Las Mujeres de Mi Vida

JUAN PABLO JIMÉNEZ -.

“Ansíame, agótame,
viérteme, sacrifícame.
Pídeme. Recógeme,
contiéneme, ocúltame”

Neruda

PEDAZO DE PAN
Lo que me encandiló de Karen Luz fueron esos ojos devoradores y ese pelo amarillo suave. Teníamos cinco años. Era el jardín infantil. Quería casarme con ella. Un día le di un trozo de mi pan con paté. Me dio un beso en la mejilla y nunca más supe de ella. ¿Cómo será ahora hecha mujer?

AMOR MALEZA
Cuando uno es un pendejo adolescente, hace las peores atrocidades. Sobre todo si se trata de amor y erecciones hasta ese momento desconcertantes. El papá de Fanny, un camionero que le pegaba a su esposa, ese día arrancaba pasto seco de la cancha que daba a su pandereta. Encontró una pelota de goma, negra, con un papel pegado con scotch que decía “Para ti Fanny. Juan Pablo”. ¡Una pelota de goma! A los 11 años se dan los primeros atisbos de la pelotudez. Claro, yo había escondido ese regalo para Fanny unos días antes en la maleza. No había sido capaz de entregárselo a causa de mi excesiva timidez. Días después me dio un gracias y un beso en la mejilla parecido al de Karen Luz. Dos años después sostuvimos un pololeo que duró unas tres semanas. Consistía en pasarla a buscar, en bicicleta, de vez en cuando y escondernos en el recodo de un pasaje en el barrio. Mientras sostenía con una mano mi bicicross, la besaba con desesperación adolescente. Recuerdo sus sostenes: no contenían nada. Cuando terminó conmigo me dijo algo así como que no tenía tiempo para salir a escondernos en el pasaje. Lloré como media hora pero la vida seguía.

50 PESOS
Era la mitad de los 80. Lo de Marcela mi vecina fue especial. Fue un amor puro. Jamás le di un beso. Aunque la fuerza de nuestro amor era potente. A la misma hora, todas las tardes de verano pasaba en su bicicleta por fuera de mi casa. Yo salía a regar el pasto aun cuando una de las cosas que más odiaba que me ordenara mi mamá era regar el pasto. Pasaba una y otra vez por el pasaje y nuestra relación se remitía a compartirnos sonrisas. Nuestra relación avanzó a encontrarnos en la plazoleta. Era raro. Me reunía con su hermano y otro vecino a matar el tiempo sin colegio en verano. Con la precisión de un reloj se acercaba donde estábamos y me pedía mi bicicross –que me robaron el ’88 afuera de Sermena, ese invento de la dictadura–. Lo mismo: daba vueltas por la plazoleta y nos sonreíamos. Nunca supe si su hermano captaba la onda. El Tavo se rió mucho aquella vez que le pedí que me acompañara a la feria a comprarle un regalo a Marcela mi vecina. Era un monito que me costó 50 pesos de la época. Era tan ordinario, que creo que esos 50 pesos siguen siendo los mismos de ahora. Era el cumpleaños de ella. Aproveché la instancia de la bicicleta para llamarla a escondidas en un pino. Le entregué el regalo y no fui capaz ni de darle un beso ni menos de pedirle pololeo. Hoy vende crema de caracol creo.

DEMASIADO TARDE
Con Titi haré una excepción. No fue mujer de mi vida. No pololeamos. El antecedente más certero de su sentimiento por mí fue unos tres años después de nuestra cortísima historia, cuando en un encuentro de sábado por la noche, tomada de la mano de su pololo dijo: “Y pensar que tú me gustabai’”. Pero era tarde. Yo estuve muy enamorado de ella. Corría el rock latino y los principios de 1987. Nuestros encuentros más cercanos fueron en la casa de quien fuera otro pololo de ella, un amigo en común: sentados en un sofá de mimbre, nos rozábamos las piernas. Ella llevaba minifalda y yo pantalones cortos y unas zapatillas baratas. Por las tardes de verano me iba a buscar a mi casa. A mis papás ella les gustaba. Fue todo raro. Esto no duró más de un mes. El último recuerdo que tengo de ella es que me daba la orden de que le abrochara los cordones de sus zapatos. Ahí estaba yo como un lacayo hincado en pleno barrio. Tenía carácter fuerte ella.

LECHE TIBIA
Mis compañeros de curso escribían en la pizarra “Maclovia” y se burlaban de mí. Les parecía raro ese nombre. Cuando descubrí que aparecía en el libro “Frontera”, que debíamos leer para un examen en el colegio, se los restregué en la cara a los huevones. Aunque siguieron molestando. No agradecieron que ella y yo armáramos un “amigo invisible” entre su curso de liceo y mi curso de colegio de hijitos de papá. A mí eso me importaba un carajo, me había formado en el barrio, jugando a la pelota en cancha de tierra. Pero ese acercamiento de dos realidades tan opuestas en un país arribista y soberbio, a fines de los ochenta, era algo impensable. Aunque Maclovia me trató bastante mal, debo reconocer que de ella me enamoré hasta el último rincón de mi ser, mi atolondrado ser. No se me olvida esa escena terrible cuando terminó conmigo, en el invierno de 1988. Era mi primer pololeo “de verdad”. Mi mamá me daba leche tibia y me decía que en el futuro encontraría a otras mujeres a quien amar. No. A los 15 años es solo ese amor y punto. Nunca más podría haber alguien como ella. Por inmadurez, por tontera, ella me hizo sufrir mucho, pero la quise harto. “Esa mina está cagá de la cabeza por voh” me dijo un día el Gogui. Los intermedios entre cada terminada conmigo no eran muy auspiciosos, pero hasta estos días sigo teniéndole un cariño especial. De hecho, cuando mi segunda esposa me abandonó, fue una de las primeras personas que fue a entregarme su abrazo sincero. Fue a verme al trabajo.

ALMA VIEJA
Un amigo que se perdió hace poco en la ciénaga y cuyo cuerpo aún no ha sido encontrado, siempre me dijo que Myli fue la única mujer que me ha amado de verdad en toda mi puta vida. Lo cierto es que ella marca la segunda parte de todo. Nueve años de pololeo. Historias para escribir varios tomos. Hubo una etapa en que quise ser sacerdote. Ella, amándome, me dio su pleno apoyo. Gesto noble. Eran los tiempos de la ausencia de celulares e internet. Y de todas maneras el amor sobrevivía. Digo sobrevivía porque aunque nos casamos, la historia de cuento de hadas no alcanzó a durar dos años. Tal vez fue el desgaste, mi estupidez, sus buenas intenciones. Tal vez los proyectos no claros, la ausencia de un hijo, mi falta de voluntad. Myli es un alma vieja. Cuando Lorena me dejó, la encontré en la calle una noche tibia de comienzos de verano. Hacía ocho años que no hablábamos. Nos miramos y fue como ayer; me tiré a sus brazos como un niño con fiebre o con dolor de guata. “Ahora entiendo el dolor que tú viviste… Perdóname”, le dije llorando aferrado a su humanidad. “No hay nada que perdonar…” me dijo y nos fuimos a tomar un pisco sour, uno de los pisco sour más intensos que he bebido. Hoy nos vemos en la calle y nos abrazamos como dos almas gemelas.

5 MIL DÓLARES
Suena raro pero a María José le besé los pechos en una iglesia. Nos colamos en esa iglesia donde no había nadie. En la escalera que daba al coro le besé los pechos. Ella tenía los ojos cerrados. Pero claro, María José, aquella María José, es mucho, o fue mucho más que eso. María José fue una manifestación del amor que hizo un recodo en el camino. De aquello que no debe hacerse. Pocas veces en mi puta vida me he enamorado como de aquella mujer. Mi hermano Claudio Rodríguez me dice que no olvida aquella tarde que borracho como una lombriz, lloraba por ella aferrando contra mi pecho una copia en video de “Cinema Paradiso”. María José es la paradoja, la incertidumbre de lo que nunca se sabe si pudo pasar. Por ella yo estuve a punto de dejar absolutamente todo, incluso familia. Ella no quiso. ¿Seríamos hoy felices? ¿Sería yo hoy el editor de un diario? ¿Sería ella la profesional exitosa y dueña de la verdad y el mundo que hoy es? Quién carajo sabe. Pero de ella me enamoré como personaje de novela. Como Clint Eastwood bajo la lluvia en “Los Puentes de Madison”. Sepan ustedes, respetable público, que a ella le escribí un cuaderno completo, a mano, repleto de la poesía que ella me provocaba, aun cuando para Claudio no fuera más que un personaje que yo inventé. Esos días en que el ángel precioso de Cerati se durmió, por teléfono me leyó partes de ese cuaderno. Me pasó aquello de preguntarme “¿eso lo escribí yo?”, aquel cuestionamiento situado entre el intento de la humildad y el ego inflado. “Algún día te ofrecerán 5 mil dólares por ese manuscrito”, le dije.

SIETE AÑOS
Lorena fue la compañera. Fue la transformadora de todo en mi vida. La que me tomó de la mano y me sacó del abismo. Mi Yoko. Digo Yoko porque muchos no la querían: apareció en la agonía de mi matrimonio con Myli. Era el destino. Bebiendo en un boliche por esos días del 2001 le decía a Claudio que qué diablos le iba a hacer. El bus llegaba al terminal en Concepción y yo me levantaba del asiento y al ver su sonrisa con frenillos esperándome al otro lado del parabrisas, se encendían en mí las ganas de vivir. La certeza de que a pesar de todas las pellejerías, todo valía la pena y cobraba sentido. Abrazarla era un suspiro que me inflaba el alma. En siete años, pasé con ella algunos de los pasajes más hermosos incrustados en mi memoria. Los sueños, la pobreza, la lucha, el deleite, los senderos infinitos del cuerpo desnudo de una mujer; la espontaneidad. Eso sí: nunca más una mujer me ha cuidado como ella cuando he estado triste o enfermo... Eso se lo agradeceré siempre. El amor con sus cuatro letras. Hay un episodio que marca profundamente mis recuerdos hasta hoy. Ocurrió en Los Queñes, el balneario cordillerano. Lorena siempre fue porfiada, por algo se casó conmigo. Pasaba por el cerro una corriente de agua de no más de 40 centímetros de ancho pero con la fuerza de un tornado. Antes de cruzar lanzamos a esa corriente una piedra de considerables dimensiones que el agua con su fuerza se llevó en una fracción de segundo. Lorena acomodó un pie para saltar. Algo pasó, algún desajuste en el guión. Aquellos problemas inesperados en los programas en vivo de televisión. Resbaló y la corriente me la arrebataba. Dejarla ir hubiese sido exponerla a caer sobre rocas filudas que la dejarían muerta o en el mejor de los casos, en silla de ruedas. Abajo miraba un antiguo matrimonio antiguo amigo que vio la escena como el giro de una película. Dicen que una madre levantó un camión para rescatar a su hijo atropellado. Los científicos certifican que las fuerzas en casos extremos afloran de otras dimensiones. Con una mano la tomé. Fue un pedazo de segundo. La aferré a mí. Todo el mundo quedó en silencio. Un viento tímido osó hacer sonar las hojas de un árbol. Todos tenían los ojos redondos. Yo la sostuve en mi pecho llorando. Ella también lloraba. Era el comienzo de la vida después de la posibilidad de un fin. Esa tarde en el grupo se instaló un silencio extraño que nos posesionó a todos como almas en trance. Fueron siete años de historia. Un día se aburrió y se fue de casa. La última imagen que guardo de ella fue en un sueño, después de enterarme que estaba embarazada: le tocaba el vientre y con emoción le daba todo mi cariño, respeto y buenos deseos. En el sueño ella sonreía con su pelo negro y su panza y yo con mis canas y mi polera negra, una de las que ella más odiaba.

MARCELA: LA HUELLA IMBORRABLE
No sé si puedan existir las palabras exactas para describir la belleza que existe en el alma de la mujer más especial que ha pasado por mis días. Marcela Benavides es una suerte de ángel ingenuo y cristalino que la vida depositó a este lado de la realidad para regalarnos su dulzura. A Marcela le debo volver a la vida. A Marcela le debo el amor de dos niños que se descubrieron en medio del bosque. A Marcela le debo que me diera techo después de que se cayera mi casa a causa del terremoto. A Marcela le debo que me regalara la ilusión más hermosa que he experimentado: la ilusión de ser padre. Es cierto. Sé que lo saben. Ese bebé lo perdimos. Pero lo que queda es la sensación certera de que ese ángel vino a entregarnos un mensaje, vida en medio de la vida. Un mensaje a ambos y un mensaje a cada uno. “Gracias por cuidarme” me dijo Marcela cuando supimos que el bebito ya no respiraba en su vientre y en aquel segundo entendí lo que era la pureza del amor pasara lo que pasara, tanto hasta ese momento y lo que después vendría. A Marcela Benavides le debo la admiración a una creadora que sobre el escenario con su danza dibuja vida. A Marcela le debo la inmensa ternura. El despertar acurrucados por las mañanas antes que la rutina nos arrebatara del hermoso sueño. A Marcela le debo la suavidad de toda su piel. La poesía de su cuerpo. La sutileza de sus senos preciosos como astros. Las margaritas de su rostro cuando se ríe. El aroma de su cabello y la compañía en los días grises de la existencia. Siempre le digo que dejó en mí una huella imborrable. Al momento que escribo estas líneas, faltan solo horas para celebrar su cumpleaños, los dos solos, en mi casa, como niños: con mantel de plástico, platos de cartón, sorpresas, gorros, canapés con paté y challa. Es que ya les dije: somos dos niños que se encontraron en este mundo.

CHICA ROCKERA
Cecilia es la chica sexy. La rockera. La que se desnuda en plena calle, para mí, por disgustarme, por distraerme. Por comerme, como una caníbal feroz y exquisita. Pero algo no funcionó entre nosotros.

DIME, MUZAM
Los nueve décimos del mundo se oponen a esto. Y los entiendo. Pero Cati es el quiebre sorpresivo. Los pies más bellos que he conocido. La espalda más infinita. Los labios más cálidos. La lengua más esponjosa. Tal vez lo único que no le perdono es que se casara sin estar enamorada y pensando en mí. Me lo dijo un par de días antes de su matrimonio. Tomábamos ponche en un boliche. “Tú no estás enamorada”, le dije. “Lo sé”, me respondió. Se casaba por inercia. Envalentado por el alcohol estuve a punto de decirle que tirara el vestido de novia por el water, que ella me encantaba y que si quería nos fuéramos lejos. Pero no lo hice, como con la pelota de Fanny. Lo peor de todo es que diez años después me confesó que aquella vez lo único que esperaba era que le dijera que no se casara, porque yo le encantaba. Porque no se casaría si yo se lo pedía. Eso no se lo perdono. Porque hace once años cuando la vi entrar por primera vez a nuestro trabajo, algo en mí dijo que se produciría un remezón, un ataque a las torres gemelas en cualquier momento. Su silencio me destruye. Su misterio me ha tirado al suelo. A pesar de separarse del pelotudo, sus ausencias han roto los pedazos de mi corazón. Sus ambigüedades han desafiado mi inteligencia. Su abandono me ha hecho sentir cincuenta y cinco mil veces el hombre más ridículo desde la prehistoria. Y sin embargo la miro quedarse dormida, me río con su historias de infancia, le beso el vientre con ternura como buscando algo que me falta… No ha habido ni un solo rincón de su cuerpo, ni uno solo, que no haya besado. Y no exagero. Cada milímetro de ella lo he explorado en la amalgama de la ternura y el deseo feroz. Le he escrito poemas de amor que tal vez ni entienda. He debido pagar psicólogo y sin embargo cuando los ojos se le achican por su risa, un nuevo planeta se descubre en mi galaxia. Su silueta se dibuja en mi cama y se queda allí por siglos mientras ella es Fabiana Cantilo perdida por ahí y yo Fito Páez bebiendo para irme de aquí. Sé que me odiarán, pero, Muzam, dime: ¿qué se puede hacer ante la piel, los aromas frescos y los néctares que emanan de una mujer?

Dedicado a todas las mujeres que he deseado en silencio…

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11 Comentarios

  1. ¡Qué maravilla de relato! Insuperable.

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  2. Ludmila Alonzo31/1/12

    Hermos escrito, tiernísma evocasión. Qué ganas de ser parte, parte del alma de esa manera tan especial. Sólo unos pocos recuerdan a sus mujeres así.

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  3. Anónimo31/1/12

    Qué honor, qué tributo para las mujeres que compartieron sus días. En las buenas como en las malas, qué bien que guarde lo mejor de ellas y las inmortalice con estas palabras. Nice :)

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  4. Precioso!! Simplemente encantador. Lo felicito, lo admiro y es siempre un placer leerlo.
    Saluditos!

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  5. Hermano, despues de los tipos como ud las minas quedan exigentes y odian a los que no sabemos ni copiar correctamente un poema!

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  6. Y el corazón cómo está ahora? ocupado?disponible? Luego de esta entrega crecerá la lista de candidatas a tner su lugar en este hall del amor. Qué honor! que envidia! besotes

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  7. Las mujeres de tu vida, las diosas que te supieron hacer sentir el peso de tu mortalidad.. dueñas de tu dicha y de la verdad transitoria del día a día. Bello conteo, hermoso recuento. Quedan pocos hombres con la mirada novelezca que nos hagan sentir protagonistas de una historia así, muchas veces nosotras nos hacemos el cuento por nuestra parte y sino hasta que es demasiado tarde despertamos a la realidad con un principe que nunca dejó de ser un sapo. Leo acá a las personas que te acompañaron y la mirada que las acompañó, me siento un poco fisgona cuando proyecto el imaginario un poco más allá de lo que narrás y luego retomo el curso de los hechos para detenerme frente a tu forma de ver tu vida. Muy interesante, nos dices de ellas pero mucho más de tu forma de querer, vivir y recordar.

    Me gustó, saludos!

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  8. Anónimo4/2/12

    Maestro panadero, cada una de ellas fueron amasada por tus sabias y gorditas manos y convertidas en amadas inmortales... cuéntanos cuáles son esos maravillosos ingredientes que dan semejantes manjares y te haremos el primero monumento en Internet.

    Cloto

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  9. Requeteloco4/2/12

    Sea macho y trate a las minas como en realidad quieren ser tratadas, toda esta gilada del romance es de maricones!!! Las cosas por su nombre, ellas quieren sexo y que se las cuide de las tormentas, nosotros sexo, sexo, sexo y alguien que nos cure la gripe!! El resto es literatura y puro verso.

    Sexoooo man!!!

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  10. Conmovedor, Juan Pablo. Conoces, valoras y sabes tratar a las mujeres. Estoy seguro que ninguna de ellas te ha olvidado.

    Un fuerte abrazo y gracias por compartir este conjunto de evocaciones.

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  11. Es un texto increíblemente bueno, que he disfrutado en cada línea.
    Por cierto: Los Puentes de Madisson es una de mis favoritas. Enhorabuena por esa agilidad, escritor.

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