MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ -.
No, no se trata de la historia del Gigante Camacho, sino de dónde sale esa fotografía y de quién puede ser su autor.
Hace tres o cuatro años, andaba detrás de las huellas de un nazi belga que falleció en San Sebastián, bajo un nombre supuesto. Al tiempo de la Liberación de Bélgica, el colaboracionista escapó de su país, donde fue juzgado in absentia y condenado a muerte, pasó por un campo de concentración español y acabó en Bolivia, gracias a la ayuda de un cura carlista, donde tuvo varios negocios, entre ellos un restaurante en El Prado paceño. Allí fue donde se cruzó con otros nazis y con un exiliado español de vida azarosa, el militar republicano Lluch, que fue el organizador de los servicios secretos del MNR, profesor en la universidad y en sus ratos libres frecuentador del Centro Español, de la avenida Camacho.
No sé por qué, le estaba contando esa historia a un buen amigo chamarilero, brocante, cachurero, quién lo sabe con certeza, en todo caso un tipo que va a lo suyo y con él que mantengo conversaciones que nadie en su sano juicio mantendría, porque yo lo estoy perdiendo y él padece una seria sordera, y además nos conocemos desde la infancia, de modo que conversamos de cosas y gentes que ya no existen. Estábamos metidos dentro de una roulotte de camping que él ha conseguido introducir dentro de su comercio, así como suena. Me debió oír lo que le contaba porque me dijo: «Por ahí tengo unas fotografías de Sudamérica», como si viniera a cuento.
«Por ahí» era el fondo insondable de su local. Fuimos y entre pertrechos militares máscaras africanas, juguetes, instrumentos de música, cámaras fotográficas, libros y demás cosas de muertos apareció una caja de cartón repleta de fotografías. Metí la mano y la primera que agarré me hizo exclamar: “¡Carajo, pero si esto es la plaza 25 de Mayo, de Sucre!”.
En efecto, Chuquisaca era. Había más muchas: una niña, el patio de la escuela normal, el mercado de la calle Ravelo, el lago, el barco de ida o de llegada, Guaqui, la excavación de un milodón, y esa del Gigante Camacho. Quien las sacó era belga y o bien era Geroges Rouma o algún otro de la misión blega que fundó las escuelas normales bolivianas.
El anticuario no me quiere dar el nombre de la persona a la que le compró todo aquel derribo belga, pero creo que esa niña, hija de la esposa de Rouma tal vez, cuya vida pasa por el Congo Belga, la ocupación nazi de Bélgica, el sur de Francia y acaba en un pequeño comercio de Biarritz, aquí al lado de donde ahora mismo escribo, en el mar que puedo ver a nada que suba al monte que tengo enfrente de la casa en la que vivo.
Las fotografías quise donarlas al Archivo Nacional de Bolivia, pero las cosas quedaron en nada, en menos que nada, para cumplir el preceptivo guión que tienen estos negocios del bienquedar.
A veces abro la caja y me pregunto por la historia que hay detrás, por esa niña de cuya vida con seguridad solo queda eso, y por quiénes serían los que aparecen en las fotografías y por los que estaban en las que están cortadas. No sé ya si podré escribir esa novela o esas novelas, no lo sé, me digo que no hay tiempo y sin embargo repaso esas imágenes como quien se echa las cartas a la búsqueda del loco, la rueda de la fortuna, el ahorcado, siempre el ahorcado.
Item más: no vaya a ser que se tome por embuste lo que cuento es, aquí va un retrato –¿Quién se acuerda de "la máquina de retratar"?– del belga en cuestión, un atildado caballero de San Sebastián, funcionario no me acuerdo de qué organismo internacional...
2 Comentarios
América se llenó de nazis y protectores de nazis. Excelente. Saludos.
ResponderEliminarA veces abro la caja y me pregunto por la historia que hay detrás, por esa niña de cuya vida con seguridad solo queda eso, y por quiénes serían los que aparecen en las fotografías y por los que estaban en las que están cortadas. No sé ya si podré escribir esa novela o esas novelas, no lo sé, me digo que no hay tiempo y sin embargo repaso esas imágenes como quien se echa las cartas a la búsqueda del loco, la rueda de la fortuna, el ahorcado, siempre el ahorcado.
ResponderEliminarQué párrafo, querido Miguel. Cuánta poética comprensión de este pestañeo vital.
Un fuerte abrazo