GONZALO LEÓN -.
Vivo a pocas cuadras de la sede de Abuelas de Plaza de Mayo, la agrupación que lidera Estela de Carlotto y que hace muchos años viene reclamando por la reaparición de los niños apropiados por la dictadura. Según las cifras estimadas por la agrupación hay 400 nietos desaparecidos, de los cuales quedan cerca de 300 por recuperar. Dos de ellos son parlamentarios: Juan Cabandié, kirchnerista, y Victoria Donda, opositora.
La sede de Abuelas queda en el barrio de Montserrat, a cinco cuadras funciona la Universidad de las Madres de la Plaza de Mayo en cuya planta baja está el bar El Revolucionario. El edificio donde funciona es como buena parte de los edificios de la zona; abajo hay un barcito, Tío Ángel, al que, suponía antes de entrar, iban algunas abuelas y nietos. Recordé que cuando vivía en Estados Unidos y Combate de los Pozos (otras cinco cuadras de ahí) me enteré por Facebook que otra chilena vivía muy cerca; nunca nos vimos en Buenos Aires, ella regresó a Chile, pero en el ínterin observé, en la red social, cómo ella había ido al Tío Ángel con la documentalista Carmen Luz Parot. Se veían felices cenando junto a sus parejas. No sé si Carmen Luz, a quien conozco de años, sabía que estaba en el barcito de Abuelas. Supongo que sí. En realidad da lo mismo. O eso me digo cuando estoy afuera de la sede de Abuelas y observo, pasmado, la cantidad de móviles de televisión apostados no sólo en la esquina, sino que más allá.
No sé cuánto rato estuve afuera de la sede, sin decidirme si entrar o marcharme. Esta indecisión fruto del impacto que causó la noticia del nieto recuperado 114 era transversal, es decir también la veía en algunos periodistas que no atinaban a ingresar, a las cámaras que se quedaban afuera: había algo de lo que Ignacio Hurban o Guido Montoya Carlotto llamó “convulsionado”. En este estado decidí asomar mi cabeza en el Tío Ángel, y así fue como entré, topándome con que buena parte de la gente que no había decidido como yo ingresar para la conferencia de prensa de Estela de Carlotto, mirándola en los dos televisores sintonizados en la TV Pública. Sólo a una mesa no le interesaba la transmisión: era una joven pareja y su hija que terminaban de comer. Se veían incómodos, por lo que pagaron y se fueron rápidamente. Sin embargo nadie ocupó aquella mesa, pese a que el bar estaba atestado, con personas mirando la tele desde el piso, aplaudiendo las palabras de Estela de tanto en tanto.
Pese a la emoción y la alegría con que se vivió la recuperación del nieto 114, no sólo en los medios sino también en las redes sociales, también se reprodujo el fenómeno de la mesa vacía, que no estaba participando ni de la emoción ni de la alegría, y que quería marcharse lo más rápido del lugar. Algunos cuestionaron la excesiva cobertura mediática y otros fueron más allá y plantearon por las redes sociales que esto era un plan tipo Göebbels destinado a pasar por alto el default decretado a fines de julio; otros salieron a recordar la enemistad entre Hebe de Bonafini, de Madres, y la titular de Abuelas, señalando que la primera había dicho una vez que Estela no tenía ningún nieto. Se dijo de todo.
Sin embargo, el jueves fue un día calmo. El viernes Ignacio o Guido ofrecería una conferencia de prensa en esa misma sede y esa misma mañana ya algunos twiteros llamaban a los medios “fascistas” por tratar a Ignacio como Guido sin preguntarle si él aceptaba o rechazaba el nombre. Sea como sea, a esa altura ya se sabía cómo había sido la vida del nieto de Estela: nació en un cautiverio clandestino en La Plata, estuvo con su madre cinco horas y luego fue entregado a alguien, quien a su vez lo entregó a una buena familia de La Pampa, donde fue criado y fue feliz, se hizo músico, pianista, compositor; hoy vive en la provincia de Buenos Aires y es, como dice su página web, el director de la Escuela de Música Hermanos Rossi de Olavarría. Quizá el dato de color es que en 2010 tocó en un concierto por la identidad, organizado por Abuelas. Pese a toda la información, se ignoraba cómo reaccionaría el nieto de Estela ante las preguntas de la prensa.
Si la conferencia de Estela había concitado la atención de la prensa, la de su nieto la concitaba aún más. Imaginé la sede de Abuelas atestada y el barcito con gente intentando entrar por las ventanas. Tomé la decisión de verlo por televisión en mi casa. Pasadas las tres de la tarde Ignacio-Guido entró junto a Estela y se sentaron uno al lado del otro. El hombre de 36 años en un principio se veía preocupado, pero una vez que se largó a hablar reflejó aplomo, no sólo ante los periodistas, sino también ante su abuela. Ella prefiere decirme Guido, pero para mí sigo siendo Ignacio, dijo de inicio colocando las cosas en su lugar: Estela era una abuela más, y ese era el discurso que la misma Estela había remarcado unos días atrás. El nieto, lejos de contradecirla, la estaba reafirmando.
Digamos que Ignacio o Pacho, como le dicen los cercanos en Olavarría, se enteró de que podía ser hijo o nieto de un desaparecido en su último cumpleaños, el 2 de junio pasado, y que sólo hace 18 días se había hecho el examen de ADN. Estoy convulsionado, repitió en un par de ocasiones. Así y todo se encargó de aclarar que había tenido una “vida extraordinaria y feliz”, pero que pasados los años fue sintiendo “ruidos y mariposas fuera del campo de la visión”. Esos ruidos y mariposas surgían cuando se preguntaba por qué era artista “cuando el medio ambiente en el que se crió no tenía nada que ver con eso”. Se refirió entonces a una “memoria genética” que lo hizo tal vez convertirse en músico como otros de los Carlotto. Esta memoria genética fue más allá y se convirtió en cómo eligió sus amistades. Recordó al amigo que es dueño de la librería Los Insurgentes en Olavarría, donde tocó más de una vez; la particularidad es que el dueño también es nieto recuperado.
Pacho fue contestando todas las preguntas e incluso las sospechas. ¿Político? Bueno, todo artista tiene una vocación política. ¿Te juntaste con la Presidenta? Sí, fue maravilloso, yo ya sabía que era una mujer muy comprometida con esta causa. Es decir, quienes querían verlo apoyar al gobierno de Cristina Fernández y ponerlo del lado del kichnerismo como Cabandié, se encontraron con una vuelta de tuerca: es la Presidenta la comprometida con la causa de Abuelas. Ignacio-Guido respondió durante cuarenta minutos todas las preguntas, y en todas ellas transmitió tranquilidad, no dio lugar a la polémica (porque en el caso de las violaciones de los derechos humanos no puede existir polémica) e hizo algo que en esas ocasiones sólo hacía Estela de Carlotto: invitar a quienes tuvieran alguna duda sobre su identidad a que se acercaran a Abuelas.
Publicado en revista Punto Final y en el blog del autor (23/08/2014)
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