Algo de la revolución boliviana tuvo como asunto emblemático la comuna indígena prehispánica, el ayllu. Y la Rusia intelectual revolucionaria del siglo XIX afianzó sus ideas en la obschina, la participación colectiva de la tierra. Los grandes utopistas del Renacimiento previeron sociedades, informados a medias por los descubrimientos de la época, de bucolismo productivo; el "buen salvaje" era un ejemplo a seguir, ajeno a los desdenes de la propiedad privada, a los magistrados. Michel de Montaigne escribía (traduzco): "Siento que Licurgo y Platón no tuvieron conocimiento de ellos, porque me parece que lo que hemos aprendido por contacto con esas naciones sobrepasa no sólo los hermosos colores con que los poetas han pintado la era dorada, y toda su ingenuidad inventando un estado feliz del hombre, pero también las concepciones y deseos de la Filosofía misma".
Vivir en comunidad forma parte del pensamiento humano. No implica que es "el" estado que define al hombre. La historia se ha encargado de mostrar, a medida que se desarrolló el pensamiento, que huir de ese objetivo fue la característica principal. El egocentrismo, más que un individualismo aplicado, ha conspirado con los sueños falansterianos de algunos.
Sin embargo el kibbutz resultó en un experimento arduo y a veces exitoso. Nacido de una mixtura ideológico-voluntariosa, tenía que, a la larga, fracasar. El cineasta Amos Gitai, en "Berlín-Jerusalem", pone en imágenes el conflicto esencial de su origen, previo a la formación del Estado de Israel. En Gitai, en su kibbutz primigenio, activos sionistas introducen dentro del espíritu comunal ideas nacionales. Sin ser religiosos son mesiánicos, y Judea es para ellos "tierra prometida". Por otro lado conviven en el kibbutz el socialismo y la anarquía. Anarquistas como Aba Gordin emigraron tempranamente a Palestina, igual a Aaron Baron, esposo de Fanya Baron, supuesta asesina de un jefe de la Ojrana, activista incansable del Nabat, fusilada por orden expresa de Lenin que temía tanto a las mujeres en armas. Acratas cuyas opiniones y accionar fundaron bases para un controversial país, el de Israel, donde aún conviven los vértices más extremos del conservadurismo, el fanatismo religioso, con posiciones abiertamente revolucionarias.
Isabel Kerschner escribe en el Times sobre el kibbutz de hoy. Habla en primer lugar de su ocaso, cuando los jóvenes, hijos o nietos de los fundadores, se cansan de la falta de oportunidad y emigran al mundo externo. El kibbutz ofrecía automanutención, trabajo, compartir los frutos de ese trabajo. La posibilidad de vivir en una isla. El kibbutz se hundió en deudas, exceptuando aquellos que lograron crear industrias permanentes y lucrativas, y su base humana envejeció.
En nuestros días ha comenzado una suerte de renacer. Los kibbutz ofrecen ya salarios a sus miembros, a cada uno según la actividad que desarrolla. Retorno apenas al axioma de que no todos somos iguales y que un obrero no puede ganar lo mismo que un administrador. El kibbutz vende ahora tierras comunales a miembros de la sociedad "normal" que deseen participar, no al cien por ciento, de algunas ventajas que suele la comuna tener, como las guarderías infantiles.
Hay gente que vuelve; los que se fueron buscan reafirmarse en un hogar que modifica su rigurosidad y se moderniza. Allí, en este relajamiento -natural- de las normas del kibbutz, está su debacle. Quizá tenga una efímera gloria, pero su etnocentrismo, como el caso del extremo etnocentrismo nacional, huele a fracaso. Israel no puede ya soslayar a sus hermanos de territorio. Su supervivencia radica en su capacidad de mezclarse. Es posible que sea demasiado tarde; la fobia religioso-étnica ha alcanzado niveles insostenibles entre los árabes y aumenta entre los judíos. La razón de ser de una colectividad autónoma e inteligente parece anacronismo.
El sueño del kibbutz se desvanece. Sus padres, algunos con un libro y una bomba en la mano, por retratar otra vez al nihilista, y los idealistas duros como Golda Meir, se esfuman gradualmente. El mundo actual es un torbellino de sangre y tecnología y sólo los avispados, los que saben nadar en su diversidad -ilimitada ya-, podrán sobrevivir.
29/08/2007
Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), agosto 2007
Imagen: Jóvenes granjeros judíos en Palestina, circa 1900
1 Comentarios
interesante y original tema; solo me llega el kibutz porque una ex alumna, Dinah, me envió una postal contándome que recogió tantas naranjas que al volver a California dejó de tomar jugo; otro, "un hombre sin nombre" (El Burlador I), me contó que perdió a su mujer en el kibutz, ¡fue tanta la democracia que se la quitó otro! En general, y no sé si te parecerá bien, los experimentos colectivo-agrarios, tipo kibutz o comuna hippie o soviet etc, no suelen funcionar mas que un par de décadas, es decir una generación. Tu escrito da material para que se planteen varias hipótesis.
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