RICARDO MENA -.
I.
Era
sangre lo que corría por las venas de mi madre
cuando
me tuvo en su vientre durante tantos meses
Como siglos hace que no veo el mar infinito. Hora de despedirse.
II.
Es
sangre tintada lo que corre por mis venas ahora
que
mi madre está muerta y mi padre y mis hermanos y
(Tantas
lágrimas empapan el texto) mis amigos.
III.
Será
tinta negra, pura tinta iluminada y ardiente
lo
que vean los siglos futuros en mi nombre y obra.
En Arte me he convertido. Hecho de genes: en letras. Mi saludo.
Epílogo. El Aliento.
Sea
esta recombinación mi testamento.
Y quédese aquí mi aliento.
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Nota
del editor.- Mucho se ha
comentado sobre esta pieza. Resultaría fútil comentarla en esta
edición de nuevo cuando existe ya el monográfico definitivo sobre
ella escrito por Hellen Gardner (Oxford University Press). En un manuscrito comentado por Solyen se ve que la primera redacción de esta pieza hablaba de los lectores muertos que le leerían en el futuro. Se ve que nuestro autor cambió de idea, borró esas palabras y decidió quedarse (como siempre) solo con su soledad. La influencia de las Soledades de Göngora en nuestro autor es manifiesta, sobre todo al final de su vida. Con el paso de los siglos, es verdad, la presente pieza ha sido interpretada como
trágica (siglo XXI), metafísica (siglo XXII) o como
lírico-filosófica (en el nuestro). Hoy en día, es evidente el
naturalismo que la embarga y su sonrisa irónica. Me pone los pelos
de punta cada vez que soy consciente de lo que dice esta pieza en la primera versión de
nuestro autor, pero procuro no pensar mucho en ello. Quiero decir que
a pesar de nuestra atracción por su obra, lo mejor es no ir más
allá del texto pretendido y quedarnos con el auténtico o conservado de forma definitiva para su publicación. Porque aunque la intención de la versión primera fuera esa, el autor la eliminó; además, ¿quién es aquel que puede afirmar con gusto y
placer que habla constantemente con muertos? Y sin embargo eso es
precisamente lo que hacemos cuando leemos a nuestros autores preferidos con los que nos identificamos y de los que aprendamos a vivir. Son nuestro aliento, nos alientan, nos enseñan un modelo, un ejemplo de vida personal a la que nos acercamos por evidente comunidad de carácter y forma de pensar. Somos multitud en soledad, sin duda. Cierto. Ocurre igual cuando recordamos a
nuestros seres queridos que ya no están con nosotros. Los juegos malabares de la memoria, esa traidora siempre. Nunca fui un
filósofo. Lo mío es la filología, de modo que quédese aquí mi glosa. Camarero, tráigame otro café. Y cóbrese los tres.
2 Comentarios
fluyendo hacia la madre de la escritura; buen viaje llega a puerto sangriento, malagueño Mena
ResponderEliminarY un café para mi también.
ResponderEliminarFormidable texto. Se lee y relee ahondando la tristeza de los siglos.