CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.
Majestuoso, sagrado le dicen algunos pero yo no sacralizo nada, el Illimani. Justo en la ventana, en un día algo turbio, nublado.
Esta noche debo hablar sobre el libro que Pablo Cerezal y yo escribimos hace un año. Estos djinns de la palabra juegan con nosotros, nos utilizan, nos encaminan, o encaminan las manos, y ahí está, los textos se reproducen mientras ingenuos y azorados quedamos los autores, o, mejor, los vehículos que somos de esta magia genial.
Le debo a Pablo, que no está aquí porque tiene prohibición expresa de no entrar al país por unos años (desafió la burocracia), la consecución de esta obra. Viene de su impulso, de su optimismo aunque fuésemos a retratar las ruinas de nuestras respectivas ciudades, o a insuflarles otra vida con la memoria tal vez; a él solo cuyo dinamismo aplastó mi desidia altoperuana y combatió sin fin ni derrota hasta que estas páginas se publicaran en esta bella edición de Editorial 3600. Muchos son los artífices para que un libro salga a luz, los editores de 3600, los pocos amigos que leyeron el texto virtual de origen, el prologuista, las parejas que tienen que soportar el malentretenido malhumor de los mentados artistas. Y más. Pero Pablo se erige como único proveedor de empeño. Le estoy agradecido.
Qué decir. Que es un hermoso libro en su dureza, en su desazón, en su a ratos tremendismo y a momentos simple afrenta al buen gusto y la moral, dirán. Al releerlo no lo creo, porque hay páginas estupendas que nadie, menos el escritor, sabe de dónde vienen. Con Pablo Cerezal estamos en el Madrid de Vallecas, de obreros, junkies y putas, gremios que saben que para reunirse hay que buscar un lugar en desmoronamiento, sitio que carece de las ventajas y delicias del capital y la buena raza. Bueno para pobres, ratas, negros y gitanos. Enfrente, al otro lado del mar, Claudio Ferrufino se decanta en recuerdos urbanos de extramuros, del borde donde comienza el campo y termina la ciudad. Cochabamba necesitará muchas décadas aún para liberarse de lo que la gente considera un estigma: la herencia rural. En su vida, si no en su barrio, el boliviano se codea con las mismas aunque otras putas, cholos, miserables e indios. Participan ambos, y lo atestiguan, que a pesar de que los gobiernos deseen hacer creer en la luminosidad del sol, nos movemos en la penumbra de focos de escaso voltaje.
El libro, esta cartografía del desastre, se ha dividido por secciones: Músicas; Prostituciones; Comidas; Muertes; Literaturas; Ciclismos; Alcoholes; Cinematografías y Mujeres, con textos finales en donde el madrileño rememora Cochabamba y el cochabambino Madrid. Habrá una edición española en octubre a la que se añadirá un par de textos para diferenciarla un poco de su par local. Miguel Sánchez-Ostiz, primero amigo y después prologuista, dice: “Entre tanto literatura, escritura con la vida por delante o a la espalda como acicate bravo de este concierto de comidas, bebidas, puticas sin fortuna, burdeles, bicicletas, canciones, muertes, vidas, alcoholes venenosos o para aquietar el alma como decía Montaigne…”
Hay textos de Pablo que son mis preferidos; lo mismo con un grupillo mío, pero en conjunto las 300 páginas del libro conforman un sólido correaje que arrastrará al lector a un abismo en el que no se muere sino se termina pensando. Cuánto alrededor nuestro se derrumba sin darnos cuenta. Recurrimos a la memoria para indagar y saber que este desmoronarse físico y espiritual de hombres y cosas viene de largo y no ha de terminar. Lo digo sin ánimo de moraleja, que no la hay.
Los textos no carecen de alegría ni de humor. Hay harto de sombrío también, seguro. No lo hicimos para jardín de infantes. Son pátinas de unas goyescas multiformes, repetibles, efímeras y eternas que en esta ocasión cubrieron dos continentes.
09/08/15
Texto leído en la presentación del libro, FIL 20 La Paz, 09/08/2015
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 11/08/2015
4 Comentarios
Qué experiencia maravillosa debe ser construir un libro de a dos. Felicitaciones!
ResponderEliminarLa ha sido, Mónica. Ahora con Pablo Cerezal y hace un par de años con Roberto Navia.,Vale la pena. Gracias.
EliminarSólido, solidísimo. Un libro con suficiente tonelaje para no diluirse en la bruma del tiempo. Toda mi admiración, queridos Claudio y Pablo.
ResponderEliminarExtrañamos tus palabras en la solapa del libro, JOrge, pero el hecho que lo leyeras, así fuera parcialmente, fue importante para nosotros. Abrazos y gracias.
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