Un sobreviviente
-Tengo que contarte algo que me sucedió en Pichilemu –le dije a mi amigo en el patio de mi casa museo, la antigua construcción de adobe en la cual había escrito los cinco últimos años de mi vida.
Según mi celular, eran las 3 y tanto de la madrugada del sábado 27 de febrero de 2010.
Mi visita a Curicó en realidad era extraordinaria. Originalmente vivía los descuentos de mis vacaciones, pero un turno inesperado de trabajo nos hizo volver, a Marcela y a mí, un día antes del epílogo del largo mes de vacaciones con remate en Pichilemu. Ya nos habíamos encantado diez días con los cielos limpios y aguas serenas del norte de Chile y habíamos dado el vamos al descanso con un reencuentro fugaz con la belleza maucha de Constitución –hacía diez años que no viajaba a esa ciudad–, La Perla del Maule, que en ese comienzo de febrero lucía más feliz que nunca.
Fue extraño, fue hermosamente extraño. Marcela abrió la puerta trasera derecha del auto mientras yo me ponía el cinturón. Dentro de Copito de Nieve –así le decimos a mi auto, un “city car” fiel como un caballo– había una mariposa.
Rodrigo, mi amigo, detuvo el enésimo sorbo de ron en el vaso. La noche estaba fresca en el patio. En la casa del lado, también de adobe, celebraban. Celebraban una noche más, el comienzo del fin de una semana o cualquier cosa. De fondo sonaba Virus con los últimos acordes que registró Federico Moura antes que se lo llevara el sida en 1988.
Nunca me había sucedido –le dije a Rodrigo–. La mariposa –justamente el apodo de Marcela, la pareja de Rodrigo, porque compartimos un mismo nombre con las mujeres que amamos– se movió serena dentro del auto sin una explicación aparente.
Le dije que se me pusieron los pelos de punta. En realidad fue más que eso. Nunca se lo dije a Marcela pero sentí unos deseos de llorar casi incontrolables. Una emoción parecida a un tsunami me inundaba entero...
Recordé al hijo que habíamos perdido en el vientre de Marcela en agosto del año anterior. Pensé que era una visita suya, una suerte de augurio, de mensaje hermoso referido a algo sobre lo cual más adelante sacaría una conclusión, no importaba si pasaban años.
-Me estai’ hueando… –me dijo Rodrigo con el vaso de ron interrumpido en la mano.
-No, no te estoy hueando. La mariposa siguió adentro y se aferró a la puerta del maletero. Le dije a Marcela que la quitara, con mucha suavidad para no hacerle daño, para que pudiera volar libre. Ella la tomó con dulzura. Estaba aferrada muy fuerte al auto. La sacó y le devolvió la libertad.
-Me estai hueando… –volvió a replicar mi amigo.
-¡No!... no estoy hueando…
-¿Cómo era la mariposa?
La pregunta de Rodrigo cobró sentido inmediato. Yo le describí a mi poética visita como una mariposa blanca matizada con un tono verde en sus alas.
Casi una semana antes, en Algarrobo, Marcela y Rodrigo –su Marcela– habían vivido una escena similar, solo que esta vez, la mariposa –de los mismos colores que la mía– se había posado en la cabeza de Mariposa…
Aventuramos significados. Mensajes astrales. No creemos precisamente en las casualidades, sino en las causalidades. Menos en las coincidencias. El Universo siempre está tratando de comunicar alguna cosa.
Entramos a la habitación de mis libros, mis discos, mi batería; mis películas y muchos de mis sueños. El comienzo del frío nos había invitado a refugiarnos. A refugiarnos en el concho que quedaba de la botella de ron, en la música que se escapaba de los parlantes; en los recuerdos, que siempre inundaban nuestros encuentros. Mal que mal, nos conocíamos desde primero básico y tal como uno se ríe con los mismos chistes del Chavo, siempre volvemos a descubrir cosas nuevas en los recuerdos que miles de veces hemos repasado.
-Sonaba Volver a mí de Fito Páez cuando la casa museo se comenzó a mover. “Vamos pa’l patio” propuse, pensando en que otra vez el país sísmico nos anunciaba un futuro nuevo terremoto –después del 3 de marzo de 1985–. Simple precaución.
No pasaron quince segundos cuando comenzó a escribirse la pesadilla. El antes y el después no solo para Chile en su conjunto, sino también para las vidas individuales de miles de personas… Todo cambiaría en tan simples dos minutos y diez segundos.
“¡Para concha tu madre, para!”, decía Rodrigo no precisamente con miedo, sino pidiendo explicaciones al causante de este remezón que amenazaba con no tener fin.
La casa museo se remecía con violencia, con ferocidad. Desde el patio escuchaba el reventar de vidrios. Escuchaba romperse cosas y al mismo tiempo que trataba de aferrarme al piso y a la vida, imaginaba mis reliquias interrumpiendo su historia: las fotos con famosos, los souvenirs traídos del extranjero, los adornos que eran piezas únicas, como en La Sebastiana de Neruda. Imaginaba en medio de lo que al minuto ya era una pesadilla que de un momento a otro los viejos murallones de adobe se vendrían con toda su humanidad encima de mis libros, mi piano, mi computador, mi batería, mis discos adorados.
“Para… para… ya entendimos el mensaje”, le decía yo al anónimo causante de la pesadilla mirando al cielo extrañamente iluminado por una Luna que lentamente se iba escondiendo tras bambalinas. Mi tono no era desafiante. Más bien imploraba clemencia, no precisamente por mí, sino por tanta gente que vivía en casas viejas a duras penas sostenidas en el paso del tiempo.
En unos segundos pasó gran parte de mi vida por mi cabeza. Reviví el terremoto del 85: ese domingo jugaba en el fondo del patio hasta que fui interrumpido por la alerta de mi madre que me tomó en brazos para evitar una tragedia de proporciones, una pandereta encima mío o un cable del tendido eléctrico azotando mi niñez.
Mientras Rodrigo seguía desafiando al causante de la pesadilla sacándole la madre, yo seguía invitándolo a la paz, a que conversáramos. Ya habían pasado eternos dos minutos y mi casa museo se mantenía como dentro de una batidora disparando como en una casa embrujada los platos en la cocina, el televisor del dormitorio, una radio antigua por la que había pagado varios billetes azules.
Vino la pausa. Un respiro. Con Rodrigo estábamos abrazados como dos hermanos abandonados por sus padres. Ya había pasado todo. Desde el 85 nos habían dicho que vendría otro terremoto algún día. Dentro de menos de una semana se cumplirían 25 años de esa otra tragedia.
Pero no. Vino un remezón que actuó con más alevosía, con más burla, que nos puso a prueba con aún menos piedad que hasta hacía unos segundos. La pesadilla se seguía escribiendo.
Volvimos a abrazarnos con Rodrigo para poder sostenernos. Parecía que íbamos cruzando una tempestad sobre un bote endeble y temeroso.
La casa, la vida volvía a agitarse con furia. La Tierra estaba muy enojada con nosotros.
Ya la teníamos parece hasta más allá de la coronilla.
4 Comentarios
La delectación por la comunicación astral, entre rones y mariposas buscando refugio, o simplemente adictas a la contemplación en primera fila del amor. Luego la confirmación del mensaje entre fuertes sacudones y mundos que se estropean para siempre.
ResponderEliminarSe lee y se visualiza la historia tal como se aprecia una buena película, sólo que esta vez el final no puede escapar de ese gran drama que cambió parte de nuestra vidas.
Pensando en los mensajes de las mariposas, recordé una juguetona lepidóptera que insistía en posarse sobre la frente, el cabello, la nariz y las manos de Klaus Kinski, no mucho antes de su muerte. Es la escena con la que culmina el documental Enemigo íntimo, de Werner Herzog.
Notable, amigo Jiménez.
Qué relato fantástico. Saludos para todos y felicitaciones por su excelente blog.
ResponderEliminarPrecioso. Se dice que las mariposas simbolizan felicidad y tantas otras cosas más pero descreo de todo ello, me parece que se presentan para enrostrarnos su belleza, su simpleza y nada más. Los significados lo ponemos nosotros.
ResponderEliminarUn relato preciso y precioso que permite revivir la tragedia que azotó a su país ese fetídico día.. Cada relato que se leo referido a este tema me permite compartir un poco de dolor pero también esperanza pues la vida prosigue pese a todo.
ResponderEliminarLo que simboliza una mariposa es absolutamente discutible, será algo bueno o malo.. quién sabe. Para mí las mariposas son especialmente bellas y representativas de las muchas dicotomías de la vida.
Saludos :)