CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Remedio para tiempos difíciles. Solución tajante para el mal que nos aqueja. Sea físico o espiritual. Dolencia o frustración. Enfermedad o pobreza. Un pinchazo a la primera, con mano diestra, firme y certera, santo remedio. El dolor en la nalga no será nada comparado con los beneficios reportados. Energía suficiente para abrirse camino a punta de gritos graves, roncos, estomacales. Semejando el rugido del león de la Metro. Mejor un puma, que es más chileno. Si no funciona, los combos certeros como segunda opción. La vida con lógica selvática. De campo de guerra. Dios, el bien, los valores, los principios, la moral, la aristocracia, la milicia, los propietarios, los auspiciadores, la patria entera de nuestro lado. Todo lo demás, en la vereda del frente. La zona oscura, la prohibida, la indeseable. Edificar nuestro propio cerco eléctrico. Torres y cámaras de vigilancia. Minas antipersonales. Atrincherados. Al más mínimo movimiento, orden de abrir fuego. Así se neutraliza al adversario. Una vez muerto, si fue en combate, todos nuestros respetos. De lo contrario, a continuar persiguiéndolo como perro de presa. No importa cuántas bajas, no importan los heridos orillando nuestros pasos, jamás bajar la guardia. Si el judeocristianismo ya no basta, se recurrirá a lógica oriental, a los monjes, samuráis, ninjas, gritos, aletazos, patadas, música incidental y silencios. Una suerte de espiritualidad matonesca (siempre con Dios de nuestro lado). Cualquier otra diferencia, descartada y de plano. Vedadas la política, la revolución, la clase, la complejidad, la ambigüedad, el mestizaje, la discrepancia, el sindicato, el partido, la minoría, la debilidad y la duda. Un puente levadizo compartido por las dos orillas: la depresión endógena. Sufrimiento a cuestas, única carta de navegación hacia el paraíso, mezcla de pensión de provincia, boite santiaguina de los ochenta y Vahalla kitsch de Las Vegas. El reposo del guerrero con valquirias oxigenadas para su complacencia (olvídense que otro rol les espere en este mundo). Desde la radio y la televisión son descifrados mensajes elementales que le dan sentido a tantas vidas (como lectoría, imposible). El fútbol más que un peloteo a la diabla, más que una pichanga de curados de fin de semana, es un circo romano cuyo trofeo consiste en decirle adiós a la miseria. La receta: planificación, estrategia, esfuerzo. Una metáfora de cómo abordar la vida. Pero de una determinada y precisa forma de vida. Sobre la cancha, sólo artistas, atletas y guerreros. Del camarín hacia fuera, educación y decencia. Roterías flaiteras y contestonas, eliminadas. Se pierda o se gane, se lucha como hombre. Con la bandera clavada en el altar de nuestros hogares y el escudo incrustado en nuestro corazones. Llorar es de mariquitas, salvo que sean lágrimas decorosas, de impotencia ante la injusticia, de perder a pesar del esfuerzo desplegado, sin agachar jamás la cabeza, como el Cid Campeador en el destierro. Chile como nación única y ganadora. La mejor del mundo. Cordillera, himno patrio, mar, bandera, soldados, mineros, vinos, asados, copihue, mujeres y ahora futbolistas. Cuidado con los extranjeros, sobre todo los fronterizos. Nos invaden, nos envidian, nos corrompen. Un montón de vidas salvadas gracias al discurseo patriotero y mediático, pero la única importante perdida. Esta vez para siempre.
Remedio para tiempos difíciles. Solución tajante para el mal que nos aqueja. Sea físico o espiritual. Dolencia o frustración. Enfermedad o pobreza. Un pinchazo a la primera, con mano diestra, firme y certera, santo remedio. El dolor en la nalga no será nada comparado con los beneficios reportados. Energía suficiente para abrirse camino a punta de gritos graves, roncos, estomacales. Semejando el rugido del león de la Metro. Mejor un puma, que es más chileno. Si no funciona, los combos certeros como segunda opción. La vida con lógica selvática. De campo de guerra. Dios, el bien, los valores, los principios, la moral, la aristocracia, la milicia, los propietarios, los auspiciadores, la patria entera de nuestro lado. Todo lo demás, en la vereda del frente. La zona oscura, la prohibida, la indeseable. Edificar nuestro propio cerco eléctrico. Torres y cámaras de vigilancia. Minas antipersonales. Atrincherados. Al más mínimo movimiento, orden de abrir fuego. Así se neutraliza al adversario. Una vez muerto, si fue en combate, todos nuestros respetos. De lo contrario, a continuar persiguiéndolo como perro de presa. No importa cuántas bajas, no importan los heridos orillando nuestros pasos, jamás bajar la guardia. Si el judeocristianismo ya no basta, se recurrirá a lógica oriental, a los monjes, samuráis, ninjas, gritos, aletazos, patadas, música incidental y silencios. Una suerte de espiritualidad matonesca (siempre con Dios de nuestro lado). Cualquier otra diferencia, descartada y de plano. Vedadas la política, la revolución, la clase, la complejidad, la ambigüedad, el mestizaje, la discrepancia, el sindicato, el partido, la minoría, la debilidad y la duda. Un puente levadizo compartido por las dos orillas: la depresión endógena. Sufrimiento a cuestas, única carta de navegación hacia el paraíso, mezcla de pensión de provincia, boite santiaguina de los ochenta y Vahalla kitsch de Las Vegas. El reposo del guerrero con valquirias oxigenadas para su complacencia (olvídense que otro rol les espere en este mundo). Desde la radio y la televisión son descifrados mensajes elementales que le dan sentido a tantas vidas (como lectoría, imposible). El fútbol más que un peloteo a la diabla, más que una pichanga de curados de fin de semana, es un circo romano cuyo trofeo consiste en decirle adiós a la miseria. La receta: planificación, estrategia, esfuerzo. Una metáfora de cómo abordar la vida. Pero de una determinada y precisa forma de vida. Sobre la cancha, sólo artistas, atletas y guerreros. Del camarín hacia fuera, educación y decencia. Roterías flaiteras y contestonas, eliminadas. Se pierda o se gane, se lucha como hombre. Con la bandera clavada en el altar de nuestros hogares y el escudo incrustado en nuestro corazones. Llorar es de mariquitas, salvo que sean lágrimas decorosas, de impotencia ante la injusticia, de perder a pesar del esfuerzo desplegado, sin agachar jamás la cabeza, como el Cid Campeador en el destierro. Chile como nación única y ganadora. La mejor del mundo. Cordillera, himno patrio, mar, bandera, soldados, mineros, vinos, asados, copihue, mujeres y ahora futbolistas. Cuidado con los extranjeros, sobre todo los fronterizos. Nos invaden, nos envidian, nos corrompen. Un montón de vidas salvadas gracias al discurseo patriotero y mediático, pero la única importante perdida. Esta vez para siempre.
2 Comentarios
Somos un país difícil de llevar. Ladino, mediocre, traidor, clasista, ferozmente racista, aunque seamos mayoritariamente medio morenos. Sobre Bomballet mi opinión está de más y no es muy buena, pero reconozco que en el camino que eligió tuvo arranques corajudos dignos de un hombre.
ResponderEliminarExcelente texto, amigo Rodríguez
El fútbol es reflejo de muchas bondades de la sociedad pero también de lo malo.
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