MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
1.- Esa de los Solitarios es una calle muy frecuentada sobre todo por los que no lo son y hacen de la soledad una impostura literaria de baja estofa. Pocos son los que no reivindican estar en ella domiciliados de fijo, nada de residencia secundaria, nada, por mucho que la miga de su vida sea el enredo, la madeja de dímes y diretes, la bulla de los acólitos, el cruce incesante de llamadas y mensajes… solitarios, sí, del mundo uníos, dejó dicho D’Ors de aquel escritor falangista que se murió en una sucia ciudadela disfrazada de vergel toscano… De no creer… sí, de mucho creer, tal vez demasiado… los cepos te esperan donde menos te lo esperas
2.- En la calle de los Solitarios, del barrio de Belville, en Paris, localizó Pío Baroja su novela El hotel del cisne (sobre la que escribió un magnífico ensayo Juan Pedro Quiñonero), pero en la que jamás hubo un Hôtel du Cigne, como sostiene Mainer. Yo ya dije dónde y en qué circunstancia pudo ver Baroja un Hotel del Cisne, con su flamante enseña de neón, y no voy a repetirlo, porque para qué. Pasé por ella por última vez hace seis años. Estaba menos descalabrada a como la recordaba de otras ocasiones en las que, por razones familiares, anduve por esos rumbos… habían pasado unos cuantos años, la verdad. Dicho lo cual, esa novela crepuscular del Baroja alucinado que anota sus sueños y su historia es para mí de lo que más interés conserva su obra (y el ensayo de Quiñonero, que me parece ineludible y ofrece un copioso abanico de pistas a seguir en la novela y más allá de esta)
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