1946

GONZALO LEÓN -.


Louis-Ferdinand Céline y Albert Camus fueron dos escritores franceses que estuvieron en las antípodas, pero 1946 los unió en una curiosa sincronía: Céline, pese a haber nacido en Francia, en Dinamarca; Camus, pese a haber nacido en Argelia, en Francia. Quizá éste sólo sea un ejercicio que pretende, a partir de una fecha cualquiera, reflexionar; hace poco en el suplemento cultural donde trabajo algo similar hizo Beatriz Sarlo a propósito del centenario de la Primera Guerra Mundial y su influencia en la producción de textos literarios de Proust, de Musil, de etcétera. Como no creo que este ejercicio de efeméride sea una originalidad de Sarlo, pensé en ser un anti Bartleby.

En 1946 Céline estaba en una celda en Copenhague acusado de traición por Francia. Había llegado hasta ahí luego de huir a Alemania. Según consigna Cartas de la cárcel, siempre tuvo la intención de huir a Dinamarca, y fueron los nazis los que lo detuvieron o demoraron más de lo normal; una de las cosas que lo comprueba es que ya había enviado su dinero a un banco danés y le había encargado al abogado Thorvald Mikkelsen que se hiciera cargo del trámite. Quería que todo estuviera listo para cuando arribara con su esposa Lucette. Luego de vivir unos meses con relativa calma en aquel país, un 17 de diciembre de 1945 fue encarcelado con Lucette, a quien liberarían semanas más tarde. Pero Céline estuvo en diversas celdas hasta el 24 de junio de 1947. Esta correspondencia carcelaria está firmada con su verdadero apellido, Destouches, y dirigida mayoritariamente a su abogado, aunque en rigor es una excusa para hablarle a su esposa y convencer al mundo de su inocencia. Las cartas, como dice el prólogo que escribió Constantino Bértolo, no tienen valor literario, sino más bien testimonial.

El 26 de febrero de 1946 Destouches escribe: “Si consideran traición mi paso por Alemania, entonces, ¿los trescientos mil obreros franceses voluntarios? Yo nunca trabajé en Alemania”. En un principio Céline creyó que el pedido de extradición que estaba haciendo el nuevo gobierno francés se basaba en un texto antisemita que había escrito, pero luego se da cuenta de que no era así. La salud es otra de sus preocupaciones, puesto que había sido herido durante la Primera Guerra Mundial, heridas que según él lo habían dejado casi inválido. El antisemitismo de Céline, por otro lado, es notorio, aunque como él mismo argumentaba él nunca mató a nadie, ni instigó ni menos justificó ninguna matanza. El 11 de marzo del mismo año aclara que “nunca pertenecí a las SS ni a ninguna sociedad francoalemana ni a ningún partido político, cosa fácil de demostrar, que nunca he escrito en periódico alguno ni antes de la Ocupación ni durante ella ni en la radio”. La preocupación de Céline se debía a que en Francia y en otros países estaban ejecutando y, en el mejor de los casos, encarcelando de por vida a varios escritores.

Pero eso sucedía en Copenhague, en París, Albert Camus, desde la tribuna del diario Combat, escribía sobre lo que estaba pasando en el mundo: un siglo dominado por el miedo, el terrorismo, donde la vida tenía escaso valor, donde los enemigos eran encarcelados o asesinados. Para Camus luchar por una utopía hasta las últimas consecuencias, a riesgo de una guerra, era algo que había que rechazar; para él tanto el imperialismo capitalista como el socialismo soviético hacían correr ese riesgo, y llamaba a tener una utopía relativa. En algunos de estos escritos que aparecen en Ni víctimas ni verdugos, recientemente publicados por Ediciones Godot, aparece un Camus como propulsor de lo que posteriormente fue la socialdemocracia: “Y la esperanza reside precisamente en esa contradicción que obliga u obligará a los socialistas a optar. O bien admitirán que el fin justifica los medios, y por consiguiente que el homicidio puede ser legitimado, o bien renunciarán al marxismo como filosofía absoluta, limitándose a conservar de él el aspecto crítico”.

En un punto, estos escritos de Camus podrían perfectamente exculpar a Céline, aún si el escrito antisemita escrito por este último funcionara como prueba para demostrar su traición. En uno de éstos Camus señala que “a partir del momento en que se escribe algo más que un libelo, un escritor comunista es un artista, y le es imposible, por ello, coincidir perfectamente con una teoría o una propaganda”. Dicho de otro modo, el escrito antisemita de Céline existe, pero como él era un artista (de eso hay sobradas pruebas), le era imposible coincidir con –en este caso– la teoría o el régimen nazi. De hecho, en los textos de este escritor que sobrevivió catorce años después de la cárcel siempre hubo algo más: en Semmelweis, su tesis doctoral sobre el inventor de los principios de la asepsia parece una biografía pero puede leerse como novela.

El final de Ni víctimas ni verdugos culmina con una ponencia que ofreció Camus en un encuentro internacional de escritores en 1948, donde establece que se vive el tiempo en que el diálogo ha sido reemplazado por la polémica. ¿Y cuál es el mecanismo de la polémica?, se pregunta. “Consiste en considerar al adversario como enemigo, en simplificarlo, en consecuencia, y en negarse a verlo”. Agrega que el insulto ha sido reemplazado a la persuasión, pero lamentablemente “no hay vida sin persuasión”. Pese a que han pasado casi setenta años de esta ponencia, los tiempos al parecer no han cambiado demasiado.

Publicado en revista Punto Final, y en el blog del autor (15/05/2014)

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