedará sellado. No me dirijo a los altos Tatra y me seducen los Cárpatos. No soy turista ni millonario. La vanidad obvió mi casa, como Dios obvió la totalidad del resto en lo demás. Necesito una mesa, un plato de sopa, un café. Mirar las cigüeñas que retornan a Turquía, oír las mansas aguas que supuestamente albergan el horror de Viy. En ciudades de mediana aldea, donde todavía sonríen y de cuando en cuando cruzan gitanos itinerantes de violín.
Sé quién hará el prólogo para este libro que promete belleza, leve filosofía e intensa emoción.
El otro, dado que mi querido amigo el Arcángel se ha fugado del mundo de los muertos, es la novela suya dormida un lustro. Tiene olor de desierto, algo de Rulfo y de José Emilio Pacheco. Colas de zorro y cuernos de chivo, cholones jefes que bailan a modo de cóndores, aguas del Bravo y el Grande que son como la mayoría de nosotros de al menos dos vertientes. Pondré énfasis en ella, la creí a momentos enterrada y también sus páginas han huido al influjo del infierno.
Miraré el fin del mundo, me emociona hacerlo. De ese punto, desandar la historia mientras se teje una paralela hasta que llegue el día de retornar a Denver y el regreso a la tierra, greda y territorio. Alrededor, el viento ha adquirido gentil belleza, a pesar de que ponga hirsutos los árboles con fogonazos primaverales en Coruña. Vamos, piernas, que no vinimos a descansar.
20/03/2025
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Imagen: William Turner, 1835
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