Miguel Sánchez-Ostiz
Como todos los años, releo por estas fechas el Sermón de Navidad, de Robert Louis Stevenson, en traducción de José Luis Gil Aristu, de quien hoy me acuerdo de una manera especial, y me he detenido en ese pasaje que cito:
«Y el hecho de haber vivido equivale sin duda –por hablar como un soldado–, a haber servido. Tácito nos relata cómo se amotinaron los veteranos en los bosques de Germania, cómo acosaron a Germánico pidiendo a gritos regresar a casa y cómo, tomando la mano de su general, aquellos veteranos, ausentes de su patria y agotados por la guerra, pasaron los dedos de aquel por sus encías desdentadas. Sunt lacrymae rerum ["También las cosas lloran"]: este es el cantar más elocuente de Simeón. Cuando un hombre ha vivido hasta una edad avanzada, lleva sobre sí las marcas del servicio. Quizá nadie lo vio en la brecha al frente de un ejército, pero al menos perdió los dientes en la lucha por el sustento».
Estar o no satisfecho con uno mismo, reconciliado, en tregua... según Stevenson no se trata tanto de ejercer virtudes y menos de ponerse en escena como alguien virtuoso, irreprochable: «Quizá fuera más modesto mostrarnos simplemente agradecidos por no ser peores». No está de moda, lo que se lleva es alardear de algún «vicio simpático» (a los que se refería Chesterton), la guapetonería, la listeza sin escrúpulos... no, no todo es así, esa es pintura negra e interesada, no todo es ruido y canallada, pero no sé si me lo digo para mejor pasar el trago, a modo de alivio homeopático, no sé... cuando sientes que vas arrastrado por una riada solo tratas de sobrevivir a su empuje y no ahogarte.
*Publicado originalmente en Vivir de buena gana (23/12/2017)
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